por Cartier Bresson no es un reloj | Fotografía, Hablan los fotógrafos
El 3 de agosto de 2023, se cumplen 19 años de la muerte de Henri Cartier-Bresson. Me sorprende ver que, a pesar de ser parte esencial en el nombre de este blog, apenas he dedicado un puñado de posts, y muy breves, al gran fotógrafo francés. Todos escritos cuando este blog daba sus primeros pasos. Supongo que, de una u otra manera, hablar del maestro era un buen bastón en el que apoyarse.
Más de una vez he confesado, al principio con mucho pudor, ahora ya con un punto más de seguridad (y bastantes menos de vergüenza), que Cartier-Bresson no está entre mis fotógrafos favoritos. No creo que él se enfadara por esto, ni que le quitara el sueño, al fin y al cabo, tiene miles y miles de seguidores y admiradores. Y yo soy una de ellos, aunque sus fotos no me gusten. O, mejor dicho, no me emocionen. ¿Es posible algo así? Pues sí, lo es. La calidad y la maestría de un trabajo, y el de Cartier-Bresson la tiene, sin lugar a dudas, no asegura, ni tiene por qué, que vaya a gustar a todo el mundo, que vaya a emocionarnos. Lo que sería imperdonable, sería no saber o no ser capaz de ver esa calidad “a pesar” de que subjetivamente, y a veces de forma inexplicable incluso para nosotros mismos, no nos guste. Pero no hay que alarmarse por ello, ni mucho menos. El gusto es, como digo, algo subjetivo y, sobre todo, caprichoso, los psicólogos y estudiosos de la psique humana lo saben bien. Pero hoy no me toca escribir sobre ello, sobre los “caprichos” de nuestro gusto, porqué miramos como lo hacemos y cómo nuestro bagaje visual, cultural y vivencial determina lo que nos gusta y lo que no (en lo que respecta a la fotografía y al arte en general), lo haré en un futuro.
De lo que os quiero hablar hoy es del gran Henri Cartier-Bresson y de algunas ideas equivocadas que tenemos sobre una de las mayores figuras de la historia de la fotografía. Nada en este maravilloso arte sería lo que es hoy sin Cartier-Bresson, o “el ojo del siglo del siglo XX”, sobrenombre con el que se ha hecho leyenda.
¿Os apetece recordar y redescubrir a Henri Cartier-Bresson? Pues vamos a ello.
Al leer el título de este post, más de uno y una se habrá preguntado si es necesario, a estas alturas, “redescubrir” a Cartier-Bresson. O incluso reivindicarlo, palabra que confieso haber eliminado del título a última hora. Mi idea inicial era titularlo “Redescubriendo y reivindicando a Henri Cartier-Bresson”, pero como título no me acababa de convencer. No sé muy bien por qué. Manías mías.
Pero vamos a lo realmente importante: Cartier-Bresson. ¿Por qué redescubrirlo? ¿Por qué reivindicarlo? La respuesta es sencilla: sea cual sea el tipo de fotografía que nos guste o que practiquemos, volver a Cartier-Bresson siempre es pertinente. Y siempre es satisfactorio. Sea mirando sus fotos o leyendo sus palabras.
Es curioso porque, si lo recodáis, en el post anterior que publiqué hace un par de semanas, y en el que os hablaba sobre por qué y para qué leer sobre fotografía, comenzaba mi texto con una cita del fotógrafo francés en la que parecía desdeñar la literatura que se crea en torno a la fotografía:
Se habla demasiado, se ‘piensa’ demasiado, hay que hacer fotos y no decir nada.
Pero Cartier-Bresson escribió y habló mucho sobre fotografía, bien es cierto que muchas veces parecía hacerlo a regañadientes, casi obligado, pero o hizo. Y eso, como en el caso de sus fotos, lo hizo también muy bien. No hay más que leer el texto que escribió para su famosísimo libro “El instante decisivo”.
Decía yo en ese post al que he hecho referencia en el párrafo anterior que mi sospecha es que Henri se refería más a la palabrería con la que a veces adornamos (o intentamos justificar) el acto fotográfico que no a la reflexión pura y dura sobre la propia fotografía. Creo que ese rechazo tan vehemente nada tiene que ver con la reflexión o la divulgación cultural en torno a la fotografía. O eso me gusta pensar. Es, bajo mi punto de vista, una de las interpretaciones erróneas que a veces hacemos en torno a la figura de Henri Cartier-Bresson. Hay otras, a las que también haré referencia, brevemente, en este post.
