JUEVES FOTOGRÁFICOS «MASCARADAS» Rituales Ancestrales. Miguel Ángel Cruz Sánchez
Una vez más orgullosos de presentar un nuevo JUEVES FOTOGRÁFICO.
En esta ocasión el AUDIOVISUAL «MASCARADAS». Rituales Ancestrales. Cuyo autor es nuestro socio MIGUEL ÁNGEL CRUZ SÁNCHEZ. Jueves 24 de FEBRERO 2022 a las 20:00 h .
CENTRO CÍVICO JOSÉ LUIS MOSQUERA. C/ PÍO DEL RÍO HORTEGA 13. VALLADOLID
Os esperamos…
William Klein, el ojo rebelde que amó Nueva York tanto como la odió
por Cartier Bresson no es un reloj | Ene 27, 2022 |
Siempre he hecho lo contrario de lo que me enseñaron… Me hice fotógrafo sin apenas formación técnica. Cuando tengo una cámara en mis manos, hago lo posible para que no funcione correctamente. Para mí, hacer una fotografía es hacer una antifotografía.
Rebelde en sus palabras y rebelde en sus imágenes. La fotografía no sería lo que es sin William Klein. No sería lo que es… ni de la forma en que lo es. Revolucionó la fotografía de moda sacándola del estudio, dirigiendo a sus modelos en plena calle, fotografiándolas con teleobjetivo, disfrutando y observando con esa mirada divertida, tan irónica y tan suya, las reacciones de los transeúntes que ignoraban la presencia de la cámara. Y es que la calle siempre ha palpitado muy dentro de Klein. Nacido y criado cerca de Harlem, captó como nadie ese Nueva York en el que nadie se atrevía a entrar y mucho menos a mirar: el Bronx, el Bowery… aquellos barrios y sus gentes estaban muy alejados de la ciudad moderna, blanca y de infinitas posibilidades que se pretendía vender.
Pero William Klein ha sido siempre eso, un rebelde, un fotógrafo con un instinto y una particular pulsión fotográfica muy por encima de los convencionalismos y modas pasajeras. Una creatividad, y lo que es más importante, una libertad creativa, imposible de contener.
Con incursiones en la fotografía experimental, la fotografía de moda en Vogue y en el cine, Klein siempre ha sido auténticamente Klein. Con apenas nociones y condicionantes que determinaran su forma de crear y expresarse, la improvisación ha guiado gran parte de su práctica fotográfica. Formado como pintor, Klein nunca estudió fotografía. El suyo es uno de los mayores y mejores ejemplos de libertad y osadía creativa aplicados a la fotografía.
Gracias a una beca que el gobierno estadounidense concedía a los exsoldados, William pudo estudiar arte en París.
París era el centro artístico del mundo. Pensé que, después de la guerra, y con un puñado de dólares, podría vivir allí a cuerpo de rey, ir a la Coupole y codearme con Picasso y Giacometti. Pensaba que la vida era aquello.
Estudió brevemente con André Lhote, el que también fuera profesor de Cartier-Bresson, al que Klein dedicó algún que otro dardo a lo largo de su carrera, y con el afamado escultor y también pintor Fernand Léger.
Léger resultaba imponente, era como Rocky Marciano o Lee Marvin. Era como un enorme y fornido campesino normando. Te hablaba de forma simple y directa: ‘Vosotros, veinteañeros aprendices de genio, queréis ser famosos, queréis exponer en galerías, conocer a coleccionistas, haceros ricos y toda esa mierda. Lo que debéis hacer es echar un vistazo a lo que hicieron los pintores en el siglo XV en Italia’. Había libros sobre el Quattrocento, pero eran caros y no teníamos dinero, así que los robamos. Nos tomamos en serio lo que nos dijo Léger.
Este período como alumno de Léger es básico para entender el germen de la obra y la práctica del fotógrafo estadounidense. El pintor francés exploraba aspectos del cubismo y del futurismo, e incluía películas de tipo experimental. Esa forma ambiciosa y pluridisciplinar de aproximarse al arte influyó decisivamente en el joven William Klein.
Conocer a Léger y ver a una persona que era artista al 100 %, un gran innovador y un gran teórico, fue algo muy grande.
Los primeros trabajos de Klein estaban llenos de líneas rotundas y atrevidas, de colores vivos y de un más que evidente estilo gráfico. En aquel momento, parecía dirigirse irremediablemente hacia la fotografía abstracta.
