por Cartier Bresson no es un reloj 2020
La muerte va a estar muy de moda esta temporada, bromeó el fotógrafo Peter Hujar (1934-1987) justo antes de la aparición de su libro “Retratos de vida y muerte” en 1976. Aquella “moda” apuntada por Hujar no llegó a materializarse inmediatamente, pero sí, y de forma dramática y macabra, pocos años después, con la epidemia del SIDA que, casualidades de la vida, sería la que mataría al propio Hujar y a la mayoría de los intelectuales y artistas que en él aparecen. Es, en ese sentido, un libro maldito.
Premonición o no, “Retratos de vida y muerte”, con la breve y brillante introducción de Susan Sontag, también amiga de Hujar, fue y sigue siendo una de las colecciones de fotografía más sombríamente hermosas e influyentes de su época.
Estamos ante el único libro que sacó Hujar en toda su carrera. Era un artista de esos a los que fácilmente colocamos la etiqueta de “maldito”, un hombre rebelde, a veces polémico, receloso de la fama y sus servidumbres, y también, para qué negarlo, una persona tremendamente hermética y con fama de tener un carácter difícil. Así contaba hace unos años la complicada (y curiosa) relación de Peter con el éxito y los circuitos de la fotografía una de sus mejores amigas, la escritora Fran Lebovitz:
Peter solía pensar en razones por las que no estaba teniendo éxito, y nunca eran las razones por las que realmente no estaba teniendo éxito. Por ejemplo, en la mente de Peter, él no tenía éxito porque amenazó con romper un taburete en la cabeza de un marchante de arte. No tuvo éxito porque (creo) le dio un puñetazo a una galerista en la cara. Sin embargo, él creía que su falta de éxito se debía a que la gente que triunfaba era aquella cuyo nombre y apellido empezaban por la misma letra, como Marilyn Monroe. Por eso estuvo fuera del circuito durante un año, más o menos. Y cada vez que te veía te lo decía. Esos eran los motivos. Él me preguntaba: “¿Crees que debería cambiarme de nombre?” Y yo le decía: “No, creo que lo que debes cambiar es tu comportamiento”.
Recuerdo a dos tipos de París. Yo los llamaba los gemelos. No eran gemelos; de hecho, eran novios, pero supuse que eran gemelos porque se parecían mucho. Eran bajitos y musculosos, con la cabeza afeitada. Fueron muy amables. Querían montarle una exposición a Peter. Y Peter decía: “Esos tipos son horribles, quieren venir a mi loft todo el tiempo“. Y yo le dije: “Peter, están tratando de hacerte una exposición”. Y él dijo: “Son horribles. Tengo que comer con ellos, ¿podrías venir?”. Y yo dije: “No son horribles, ¡quieren llevarte a comer! ¡Y eso es algo que, por cierto, necesitas!”
Entonces, fuimos a comer, y los gemelos fueron extremadamente agradables. Esa noche Peter fue a un bar con ellos y acabó amenazándoles con romper un taburete sobre sus cabezas. Lógicamente, se quedó sin exposición. Y fue por eso, no porque su nombre no fuera Marilyn Monroe.
Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, los que lo conocieron hablan de un hombre con un gran magnetismo, tenía un cierto halo de misterio que hacía que la gente quisiera acercarse y conocerlo más. Él, sin embargo, no solía estar muy dispuesto. Las relaciones sociales y el juego mercantilista de los circuitos artísticos y editoriales no eran lo suyo, no creía que le hiciera ninguna falta, porque lo suyo de verdad era la fotografía.
Tal y como se apunta en la contraportada del libro, se trata de uno de los “Retratos de vida y muerte” es uno de los fotolibros más cautivadores que jamás se hayan publicado. Los 29 retratos de diferentes artistas e intelectuales poseen una belleza individual arrebatadora y una profundidad psicológica que resulta poco convencional a la vez que fascinante.
Esos 29 retratos componen la primera parte del libro, inmediatamente después vienen las 11 imágenes totalmente devastadoras: fotografías de los cadáveres vestidos de sicilianos del siglo XIX encontrados en las áridas catacumbas situadas bajo una iglesia de Palermo.
No hay una conexión directa entre los retratos de las personas vivas de la primera parte del libro y las fotografías de los muertos sicilianos que protagonizan la segunda, aunque es innegable que el orden en el que están dispuestos hacen referencia directa al viaje al que todos y cada uno de nosotros estamos abocados: el que nos lleva de la vida a la muerte.
Son retratos en blanco y negro, tomados en su mayoría el estudio East Village de Hujar. Se trata de artistas, escritores e intérpretes, la mayoría neoyorquinos. Algunos, como Susan Sontag, gozaban ya de reconocimiento y un estatus establecido; otros, como John Waters, Robert Wilson y Fran Lebowitz, eran figuras de culto de creciente visibilidad; y otros apenas era conocidos más allá del centro de Nueva York.