El maestro francés, como muchos fotógrafos y fotógrafas, afirmaba que eran sus fotos, y no sus palabras, las encargadas de hablar de él y de su obra:
Todo lo que tengo que decir está en mis fotos. Mis hojas de contacto son mis memorias: mi diario íntimo.
Pero hay cosas que las fotos no cuentan. Y, muchas veces, nuestros ojos no llegan a ver todo lo que un autor o autora espera que veamos en su obra. Por eso las palabras son importantes. E imprescindibles, en muchos casos.
¿Por qué este post?
No entraba en mis planes escribir este post. Al menos, de modo inmediato. La verdad es que últimamente improviso bastante. Ayer preparaba el post de Instagram que esta mañana he dedicado a Cartier-Bresson. Y mientras buceaba, después de mucho tiempo sin hacerlo, en los escritos y citas del fundador de la agencia Magnum para preparar uno de mis habituales posts en Instagram, hubo algunas citas que me llamaron la atención. Y lo hicieron porque chocan con algunas ideas preconcebidas y bastante extendidas sobre Cartier-Bresson y su obra. Eso, y la respuesta y comentarios entusiastas de muchos de mis seguidores y seguidoras en esa red social, me han animado a escribirlo.
Ni era frío, ni un defensor a ultranza de la objetividad
No pocas veces he leído y escuchado a diferentes personas tildar a Cartier-Bresson de fotógrafo “frío”, excesivamente apegado a las reglas de composición fotográfica, incluso demasiado condicionado por la necesidad de ser objetivo. No es cierto. Quizá este malentendido tenga mucho que ver con dos hechos: su empeño casi enfermizo en que sus fotos no fueran reencuadradas ni recortadas y que fuera uno de los fundadores de la Agencia Magnum, además del padre del fotoperiodismo. Y la objetividad (un concepto con demasiadas grietas, como bien sabemos) ha sido algo muy ligado al periodismo y, por extensión, al fotoperiodismo. Aunque hoy en día, esa relación sea más que conflictiva (por no decir imposible) y que Magnum haya abierto sus puertas a fotógrafos y fotógrafas cuyo trabajo dista mucho del fotoperiodismo y del documentalismo clásicos (y sus premisas). No hay más que echar un vistazo a los trabajos de su actual presidenta Cristina de Middel y a lo que hoy en día llamamos “documentalismo de ficción” y “nuevo documentalismo”.
En este sentido, y en mi caso, fue una frase de Cartier-Bresson cazada al azar mientras ojeaba un libro la que me hizo sospechar que esa idea (que yo, hasta cierto punto, compartía) podría no ser muy correcta.
La fotografía es una forma de gritar lo que uno siente.
Ligar en una frase y en una idea fotografía y sentimiento no me parecía muy “cartierbressoniano”. Así que seguí buscando textos y revisando fotografías suyas. Y di con más frases que me hicieron confirmar esa sospecha:
La fotografía es un medio para comprender y una manera de vivir más intensamente.
Todo ser humano es sensible, la dificultad radica en llegar a expresar la propia sensibilidad.
En fotografía la actitud debe ser abstraerse, no tratar de demostrar nada.
No tengo ni mensaje ni misión, tengo un punto de vista.
Son frases que aquí reproduzco sin contexto, pero que van en total consonancia con las ideas expresadas por Cartier-Bresson en los párrafos y textos de los que se ha extraído. Ensalza la importancia de “Vivir intensamente”, la “sensibilidad”, la capacidad de “abstraerse”, del “punto de vista”… ¿No son todos ellos conceptos íntimamente ligados a la subjetividad, al sentimiento y a la consciencia de uno mismo?
El post que he publicado en Instagram, construido con citas y extractos de textos escritos por el fotógrafo, también apunta claramente en esa dirección:
Para mí, la fotografía es una forma de gritar, de liberarse, no de probar o afirmar la propia originalidad. Es un estilo de vida.