Más tarde, me encontré con un joven arquitecto que había hecho una serie de paneles pintados por ambos lados para separar un espacio. Fotografié la instalación mientras alguien giraba los paneles. Las formas geométricas de las pinturas se difuminan. La fotografía dio otro aspecto a las composiciones de pinturas geométricas. Luego comencé a interesarme en lo que se podía hacer en el cuarto oscuro y me di cuenta de que ese desenfoque añadía algo a la pintura. Entonces dije: «Quizás podría hacer algo con la fotografía».
Lo curioso es que suele ser al revés. Un chico hace pinturas y descubre que sus pinturas son bastante malas y dice: «¿Qué más puedo hacer?» Se dedica a la fotografía, que es está como un escalón por debajo. Para mí fue todo lo contrario. La fotografía me llevó a experimentar con la obra gráfica y, de hecho, con la pintura. Así que las obras que hice en el cuarto oscuro estaban a un paso de la pintura tradicional que estaba de moda en ese momento: Picasso, Miró, Léger, etc. La fotografía supuso para mí salir del ABC de la pintura abstracta que se hacía entonces en París. Descubrí que podía hacer lo que quisiera con un negativo en un cuarto oscuro y una ampliadora. Dije: «Oye, esto me permite decir lo que quiera sobre la vida que hay a mi alrededor», y eso no podía hacerlo con pinturas geométricas. Podía decir muchas cosas con la fotografía.
Estas primeras fotografías eran experimentos de luz y formas, abstracciones que, lejos de parecer caóticas o meros esbozos, tenían un ‘algo’ que llamó la atención del todopoderoso Alexander Liberman, director de arte de la edición estadounidense de Vogue. Liberman, por cierto, había sido pintor antes que editor, de ahí que captara rápidamente al artista que se escondía en Klein.
La conversación con Liberman hace que en 1954 abandone su adorada París y vuelva a Nueva York, su ciudad natal. Este hecho es particularmente importante en la vida y en la trayectoria como autor de Klein ya que será aquí donde cree un innovador retrato de la ciudad, algo totalmente diferente a lo que se había hecho hasta ese momento en fotografía.
Liberman me dijo: «¿Te gustaría trabajar para Vogue?» Y dije: «¿Haciendo qué?» Y él dijo: «No sé, podrías ser el asistente del director de arte y trabajar conmigo. O podrías hacer fotos «. Y dije: “Bueno, eso suena genial. Haré fotos. ¿Pero qué tipo de fotos? “Y él dijo: «Oh, ya verás. Harás retratos, harás naturalezas muertas «. Eso es lo que hice durante unos meses. Y luego dijo: «¿Tienes un proyecto?» Y dije: «Sí, me gustaría hacer un retrato de Nueva York, la ciudad tal y como la veo tras regresar de París». Y él dijo: “Eso suena genial. Lo financiaremos». Tenía 23 años y a los 23 crees que puedes hacer cualquier cosa. Hice fotos de Nueva York y de ahí salió mi libro sobre Nueva York.
Pero las fotos eran un poco raras, originales, sucias … Se las mostré a Liberman y me dijo: «Bueno, haremos un portfolio». Nunca hicieron ese portfolio, porque aquellas fotos eran lo menos publicable que había. Esto era Vogue, se dirigía a gente de la clase alta… (…) Y yo, con aquellas fotos, les decía “Nueva York es un tugurio”. La gente que vive en la Quinta Avenida no conoce Nueva York. Yo sí conozco Nueva York, he paseado el culo por toda la ciudad.
Su ‘New York’ marcará un antes y un después, un libro en el que el Nueva York de la calle palpita, respira y siente, un trabajo que no es una mera colección de imágenes, que casi se puede secir que se asemeja más a una película que a un libro, en el que, además, las fotografías van acompañadas por textos escritos por el propio Klein. La prosa de Klein resulta tan irónica y afilada como sus imágenes.
Me gusta el humor negro. Creo que el mundo es muy divertido y trágico, y mis fotografías son básicamente humor judío oscuro.
El fotógrafo y coleccionista de Fotolibros Martin Parr describe muy bien el libro de Klein:
Lo que Klein hizo a mediados de los 50 fue utilizar el lenguaje típico de los trabloides, con mucho grano, mucho blanco y negro y su forma directa de mirar al mundo. Él olió la energía de Nueva York y quiso plasmarla en esas imágenes granulosas en blanco y negro, llenas de vida.
En esos años, Williams Klein combina sus dos facetas. Sigue trabajando para Vogue, lo que le hace enfrentarse a uno de los mayores retos de su carrera: iniciarse en la fotografía de moda. Este será otro de los puntos de inflexión de Klein. Después veremos cómo su aportación en este campo, gracias a su genio, osadía y frescura, cambiará la fotografía de moda para siempre.
