Un testimonio fotográfico
Esa mujer espigada que nos mira sonriente montada en su Vespa delante de una casa de pueblo, en una imagen de 1962, es Piedad Isla, gran fotógrafa, que hoy da nombre a un premio de prestigio y a un museo etnográfico en la localidad palentina donde nació, Cervera de Pisuerga, un centro fruto de su afán por coleccionar objetos y que guarda su legado fotográfico. Sin embargo, su nombre no figura en algunos libros de historia de la fotografía española.
Pero Piedad Isla (1926-2009) -de quien Cristina García Rodero dijo cuando descubrió su obra: “Es mi maestra sin yo saberlo”- fue una mujer que creó todo un universo fotográfico entre las paredes de la montaña palentina, que fue su paisaje y su fondo. La exposición Piedad Isla, Un Testimonio Fotográfico, del 7 de mayo al 19 de septiembre de 2021 en el Patio Herreriano de Valladolid , da cuenta de cómo retrató la vida cotidiana en los años cincuenta y sesenta de niños, mujeres, hombres, así como de ceremonias, trabajos… desde la naturalidad que le otorgaba estar en su ambiente. No lo tenía fácil: era mujer -antes de ella se cuentan con los dedos de una mano las fotógrafas en España-, hacía fotos, un oficio “que no estaba muy bien visto”, admitía, y llevaba pantalones, para disgusto de su madre, pero es que la falda se le enredaba en los radios de la bicicleta con la que empezó a trabajar. “Encargó unos pantalones a un sastre y ya siempre iba con ellos puestos. Era una indómita”, señala Esteban Sainz Vidal, presidente de la Fundación Piedad Isla & Juan Torres -nombre del que fue su esposo- y comisario de la exposición junto a Feliciano López Pastor.
Sainz la define como “una pionera del neorrealismo”, el movimiento con el que renovaron la mirada fotográfica en España los miembros de la Escuela de Madrid, con Gabriel Cualladó, Paco Ontañón, Ramón Masats… y los maestros de Barcelona, como Català-Roca o Joan Colom. “Pero ella no los conocía, ni de oídas”, añade Sainz.
Sin embargo, su obra no es la de una aficionada. Isla se formó en un estudio fotográfico de Oviedo a comienzos de los años cincuenta. El interés por la fotografía había nacido en los domingos de su adolescencia: “Alquilaba con mis amigas una cámara en un bazar del pueblo y pagábamos a escote”. De aquellos juegos pasó a comprar su primera cámara, una Kodak Retina de segunda mano, para el estudio que abrió en Cervera, en 1953. “Se presentó en Madrid en la casa Kodak y les convenció para que le dieran un crédito en película para poder empezar”, agrega. Su llegada a los pueblos era un acontecimiento. La anunciaban las campanas de la iglesia.
Con su motillo iba por unos 70 pueblos para hacer las fotos de los carnés de identidad, bodas, bautizos… y empezó a documentar cómo era aquella vida. En una entrevista con EL PAÍS, en 2005, contaba el acontecimiento que suponía su llegada a los pueblos. Ella avisaba al alcalde por teléfono y su entrada la anunciaban las campanas. “Se reunían todos y no se iban hasta que no acababa mi trabajo. Luego enviaba las fotos al alcalde, que se encargaba de repartir los retratos y recibir el dinero, y él me lo hacía llegar”. Fue corresponsal de la agencia Efe y colaboró en varios periódicos. ”Lo que le sobraba de película de su labor profesional lo empleaba en hacer lo que le apetecía, que era retratar tareas que estaban llamadas a desaparecer”.
Sufrió contratiempos, como cuando se le cayó su Rolleiflex desde un puente al río: “Se dio un buen remojón, pero fui a una gasolinera, la sequé con la bomba de aire de inflar neumáticos y pude seguir”. Ante la falta de focos se las ingeniaba para retratar en la calle con luz natural y una sábana de fondo.
Sainz destaca de su estilo “la normalidad”. “Piedad conocía a los personajes que fotografiaba, y ellos la reconocían como alguien de su entorno”. No estaban ante el fotógrafo venido de fuera para captar lo pintoresco, sino que dejaban a aquella mujer meterse con su cámara hasta la dramática intimidad de una extremaunción.
“Reverenciaba a los ancianos”
Entre los fragmentos de vida que fijó en blanco y negro, sobresale su cariño por los niños, como el pequeño Toño, al que retrató tirando de un burrito, o a Juanito Cuadrado, que sonríe con la cara tiznada por estar jugando con carbón. En sus retratos hay siempre respeto por la persona, “reverenciaba a los ancianos”, una mirada que se percibe en su fotografía a la señora Quica, con su rostro arrugado y vestida de negro. En la exposición hay varios retratos de estudio que impresionan por la dignidad del fotografiado, aunque fuese un mendigo con la chaqueta remendada y la camisa zurcida.
Costureras, mineros, pastores trashumantes, carreteros, guardias civiles, o el maravilloso retrato de un grupo de personas que limpia el monte… Y, por supuesto, las ceremonias, como la de la imagen titulada Cantamisa en Estalaya (1958), estampa en la que los feligreses llevan en alto en una silla al religioso. Isla puso el foco en lo tradicional, pero ello no impidió que tomara instantáneas modernas para su época, como Rosita y Maruja (1954), en la que capturó desde una ventana a dos mujeres que caminan por la calle embarrada, pero la mitad de la imagen es la contraventana de madera.
Su obra no empezó a conocerse hasta los años ochenta. “Ella no le daba importancia a lo que hacía. Hoy hay más de 200.000 negativos, incluido material en color que no hemos estudiado por falta de presupuesto”, según Sainz. En el Museo Etnográfico Piedad Isla, el que creó junto a su esposo en 1980 en la casona del siglo XV en la que vivió en Cervera, hay más de 2.000 objetos de carpinteros, labradores, herreros, junto a juguetes, vestidos, instrumentos musicales… Acompañado de unas 300 fotos relacionadas con ese conjunto.
Piedad Isla se jubiló en 1992, pero solo dejó su oficio cuando falleció el 6 de noviembre de 2009 en Madrid. A sus 83 años tenía programada una conferencia sobre fotografía que no pudo dar. Preocupada siempre por propiciar un mundo mejor a los que venían detrás, dejó escrito: “Tenemos una herencia recibida con una obligación de cumplimiento, de nosotros depende el ritmo y dirección que la demos”.
UNA FOTÓGRAFA COMPROMETIDA CON SU ENTORNO
Las ocupaciones de Piedad Isla desbordaron su actividad como fotógrafa. Fue concejal y primer teniente de alcalde de su pueblo, creó asociaciones culturales y, comprometida con el patrimonio artístico, la naturaleza y el turismo de su comarca, organizó jornadas para la recuperación de la arquitectura tradicional y el cuidado del medio ambiente. “Se enfrentó a los inmovilistas y le metía el dedo en el ojo a los políticos”, apunta Esteban Sainz. En 2005, la Diputación de Palencia instituyó un concurso fotográfico con su nombre, que premia una trayectoria y que han recibido, entre otros, Cristina García Rodero, Ramón Masats, Colita, Juan Manuel Castro Prieto, Chema Madoz y Marisa Flórez. En la imagen, Piedad Isla en moto, en 1962 (FUNDACIÓN PIEDAD ISLA & JUAN TORRES)