Hay fotógrafos que inventan y fotógrafos que descubren. A mí me interesan los descubrimientos, no para hacer experimentos sino para captar la vida en sí misma. Evito los peligros de la anécdota y lo pintoresco, muy fáciles y más respetables que lo sensacional, pero igualmente perniciosos. En mi opinión, la fotografía tiene la capacidad de evocar y no debe limitarse a documentar.
Los hechos no son interesantes en sí mismos. Lo sustancial es el punto de vista sobre los hechos. La imagen es la proyección de la personalidad del fotógrafo. Por eso, en nuestro trabajo no existe la competencia: las personas ven las mismas cosas de manera muy distinta y cada uno expresa su personalidad.
Creo que no se pueden hacer buenas fotos teniendo una meta muy precisa en mente. El único arte verdadero reside en la humanidad de tu reflexión, en la mirada y en la coincidencia de encontrarte en determinado lugar y momento, no en la manera de componer.
Debemos evitar hacer fotos rápido y sin pensar, cargarnos con imágenes innecesarias que abarrotan nuestra memoria y disminuyen la claridad del conjunto.
Algunos fotógrafos de hoy piensan, buscan, quieren… en ellos se ve la neurosis de la época actual, pero no se siente en ellos el goce visual. Se sienten las preocupaciones y el lado mórbido de un mundo que es un mundo suicida.
Fotografiar es una actitud, una manera de ser, de vivir. Y de repente, frente a la realidad en fuga, tienes una intuición. Una organización visual cobra forma. Eso dura una fracción de segundo. Contienes la respiración… Pones el corazón, la cabeza y, sobre todo, el ojo. Y ahí está, ya lo tienes. Pero mi placer estará siempre en el instante, en la captura de la imagen, y no en su contemplación posterior.
Fotografiar es un medio para comprender y una manera de vivir más intensamente. Solo tienes que vivir y la vida te dará imágenes.
¿Está desfasado Cartier-Bresson?
Otro de los comentarios que suele escucharse es que la forma de concebir y de practicar la fotografía de Cartier-Bresson se ha quedado anticuada. Y tampoco es cierto. Lo que ha sucedido es que la fotografía a “ampliado mirada”, es decir, ha encontrado (y validado) nuevas formas de expresar, de contar y de mirar. Formas que son, algunas de ellas al menos, radicalmente diferentes al estilo y la práctica fotográfica de Cartier-Bresson (aunque ya os aviso que, en algunos casos, no lo son tanto como a primera vista parece).
“La fotografía no quiere decir nada, no dice nada, no prueba nada, ni más ni menos que un cuadro, es totalmente subjetiva. La única objetividad (y esa es la responsabilidad que siempre me he impuesto) es ser honesto con uno mismo y con el tema escogido.”
¿No os parece una cita rabiosamente actual? Pues son palabras de Cartier-Bresson. Y reproducen, con asombrosa exactitud, la respuesta a algunos de los dilemas a los que nos enfrentamos hoy en día con la aparición de la Inteligencia Artificial y los programas cada vez más sofisticados y “realistas” de manipulación fotográfica. Y es que, muchos expertos en comunicación afirman que frente a ese gran desafío que nos sitúa en los pantanosos terrenos entre lo “verdadero” y lo “falso”, entre lo “real” y lo “ficticio”, lo único, o lo poco, que nos queda es la “confianza” en las fuentes, en los emisores. Es decir, en quienes nos cuentan las cosas, sea a través de textos o, como en nuestro caso, de imágenes o fotografías. ¿Acaso no es esa la llamada a la “responsabilidad” de la que habla Cartier-Bresson en su cita, la necesidad de ser “honesto consigo mismo y con el tema elegido”? Él mismo niega la capacidad de la fotografía para probar nada, para certificar “realidades”… Cartier-Bresson admitía abiertamente la “subjetividad” de la fotografía.
Quizá es que confundimos objetividad con honestidad. Puede que de ahí vengan muchos de los malentendidos (y frustraciones) que se han dado durante muchos años en periodismo y fotografía. Y Cartier-Bresson era muy consciente de ello. Su oposición al reencuadre y al recorte de sus fotografías nada tenía que ver con una creencia ciega en la objetividad (entendida como la no manipulación), sino con la honestidad de la mirada, del punto de vista de quien estuvo en el lugar, de quien miró, interpretó y captó. Nada más que eso.