No sabía que los fotógrafos de moda fueran tan buenos, excepto Penn y Avedon, pero ellos tenían su propia técnica. Me di cuenta de que yo no tenía técnica. Pero Liberman me dijo: «Mira, somos una revista de moda y publicaremos tus fotografías de Nueva York. Algún día podrías hacer fotos de moda diferentes, poco convencionales, y eso nos vendría bien. ¿Por qué no lo intentas?»
Entonces, pensé, ¿cómo puedo hacerlo? Y se me ocurrió hacer fotos de moda con un teleobjetivo, con las chicas en medio del tráfico. Lo hice, y Liberman dijo: “Son geniales. ¿Por qué no te encargas de fotografiar las colecciones de moda?” Las colecciones fueron un problema. Toda la revista se movilizaba para ir a París a hacer fotos y hablar de las nuevas tendencias. El encargado de hacerlas era Penn, las hizo en el estudio, sobre un fondo blanco. Liberman dijo: “Mira, ¿por qué no haces algunas fotos de moda pero del estilo de las que has hecho en tu trabajo sobre Nueva York? Competimos con Harper’s Bazaard y nuestras colecciones resultan muy frías. ¿Por qué no intentas hacer algo emocionante?» Y eso es lo que hice, y tuvieron éxito. Poco a poco, empecé a ganarme la vida con la fotografía de moda. Trabajar para Vogue me permitió hacer mi libro sobre Nueva York.
Entre 1955 y 1965 Klein se dedicó a la fotografía de moda. Huyó del estudio y sacó a las modelos a la calle, ante la estupefacción de automovilistas y transeúntes, usó teleobjetivos, grandes angulares y largas exposiciones combinadas con flash, algo impensable en aquella época. En el fondo, no le interesaba la moda, ni las ropas ni las modelos, lo que buscaba era explorar los límites y las posibilidades de la fotografía.
Y es que a Klein, con ese espíritu tan libre e inquieto, le aburría el estilo encorsetado de Vogue. Prefería vagar por las calles de la ciudad haciendo fotos a los transeúntes. Era lo que le gustaba. A lo que le empujaba su pulsión. Y no tenía la intención de ir contra ella. Nunca lo hizo.
Pero a la hora de sacar a la luz su trabajo, se encontró con un problema. A los editores no les gustaron sus fotos, no las entendieron. Las criticaron sin piedad, las tildaron de demasiado crudas, de confundir la imagen de Nueva York. La ciudad del dinero y la opulencia, de las mil oportunidades, el espejo donde el planeta entero se miraba y debía mirarse, no se veía por ninguna parte. El Nueva York de Klein no era un modelo, era una ciudad como cualquier otra. Nadie quiso publicar sus fotos.
No conseguí nada con los editores neoyorquinos. Decidí volver a París. Fui a ver a Chris Marker, editor de libros de viaje, y él me dijo: “Vamos a publicar este libro, o si no, dimito”. Él era como el niño prodigio de la editorial, que era muy tradicional y clásica, pero gracias a él el libro se publicó.
Tal y como le sucedió a Robert Frank en la misma época con ‘Los Americanos’, fue una editorial francesa la primera en publicar un libro que hoy día es todo un clásico y uno de los más reconocidos de la historia de la fotografía. La vieja Europa supo apreciar, antes que nadie, aquel Nueva York visto a través de los ojos de William Klein.
El libro de Nueva York era un diario visual y también una especie de diario personal. Quería que se pareciera a las noticias del periódico. No me sentía identificado con la fotografía europea. Me resulta demasiado poética y anecdótica… la cualidad cinética de Nueva York, los niños, la suciedad, la locura… Traté de encontrar un estilo fotográfico que se le acercara. Así que decidí que las fotos tendrían grano y serían muy contrastadas y oscuras. Recortar, desenfocar, jugar con los negativos… No creí que una técnica depurada fuera adecuada para Nueva York. Me gustaba imaginar mis fotos tiradas en la cuneta como un ejemplar del New York Daily News.