A muchos los fotografió recostados en su cama o apoyados en almohadas, con aspecto lánguido, somnoliento, casi postcoital. El resultado aúna sensualidad y brillantez, pero, a su vez, también son imágenes sosegadas y austeras. Hujar, al contrario de Mapplethorpe, con el que tanto se le comparó, huye del exceso de esteticismo y de todo aquello que le suene a clasicismo impostado. Sus miradas, directas a cámara o posadas en algún punto perdido de la escena, parecen conectar con esa mortalidad tan crudamente representada en las fotos posteriores de las catacumbas.
Las fotos de los amigos e intelectuales de Hujar están hechas en la primera mitad de la década de los 70. Los retratos de los muertos, sin embargo, son anteriores. Fueron los muertos los que primero tomaron posesión de su espacio, y fueron también ellos los que dieron a Hujar la idea de fotografiar a los vivos y cómo hacerlo.
A finales de los años 50 y principios de los 60, Hujar alternó sus trabajos como fotógrafo de moda en Manhattan con viajes por Europa. En 1963, llegó a Sicilia y fotografió los cadáveres momificados que había en las catacumbas romanas situadas bajo la ciudad de Palermo.
En el libro, los cuerpos desecados, amortajados con sus mejores galas o envueltos en sudarios, se convierten en imágenes especulares de los artistas e intelectuales alternativos de Hujar. En un curioso y cruel quiebro del destino, la mayoría de ellos, incluidos Hujar, había muerto ya 10 años después de la publicación de libro a causa del SIDA o por complicaciones derivadas de la enfermedad.
Pero además de las fotos de Peter Hujar, el libro tiene otro gran atractivo en forma de texto: la introducción de Susan Sontag, cuyo retrato, quizá el más famoso que le hicieron nunca a la crítica y pensadora neoyorquina, forma parte también de la selección final.
Como ya conté en el post ‘Desentrañando el misterio de Peter Hujar, el genio esquivo que no quiso ser Robert Mapplethorpe‘, la célebre ensayista escribió el texto en unas circunstancias muy especiales: acababan de diagnosticarle un cáncer de mama, el primero de los tres que sufriría hasta su muerte a los 71 años. Sontag estaba en el hospital a la espera de que le hicieran una biopsia cuando se acordó de que tenía pendiente escribir la introducción al libro de Peter. Pidió papel y boli y la escribió allí mismo, sentada en su cama del hospital, en apenas 25 minutos.
Ya no estudiamos el arte de morir, una disciplina habitual e higiénica en las culturas más antiguas; pero todos los ojos, en reposo, contienen ese conocimiento. El cuerpo lo sabe. Y la cámara la muestra, inexorablemente.
Sontag escribe el texto a mediados de los 70, concretamente en 1976. En esta época ya ha publicado varios de los ensayos sobre fotografía que finalmente serían recopilados y publicados todos juntos, por primera vez, en 1977, bajo el título ‘Sobre la fotografía‘ (On photography) y que sigue siendo una de las grandes referencias en este campo.
Pero su interés por la imagen fija venía ya de antes. En su primera novela, ‘El benefactor‘ (The benefactor) escrita en 1963, Sontag se atrevía ya con una frase muy contunde sobre la fotografía en la que, curiosamente, incluía también las palabras “vida” y “muerte”: La vida es una película. La muerte es una fotografía.
Cuando Hujar y Sontag se conocieron a través de un amigo común, ambos conectaron de inmediato. Tal es así, que cuando el fotógrafo le mostró las fotografías que había tomado en las catacumbas de Palermo, la ensayista quedó tan impresionada que le inspiraron la escena final de su segunda novela, titulada ‘Estuche de muerte‘ (Death Kit) escrita en 1967.
La introducción de Sontag examina el papel de la fotografía en el binomio vida / muerte y todo lo que eso conlleva en cuanto a nuestra conexión con el pasado, el futuro y la percepción que tenemos de la realidad:
Las fotografías convierten el presente en pasado, convierten la contingencia en destino. Cualquiera sea su grado de “realismo”, todas las fotografías encarnan una relación “romántica” con la realidad.
Estoy pensando en cómo el poeta Novalis definió el romanticismo: hacer que lo familiar parezca extraño, que lo maravilloso parezca común. La forma insólita en la que la cámara reproduce personas y eventos es una especie de acto mágico en el que ella construye y deconstruye aquello que fotografía. Hacer fotos es, simultáneamente, dar valor a algo y convertirlo en banal.