¿Fotografiaba Cartier-Bresson sus sueños?
Fue la pregunta que le hizo un osado fotógrafo en un encuentro que tuvo el francés con varios colegas de profesión en la extinta Unión Soviética. Muchos, conociendo el carácter del francés, esperaban una respuesta airada o alguna protesta por parte de Cartier-Bresson. Pero no fue así, al contrario. Es interesante como cuenta él mismo lo que sucedió y cómo argumenta su sorprendente reacción:
Un fotógrafo soviético me preguntó: “¿Fotografía usted sus sueños?” Todo el mundo se echó a reír, pero quise ahondar en la pregunta y contesté: “¡Desde luego!” Y hablamos de la intuición, de la coherencia y de la incoherencia. Me pareció importante hablar en contra del dogmatismo y evocar la intuición: eso que soñamos, eso que sale de nosotros cuando no nos damos cuenta. Para mí, esa es una de las grandes cosas que aporta la fotografía.
«Evocar la intuición», «eso que soñamos», «eso que sale de nosotros cuando no nos damos cuenta»… Estas palabras dibujan una imagen muy alejada del Cartier-Bresson que muchas veces nos describen. Lo que estamos “redescubriendo” es a un fotógrafo que es mucho más que el padre del fotoperiodismo, que se aleja sin reparo de la idea de que la fotografía debe “demostrar” lo real o de que el fotógrafo debe ser un mero documentalista. Él era mucho más que eso. Su visión y su mentalidad eran mucho más amplias.
Su discurso sigue vigente
La vigencia de sus palabras se extiende a otras facetas más concretas de la fotografía, aunque él no destacara excesivamente en ellas (no era perfecto, ni omnipresente). Tomemos, por ejemplo, el retrato. Cartier-Bresson no habló mucho sobre esa disciplina, pero una mirada tan curiosa, incisiva y cultivada como la suya, sabía adivinar muy bien cuáles eran las claves de ese género fotográfico.
Lo más difícil de todo es el retrato. Cuando estudias una cosa, esta no reacciona igual que cuando no la estudias. Y tienes que conseguir que tu cámara penetre en su intimidad, lo cual no es fácil.
Cuando hago un retrato, no hago ‘posar’ a mi modelo, lo observo y disparo en el momento en que surge el carácter. Si no surge, entonces debes seguir disparando, aunque sepas que no vas a conseguir nada. Al final, si el modelo continúa paralizado, tienes que decirle que ya has terminado, que ya tienes suficientes fotografías. Entonces empezará a relajarse, bajará la guardia y surgirá de nuevo la posibilidad de cazar un buen retrato al vuelo, una foto natural.
Ese momento “natural” de sinceridad y honestidad “robada” es lo que buscó y consiguió captar en su famoso retrato de Marilyn Monroe, una fotografía que me recuerda a otra, también muy famosa, que le hizo a la actriz uno de los mejores retratistas de la historia: Richard Avedon, todo un maestro en sacar ese “algo” genuino y oculto de sus retratados.
Con lo dicho hasta ahora, no estoy negando ni por un momento la importancia que las reglas de la fotografía tenían para Cartier-Bresson. Pero se trataba más de una concepción de equilibrio, más que de matemática. Es decir, en su caso no se trataba de un corsé que inmovilizaba o limitaba su fotografía, sino de un recurso expresivo con el que mostrar las posibilidades del medio, un instrumento para causar (y explicar) una “emoción visual”.
Desenfocada o no, nítida o no, una buena foto es una cuestión de proporciones.
La mayoría de las fotografías sobrepasan tu comprensión en el momento en que las tomas, es decir, no tienes manera de saber cuáles serán exactamente sus consecuencias, ni hasta qué punto terminarán cobrando un sentido completo. Trabajas instintivamente.
La fotografía no se calcula, no tiene nada de intelectual. No vas con una intención explícita, tienes una intuición y más tarde decides si eso se tiene en pie o no. Es como en todas las artes.
¿Qué pasa con el famoso ‘momento decisivo’?