El secreto de las fotos de Klein está en que en su propia relación de amor-odio con la ciudad que le vio nacer. Klein retrata su Nueva York. Estamos ante un “Nueva York según William Klein”, al igual que estamos ante un “Los Americanos según Robert Frank”. Tanto uno como otro son dos trabajos profundamente autorales. Lo son por la fuerza y mirada implacable de ambos autores, pero en el caso de Klein lo es también por el profundo amor que siente por su ciudad. Pese a la ironía con la que siempre se ha referido a Nueva York, Klein ama a su ciudad profundamente, él mismo es el típico neoyorquino de barrio. Su rabia es contra ese Nueva York sesgado y construido de cara a la galería y a los intereses del capitalismo más desaforado, ese que oculta y ningunea a los barrios que siempre lo han sostenido, en los que palpita el verdadero corazón de la ciudad. Y su crudeza es también la reacción ante la perplejidad de una ciudad que se está erigiendo en símbolo del consumismo y el mercantilismo más frenético. Klein la reivindica y la muestra así, descarnada, porque, en el fondo, aunque a veces le cueste admitirlo (No amo Nueva York, amo París. A Nueva York la tolero, ha llegado a decir), el fotógrafo ama profundamente a su ciudad, la ama como amamos a nuestros padres, por necesidad y sin remedio, lo que no evita que a veces dirijamos nuestra frustración y nuestra rabia hacia ellos.
Pensé que Nueva York se lo merecía, que necesitaba una patada en las pelotas. Cuando regresé de París a Nueva York, quería desquitarme. Ahora tenía un arma, la fotografía.
Yo era una especie de etnógrafo: trataba a los neoyorquinos como un explorador trataría a los zulúes, buscando la instantánea más cruda, el grado cero de la fotografía.
Quería “poseer” lo que estaba viendo. Acumular documentos sobre personas que me cruzaba por la calle, o combinando personas, objetos a su alrededor, lugares… Tenía la impresión de que todo eso me pertenecía, que todo me pertenecía, que era mío. Más tarde, el cuarto oscuro me permitió expresar esta propiedad en una hoja de papel fotográfico sensible a la luz. Entonces, existía esta relación y este lado de la «toma fotográfica» que no era desagradable. Apuntamos, preparamos el encuadre, apretamos el botón… Y ya está, en cierta medida, es como matar al sujeto poseyéndolo, congelándolo en tiempo y en espacio. ¿Acaso no hablamos continuamente de “disparar”?
Una de las cosas que llama la atención de las fotografías tomadas por William Klein en Nueva York es que en muchas de ellas hay algún sujeto que mira directamente a la cámara. Klein no evita ese contacto, no es el testigo silencioso y distante que era Cartier-Bresson, él es parte de la foto y su presencia es parte de la escena. Es otra forma de entender la fotografía y la relación con el sujeto. William Klein fotografía desde la cercanía, desde un profundo conocimiento de la naturaleza humana, de sus sentimientos, sus miedos, sus sueños… y su vanidad.
Todo el mundo en Nueva York pensaba que era especial, que estaban llamados a ser famosos, y pensaban que merecían ser fotografiados.
Muchas de las personas que aparecen en mis fotos me miran o hay alguien a un lado que mira al grupo de personas preguntándose qué es lo que estoy fotografiando. Entonces hacer fotos era algo raro, era 1954-1955. A mucha gente le sorprendía verme haciéndoles fotos.
A través de las páginas del libro, Klein nos lleva de la mano en un viaje muy personal por los barrios del Nueva York de la época. Su mirada es personal, sensible, receptiva y abierta. Klein es un autor con mayúsculas.
Algunas de las fotos del libro son ya auténticos iconos dentro de la obra de Klein en particular y de la historia de la fotografía e general.
Es una foto posada. Está hecha en Little Italy. El enano era la mascota y esos hombres estaban jugando con él. Estaban orgullosos de enseñarme a su mascota. Y él estaba orgulloso de ser su mascota. A mí me pareció repugnante y de mal gusto.
Mucha gente, al saber que iba a Harlem a hacer fotos, me preguntaba si estaba loco. Allí había gente a la que me hubiera dado miedo mirar directamente, pero era fácil mirarles a través de la cámara.
Los blancos nunca iban a Harlem, ni siquiera piensan en él, está fuera de los límites, en algún lugar de la mala conciencia de la ciudad. El tiempo se paró en Harlem cuando los blancos abandonaron el barrio.
Esta imagen es una especie de póster del sueño americano. El policía italiano, el latino, la madre judía, y la mujer afroamericana… Es el famoso ‘melting-pot’ o crisol estadounidense, una sociedad resumida y condensada espontáneamente en una sola foto. Un auténtico momento decisivo.
Por esta forma de plasmar la sociedad estadounidense, esta imagen me recuerda mucho a la del tranvía de Robert Frank. En aquella se refleja a la perfección la segregación social y la desesperanza (la mirada y el gesto del hombre afroamericano) que provocaban las fuertes desigualdades de la sociedad estadounidense.