Sontag argumenta que esta doble función que valora y banaliza convierte a la fotografía en una forma de crear mitos, algo que juega con la conciencia de los objetos y su poder para “inmortalizarlos”. ¿Acaso no utilizamos precisamente esa expresión, la de “inmortalizar” un momento, persona u objeto, cuando hacemos una foto a la vez que convertimos el objeto resultante de la acción, la imagen o fotografía, en un fetiche?
Las fotografías instigan, confirman, sellan leyendas. Vistas a través de fotografías, las personas se convierten en iconos o símbolos de sí mismas. La fotografía convierte el mundo mismo en unos grandes almacenes o en un museo sin paredes en el que cada cosa se devalúa hasta convertirse en un artículo de consumo, o se ensalza hasta convertirse en un objeto para la apreciación estética.
La fotografía también convierte al mundo entero en un cementerio. Los fotógrafos, conocedores de la belleza, también son, consciente o inconscientemente, los ángeles registradores de la muerte. La fotografía como tal muestra la muerte. O, más que eso, muestra el atractivo sexual de la muerte.
Reflexionando sobre los retratos de los vivos que aparecen en “Retratos de vida y muerte” y que, según Sontag, “parecen meditar sobre su propia mortalidad”, la escritora habla del extraño y muy delirante desafío que define nuestra relación con la muerte, que es, no lo olvidemos, la más natural e inevitable de las experiencias. Para Sontag este desafío se ha vuelto más vehemente y beligerante con el tiempo, y con apenas unos pocos momentos puntuales de lucidez.
Ya no estudiamos el arte de morir, una disciplina regular e higiénica en las culturas más antiguas; pero todos los ojos, en reposo, contienen ese conocimiento. El cuerpo lo sabe. Y la cámara lo muestra, inexorablemente … Peter Hujar sabe que los retratos en la vida son siempre, también, retratos en la muerte. Me conmueve la pureza y delicadeza de sus intenciones. Si un ser humano libre puede darse el lujo de pensar en nada menos que la muerte, entonces estos memento mori pueden exorcizar la preocupación excesiva por la muerte tan efectivamente como evocan su dulce poesía y su pánico.
Las dos series, la de los vivos y la de los muertos, nos conectan con nuestros miedos e inquietudes emocionales más profundas, algo que siempre llevamos con nosotros y que va más allá de nuestras percepciones conscientes.
Sin embargo, hay también un cierto aire de despreocupación en los retratos de Hujar, cierta esperanza, por así decirlo. O podría ser, quizá, una ligera aceptación serena de nuestro destino.
Peter Hujar murió en 1987 de neumonía relacionada con el SIDA. Tenía cincuenta y cuatro años y sobrevivió a muchos de los amigos y conocidos que fotografió, que murieron también víctimas de la plaga del VIH.
La dedicatoria del libro es simple y muy breve: “Dedico este libro a todos los que están en él”.
“Retratos de vida y muerte” está considerado hoy día un libro de culto y es prácticamente imposible hacerse con un ejemplar, si no es pagando un precio astronómico por un ejemplar de segunda o tercera mano. A los que nos interesa su trabajo, nos queda el magnífico libro que Mapfre editó con motivo de la exposición ‘Peter Hujar: A la velocidad de la vida‘.
Curiosamente, pese a que nada más publicarse apenas suscitó interés, ni siquiera entre los acólitos de Hujar. Un periodista preguntó al fotógrafo por qué había hecho un libro como aquel, a lo que Peter respondió: “¿Y por qué no? La vida es así”. Y, en un juego de palabras con el significado de underground (su significado literal es “bajo tierra” pero también se utiliza para hablar de algo “alternativo” como cuando nos referimos, por ejemplo, a la cultura underground) Hujar añadió: “Además, se supone que todas las personas del libro son ‘underground’”.
Hojear este libro nos transporta a ese espacio incómodo pero inevitable en el que tomamos consciencia de nuestra propia mortalidad y de nuestra total indefensión ante el paso inexorable del tiempo. Y lo hace, además, de una forma que explícita y sutil al mismo tiempo. Pocos fotógrafos son capaces de lograr un efecto así, y Peter Hujar era uno de ellos.
El único trabajo que publicó en vida es fiel reflejo de su propia personalidad: complicado, oscuro, hermético… pero también sincero hasta causar dolor, irascible, auténtico y, sobre todo, inolvidable.
Ya lo dice Sontag en una cita que he reproducido más arriba y que me parece que define a la perfección al genio y su trabajo:
Peter Hujar sabe que los retratos de vida son siempre, también, retratos de muerte. Me conmueve la pureza y la delicadeza de sus intenciones.
Vida, muerte, pureza y delicadeza… Hujar era todo eso, y también muchas otras cosas. Era rebeldía, compromiso, talento, soledad, dolor, introspección, pasión… Pero era, sobre todo, fotógrafo. Y uno ciertamente brillante.