Hablar de Henri Cartier-Bresson es hablar del “momento decisivo”. Ambos han quedado unidos para siempre. Muchos y muchas le reprochan reducir la fotografía a una mera colección de momentos decisivos, esa especie de momentos mágicos en los que todos los elementos de una escena parecen encajar como por efecto de magia.
Habitualmente, al hablar de este tema se suele contraponer ese momento decisivo de Cartier-Bresson con otro momento famoso: el momento intersticial de Robert Frank, o ese momento justo anterior o posterior al momento decisivo. Frank fue uno de los fotógrafos que pusieron en valor esos momentos “despreciados” por la importancia y el brillo del momento decisivo por excelencia, el de Cartier-Bresson. Momentos en apariencia triviales o anodinos que pasaban desapercibidos bajo el manto de la rutina. “Los Americanos” de Robert Frank está hecho a base de esos momentos que, juntos y bien hilados, cuentan un relato sumamente significativo. En ese caso, y que me perdonen tanto Frank como Cartier-Bresson, me atrevería a decir que ese trabajo es un enorme momento decisivo construido de poderosos momentos intersticiales.
Pero con eso no respondo a la pregunta que encabeza este epígrafe. Creo que, así como el discurso y la concepción fotográfica de Cartier-Bresson sigue muy vigente, si no en su totalidad (todos y todas somos fruto de una época y un contexto muy concreto pero cambiante) sí en gran parte. De hecho, tengo la sensación de que en lo que atañe concretamente al momento decisivo, ese concepto tiene un significado más amplio del que le hemos dado habitualmente. Me explico: creo que para Cartier-Bresson el momento decisivo, además de ser ese instante fugaz y azaroso en el que todo encaja dentro del encuadre, también era ese momento concreto en el que la pulsión, el instinto y la intuición te llevan a apretar el botón. Ambos momentos pueden confundirse y pensar que son lo mismo, pero hablamos de dos cosas distintas: percibir algo y reaccionar a ello. Pueden ir unidos. O no. Cartier-Bresson era muy consciente de esa “pequeña sensación” que te hace apretar el botón y disfrutaba especialmente de ese momento.
Para no fotografiar demasiado, solo deberías apretar el botón cuando un tema te atrapa; esa pequeña sensación, nada más…
A mí me encanta tomar fotografías. Una vez tomadas, para mí el placer termina, se acabó.
Quizá el problema, si es que lo hay, esté en la forma en la que interpretamos lo que es un «momento decisivo». Muchas veces nos referimos a él (y yo lo he hecho en este mismo post) como un momento «mágico» en el que todo encaja. Como tal, se da a entender que ese momento mágico es un momento extraordinario, fuera de lo común. Pero puede que no se trate de algo tan a priori inalcanzable. Mirando la obra de Cartier-Bresson y releyendo sus palabras, empiezo a percibir que puede que no se trate de buscar ese momento «mágico» o extraordinario, sino de percibir un momento como extraordinario. O, mejor dicho, de sentirlo como «significativo». Es decir, de atender a una percepción subjetiva de ese momento, de validar nuestra subjetividad y hacerlo sin complejos. Eso evita, además, muchos dolores de cabeza innecesarios como el de intentar justificar o razonar, ante nosotros y ante los demás, esos momentos, el porqué disparamos y, sobre todo, para qué lo hacemos. Se trata de aceptar esos momentos como tales, y luego ver, con el tiempo y en frío, si se sostienen y si realmente comunican o expresan algo, para nosotros y para el público.
Entonces… ¿Qué tipo de fotógrafo era Cartier-Bresson?
La respuesta es fácil: uno extraordinario. Pero puede que bastante más complejo y versátil que lo que pensamos habitualmente. Un hombre al que, como decía habitualmente, la pintura “enseñó a mirar” (fue pintor antes que fotógrafo) y cuyos inicios fotográficos estuvieron marcados por una fotografía de Martin Munkácsi, que es, precisamente, la que nos da otra de las claves para comprender su “instante decisivo”: no se trata tanto de perfección, de que todo encaje perfectamente, sino de armonía, que no tiene tanto que ver con la perfección como con el equilibrio y la cadencia visual. No hay más que ver el entusiasmo con el que el francés hablaba de ella:
¡Todavía no me he recuperado! Qué fuerza plástica, qué sentido de la vida, el blanco, el negro, la espuma. Me conmocionó.