Se trata de dos fotografías que están hechas en la misma época, en un mismo país, una en Nueva York (la de Klein) y otra en Nueva Orleans (la de Frank). Dos fotos de autores diferentes, con personalidades diferentes, pero muy incisivos a la hora de captar la realidad social de un país que se debatía entre el ideal representando por el ‘American way of life’ y el ‘American dream’, y la realidad de lo que sucedía diariamente en sus calles, pueblos y barrios. De hecho, y como ya he citado anteriormente, ni la mirada de Klein ni la de Frank gustaron y tuvieron serios problemas para publicar sus trabajos.
La del niño con la pistola es quizá la fotografía más conocida de William Klein. Y, tal y como él mismo señala, la más autobiográfica.
Los niños estaban jugando, su actitud no tenía nada de amenazante. Les dije que hicieran de chicos duros, y para mí esta foto es como un autorretrato. De pequeño yo también jugaba en la calle con pistolas, pero también tenía mis momentos de niño bueno y angelical…Yo soy estos dos niños.
El Klein persona y el Klein fotógrafo están en esa foto. Su vertiente provocadora, juguetona e irónica. Su manera “disfrutona” y abierta de enfrentarse a la vida. Su forma de mirar, directa, sus ganas de provocar una reacción, de captarla y de observarla. Klein observa y apunta, con pistola de juguete o con cámara, y lo hace sin esconderse, divertido.
Es así como esta foto de convierte en el mejor autorretrato de Klein; el chico rudo y directo y el artista sensible, dos caras de una misma moneda, la clave para entender la riqueza y la personalidad única de su trabajo.
Tras su ‘New York’ llegarían otros trabajos centrados también en ciudades concretas. .El siguiente fue ‘Roma’, fruto en gran medida del azar y las circunstancias, y después vendrían sus incursiones en Tokyo, Moscú y París.
Casi todo es fruto de las coincidencias, la suerte y la oportunidad. ‘Roma’ fue un accidente. Yo era una especie de “gruppie” de Fellini. Quería enseñarle mi libro sobre Nueva York. Sabía que estaba en París promocionando su nueva película y le llamé a su hotel. Pregunté por él y me lo pusieron al teléfono, algo que, hoy en día, con tantos agentes y representantes, hubiera sido imposible, pero entonces las cosas funcionaban así.
Le dije que quería enseñarle un libro sobre Nueva York y me citó al día siguiente a las 4. Cuando lo vio me dijo que lo tenía, que lo habían publicado en Italia, que lo tenía en su mesilla de noche. Entonces me invitó a ir a Roma y ser su asistente. Le dije que yo no sabía nada sobre cine y le pregunté qué era lo que hacían los asistentes. Me dijo que no había problema, que la cosa era que si él se ponía enfermo yo tendría que sustituirle y filmar las escenas. Y le dije que vale.
Así que fui a Roma con mi mujer. Pero el rodaje se retrasó. Y decidí que, ya que estaba allí, haría un libro sobre Roma. Cuando miro atrás, me doy cuenta de que la mitad de lo que he hecho ha sido porque me surgió la oportunidad de forma inesperada.
Llevado por su admiración por Fellini, a finales de la década de 1950, Klein comenzó a hacer incursiones en el mundo del cine, un medio que le sirvió también para seguir fijando su ácida mirada sobre Nueva York. De ahí nació su legendario corto ‘Broadway by Light’ (1958), considerado una de las primeras y más brillantes manifestaciones del Pop Art. Los neones que iluminan la noche neoyorkina le sirvieron para denunciar la cultura del consumismo desaforado estaba transformando estética y socialmente la ciudad.
El mejor amigo del editor parisino Chris Marker era Alain Resnais. Y Resnais me dijo: «Escucha, acabas de hacer un libro, tienes una nueva forma de ver las cosas, ¿por qué no haces una película?». Y dije: «Sí, ¿por qué no?» Entonces, fui con una cámara e hice una película que sería estéticamente opuesta a mi libro sobre Nueva York, porque mucha gente criticó el hecho de que mi libro sobre Nueva York era muy duro, en blanco y negro y sucio. Entonces dije: «Haré algo muy hermoso, que será lo contrario a la estética del libro, pero que dirá las mismas cosas». Así que hice una película que llamé ‘Broadway by Light’ (1958). Era como un ready-made de Marcel Duchamp. Grabé las luces en Broadway, en realidad eran anuncios luminosos. Es lo primero que los turistas vienen a fotografiar y, en realidad, es un lavado de cerebro. Pero al mismo tiempo, era lo más hermoso de Nueva York. Esas luces y letreros, Pepsi-Cola y Coca-Cola, etc., se convirtieron en el ABC de la pintura y la fotografía pop.
La hice con un trípode y una pequeña Arriflex. Y la gente que me veía grabando en la calle, a las 11 de una gélida noche, se me quedaban mirando y me decían que tenía una gran cámara, pero nunca me preguntaban qué estaba filmando o por qué lo hacía.
Mucha gente me decía que había hecho un libro muy oscuro, negro y antiamericano, así que pensé en hacer algo que se viera bonito, en color, y que hablara también del consumismo y del afán por vender y comprar.
Fue un acto consciente de seguir con mi diatriba en contra de los Estados Unidos, pero esta vez enmarcándolo todo en una especie de cielo colorido y dulce, como lleno de caramelos.
El corto es un himno a Estados Unidos, un himno al dinero y un himno al comercio. Es un himno a lo más bonito que hay en Nueva York.
A mediados de los 60, Klein se embarca en otra de sus aventuras cinematográficas. Deja Nueva York y dirige su ácida mirada hacia otro mundo que conoce tan bien como su ciudad natal: el mundo de la moda. De ahí nace su primer largometraje, titulado ‘Who are you, Polly Maggoo?’.
Rodada entre 1965 y 1966, es una parodia muy al estilo Klein del mundo de las modelos, los diseños imposibles y los medios de comunicación, con uno de sus personajes sospechosamente parecido a la famosa Diana Vreeland, famosa editora de moda de Vogue y de Harper’s Bazaard.
Klein construye su propio mundo del absurdo y nos presenta una industria de la moda empeñada en hacer ropa tan llamativa como inservible y en la que se mueven una serie de personajes a cada cual más extraño y estrambótico. Klein utiliza además este marco para realizar un alarde de geometrías y diseños basados en el Op Art.
El fotógrafo y ahora cineasta vuelve a adelantarse a su tiempo. La película es un magnífico reflejo satirizado del mundo de las top models y del famoseo televisivo que serán una de las características del mundo más mediático de la moda 20 años después.
Tres años después, en 1969, se embarcará en una aventura cinematográfica totalmente diferente, el documental ‘Muhammed Ali, the greatest’. Klein consigue acceder al círculo más íntimo de la leyenda del boxeo y realiza el que aún hoy se considerar el documental más complejo y más completo sobre un deportista que jamás se haya hecho.
Klein sitúa la historia en torno a tres de los combates más famosos de Alí, y consigue, son su cámara, que nos sintamos tan dentro de la historia como si la hubiéramos presenciado en persona. Klein, en el cine, sigue siendo incisivo, sigue dando un paso hacia adelante donde muchos otros retrocederían.
William Klein es hoy un hombre de 93 años que se niega a soltar la cámara. Quizá el último, junto a Elliott Erwitt, de las grandes leyendas vivas de la fotografía.
Conocí el trabajo de Klein, el fotográfico, a través de su icónica foto del niño apuntando con la pistola a cámara. Y me alegro de haber entrado en él a través de ese “autorretrato”, como él tan bien lo define. Lógicamente, lo que vi entonces en esa foto, es bastante menos de lo que veo ahora que conozco a Klein y su obra.
De esa foto emana una energía especial, la misma que destila esa joya que es ‘New York’. Más que una secuencia, es una acumulación de fotos, imágenes que te transmiten algo sonoro y rítmico, de una crudeza y una autenticidad profundamente urbanas. Son un sonido visual, salvaje, rítmico, palpitante. El sonido de ese Nueva York genuino que tanto reivindicaba Klein.
Esto hace de Klein un fotógrafo diferente. Lógicamente, en aquella época, no era el único streeter que se movía por las calles de las grandes ciudades estadounidenses. Pero sí era el único en mirar la calle y en “vivirla”, cámara en mano, como él lo hacía. Sus encuadres ásperos y sus imágenes borrosas y ligeramente distorsionadas construyeron un estilo que era inequívocamente Klein, inequívocamente personal.
Su lenguaje era nuevo, rompedor y diferente, algo radical y único para la época. Y así es como hizo y ha hecho historia este neoyorquino enamorado de París.
Mientras preparaba este post y buscaba imágenes que lo acompañaran, me encontré con una fotografía que me fascinó y que jamás hubiera adivinado que fuera de William Klein. La tomó en París, en una casa de baños (o spa, como las denominamos hoy en día) creada exclusivamente para gente con sobrepreso.