Es fantástica, fantástica, fantástica. Encendió algo en mi interior. Me dije a mí mismo: cómo es posible hacer algo así con una cámara fotográfica. En verdad es la foto, la única foto.
Tal fue su impacto, que poco tiempo después Cartier-Bresson haría una de sus fotos más famosas: ‘Hyères 1932’, la foto que simboliza la perfección compositiva (¿o debería decir la armonía?), la del ciclista cruzando la pequeña plazoleta al pie de la escalera.
Puede que esta visión estereotipada y reduccionista muchas veces nos llega de Cartier-Bresson se deba en parte a la contundencia de su forma de hablar (a veces despiadada, como en esta furibunda crítica que hizo a Richard Avedon, Diana Arbus y Bruce Davidson), y a su reconocida alergia a ser fotografiado. También a su complicada relación con el reconocimiento y la fama. Es fácil que la suma de esos factores haga que consciente o inconscientemente traslademos esos atributos del personaje (que no de la persona) a su fotografía, y sintamos cierta lejanía en su mirada y en su discurso visual.
Una anécdota, sucedida en Estados Unidos y contada por el propio fotógrafo, ilustra parte de lo que acabo de decir:
Un día estaba en Estados Unidos, en Cape Cod. Llovía. Acababa de hacer una exposición en el Museo de Arte Moderno. Me había metido bajo un toldo y a mi lado había unos tipos jóvenes, y de repente, salgo corriendo, Leica en mano, y oigo decir a uno de ellos: “¡Mira! ¡Ese tipo se cree Cartier-Bresson!” Me eché a reír. A veces me preguntan si le conozco y yo contesto: “¡Oh! Le podría contar las cosas más desagradables a cerca de él, sobre todo no se le acerque, es insoportable”. Tienes que camuflarte, tienes que olvidarte de ti mismo. Estoy en contra del “Yo, yo, yo”, me horroriza el “Yo, yo, yo”. Creo que fue Degas quien dijo: “Ser famoso está bien, con tal de que seas desconocido”.
Lo cierto es que sospecho que es más el tiempo (su época no es la nuestra) que su concepción de la fotografía lo que aleja a veces a Cartier-Bresson nosotros. Porque él, ni era tan enfermizamente perfeccionista y rígido como a veces lo imaginamos, ni seguramente tenía las cosas tan claras como daba entender.
“Siempre he experimentado dudas terribles acerca de lo que hago«
Al fin y al cabo, era humano. Tan humano que el color se le atragantó, aunque en esto tuviera mucho que ver que la impresión en color no era entonces ni la sombra de lo que es ahora y que en aquellos años aún pesaba mucho la concepción de la que fotografía en blanco y negro era más “seria” que la de color. O la única seria, para algunos.
Viendo sus fotografías con un poco más de atención, y separándolas en la medida de los posible del “personaje Cartier-Bresson”, nos encontramos con un hombre de mirada curiosa, abierta a los regalos del azar, un fotógrafo inquieto, humanista, capaz de aceptar la imprevisibilidad del mundo y maravillarse ante ella. Una mente con ganas de comprender tanto su lugar en el mundo como el funcionamiento del mismo, de ahí que, quizá, su querencia por el “orden” compositivo pueda interpretarse como un reflejo de su necesidad de hallar un orden, algún tipo de armonía, que lo explique, que le ayude comprenderlo. El mero hecho de buscarla es ya una forma de soñar el mundo real, y también, por qué no, el deseado. Eso humaniza su concepción de la fotografía, y también su personaje; nos acerca a la persona que impulsa al fotógrafo. Y ese es el camino, no el único, pero sí uno de los más efectivos, para ponerse ante la obra de Cartier-Bresson. Una obra que, no lo olvidemos, ha fascinado y sigue enamorando a muchos y muchas hoy en día, y que ha pasado la prueba más exigente de todas: la del tiempo.
NOTA: Las citas de Cartier-Bresson están sacadas de los libros «El Instante decisivo» y «Ver es un todo», así como de varios artículos disponibles en Internet.