Me maravilló la dulzura, respeto y seriedad con la que estaba hecha. La dignidad, orgullo y confianza que transmiten esas mujeres pero, sobre todo, su refrescante naturalidad. Hay una complicidad recíproca en la forma en que ellas miran a Klein y en cómo el las mira a través del visor. Una foto que, además, y es importante, subrayarlo, se adelanta en casi dos décadas a la reivindicación de lo ‘curvy’, de los cuerpos con sus redondeces y sus formas naturales, de esas siluetas despojadas de su valor y su belleza por los draconianos e imposibles cánones de belleza y perfección impuestos por la industria de la moda y los cosméticos. Klein vio, reconoció y celebró la belleza de esas mujeres en 1990, en la época de las top model y de los cuerpos esqueléticos que inundaban las pasarelas y las portadas de las revistas.
Les pedí que posaran como si fueran modelos de pasarela. Tenían miedo de que me estuviera riendo de ellas, pero cuando vieron la foto, les pareció que salían muy guapas. Yo mismo creo que se ven muy bellas. Y sexys.
Una vez más, este fotógrafo rebelde y vanguardista supo ver belleza y algo que contar allá donde nadie la veía… simplemente porque nadie miraba ahí.
La cámara era una excusa para poder mirar.
Es una de sus frases recurrentes. También la de otros muchos fotógrafos, pero Klein, a diferencia de la mayoría, utilizaba la cámara no solo para mirar, sino para hacerlo de forma diferente.
Siento que estoy haciendo algo que vale la pena. Siento que estoy mostrando algo que otras personas no han mostrado. No puedo hablar con las personas a las que fotografío, solo voy, me dejo llevar. Así que realmente no tengo una relación con ellos. Mucha gente piensa que es muy importante. Yo no. Es como el amor a primera vista. Veo a alguien y me causan una primera impresión, y me hago una idea de quiénes son o qué son.
Ser uno mismo, eso es lo importante. Prefiero mucho más ver algo que, por muy torpe que sea, no se parezca nada al trabajo de otra persona.
Como judío criado en un barrio antisemita, William Klein supo ya de muy pequeño lo que era ser diferente e ir a contracorriente. Por eso no le importó ni le asustó, al contrario, probar cosas nuevas, abrir vías que no gozaran de la aprobación ni el aplauso del resto. Hoy en día, fotógrafos como el estadounidense Gregory Halpern, uno de los máximos exponentes del nuevo documentalismo fotográfico, o la gallega Lua Ribeira, con su vertiente experimental, fresca y renovadora, son reconocidos como dos de los grandes valores a la hora de abrir nuevas vías de expresión y representación en fotografía. A muchos se les atragantan. Lo mismo pasaba con Klein, pero no le importaba, estaba acostumbrado a ser diferente, mirar diferente y sentirse diferente. La fotografía debería agradecérselo eternamente.
Él mismo dio con la clave de su singularidad un día, cuando dijo tener un ojo americano y un ojo europeo. Quizá fue eso lo que le permitió mirar el mundo y a sus semejantes de la manera en que los miró, de mirar Nueva York con la cercanía, el conocimiento y la ironía de un lugareño, de quien sabe lo que ve y por qué lo ve, y capacidad de asombro y el ligero desapego de un extraño. Quizá, quien sabe, ese doble ojo de Klein sea el verdadero secreto de su fotografía, lo que explica eso que tan intensamente percibimos en sus imágenes pero que nos cuesta traducir en palabras.
Mis fotografías son los fragmentos de un grito ininteligible que intenta decir vete a saber qué… Lo que más placer podría causarme en la vida sería hacer fotografías tan incomprensibles como la propia vida.
PETER LINDBERGH: LA MODA (Y LA VIDA) NO ERA PERFECTA
‘Peter Lindbergh: Untold Stories’ es una retrospectiva sobre el trabajo del fotógrafo polaco Peter Lindbergh con imágenes que él mismo eligió y comisarió antes de su fallecimiento. Fotografías en blanco y negro de iconos de la moda como Naomi Campbell, Kate Moss o Linda Evangelista que mostraban su lado humano e imperfecto y que cambiaron la forma de retratar el glamour.
‘Peter Lindbergh: Untold Stories’ es el título de la exposición retrospectiva que el propio Peter Lindbergh comisarió poco antes de su prematuro fallecimiento en 2019 y que todavía se puede visitar en el puesto de A Coruña, con entrada gratuita, hasta el 28 de febrero.
Lindbergh dedicó dos años a seleccionar estas 161 imágenes que componen un recorrido por las cuatro décadas de su carrera, durante las que inmortalizó a algunas de las mujeres más famosas del mundo de la moda, el cine y más allá, desde Nicole Kidman y Charlotte Rampling a Uma Thurman, pasando por muchas de las supermodelos que marcaron la década de 1990, como Linda Evangelista, Naomi Campbell o Kate Moss.
Sin duda, un artista que ha dejado una huella imborrable tanto en la moda como en la fotografía. Las imágenes tomadas entre principios de los 80 y 2019, la exposición nos permite aproximarnos a la obra del legendario fotógrafo desde perspectivas nuevas e insólitas.
La muestra se presenta en colaboración con la Lindbergh Foundation, que dirige Benjamin Lindbergh, hijo del fotógrafo. Como complemento a la exposición la editorial Tachen ha publicado dos libros con fotografías del autor, ‘Raw Beauty’ y ‘Untold Stories’.
‘Peter Lindbergh: Untold Stories’, La exposición
La exposición reúne más de 160 fotografías cuidadosamente seleccionadas por el propio Lindbergh y organizadas en tres capítulos. Dos instalaciones a gran escala cierran la parte introductoria y ofrecen una perspectiva nueva y sorprendente sobre la obra de Lindbergh.
‘Manifest’, la monumental instalación de apertura, que incluye varias impresiones en papel blueback a gran escala, ha sido especialmente diseñada para la muestra y presenta, a través una experiencia inmersiva y sugerente, el modo en que Lindbergh entendía la fotografía de moda.
Se expone en una sala completamente negra e incluye las 24 imágenes que solían aparecer siempre que el artista tenía que hacer una selección de obras, aquellas que en su opinión mejor representaban el papel de la fotografía de moda en la cultura visual global.
Para la sección central de la exposición, en una sala blanca que contrasta con la primera instalación, Lindbergh escogió las obras que consideraba clave en su trayectoria. Experimentó con su propio material y sacó a la luz nuevas historias sin dejar de ser fiel a su lenguaje.
Tanto las obras emblemáticas como otras que nunca han sido expuestas se muestran por parejas o en grupos dando lugar interpretaciones inesperadas y sorprendentes. Aquí se encuentran algunas de sus series más icónicas, como la de Naomi Campbell retratada en Ibiza en el año 2000 o la de Milla Jovovich posando con una estética inspirada en el cabaret.
En esta sala, las fotografías de encargo, las personales y las editoriales se exponen como un todo, sin jerarquías, tal y como Peter Lindbergh las concebía. Sus recursos formales y obsesiones recurrentes surgen aquí con claridad: la atención prestada al cuerpo, las artes escénicas y las definiciones de belleza son algunos de ellos.
La exposición se cierra con la instalación cinematográfica ‘Testament’ (2013), que revela una faceta desconocida hasta la fecha de la práctica y el carácter del fotógrafo alemán. La película, rodada a través de un espejo unidireccional, muestra el intercambio silencioso entre la cámara de Lindbergh y Elmer Carroll.
El condenado a muerte de Florida pasó 30 minutos mirando atentamente su reflejo, pensativo, introspectivo y sin ninguna expresión facial significativa. Mostrada por primera vez, la instalación ‘Testament’ añade un elemento inesperado a la exposición y abre el debate sobre temas de vital importancia para Peter Lindbergh: la introspección, la empatía y la libertad.
Peter Lindbergh, el autor
Peter Lindbergh (1944-2019) es considerado uno de los fotógrafos más influyentes del panorama contemporáneo. Nació en Lissa (en la Polonia ocupada) en 1944 y pasó su infancia en Duisburg (Renania del Norte-Westfalia). Trabajó como escaparatista para unos grandes almacenes locales hasta que a principios de los 60 se matriculó en la Academia de Bellas Artes de Berlín. El propio artista recordaba así aquellos años: «Prefería dedicarme a buscar las fuentes de inspiración de Van Gogh, mi ídolo, en lugar de pintar los retratos y paisajes obligatorios que se enseñaban en las escuelas de arte…».
Inspirado por la obra de Van Gogh, pasó casi un año en Arlés para luego embarcarse en un viaje en autoestop por España y el Norte de África. Más tarde, estudió pintura libre en la Escuela de Artes de Krefeld. Joseph Kosuth y el movimiento conceptual fueron grandes influencias para él, que antes incluso de graduarse ya fue invitado a presentar su obra en la célebre y vanguardista Galerie Denise René – Hans Mayer en 1969.
Tras mudarse a Düsseldorf en 1971, empezó a prestarle más atención a la fotografía y trabajó durante dos años como asistente del fotógrafo Hans Lux, antes de abrir su propio estudio en 1973. Lindbergh empezaba a ser bastante conocido en su país cuando se unió a la familia de la revista Stern, junto con leyendas de la fotografía como Helmut Newton, Guy Bourdin y Hans Feurer, y en 1978 se instaló en París para seguir con su carrera.
Considerado un pionero de la fotografía, introdujo una forma de nuevo realismo mediante la redefinición de los estándares de belleza con imágenes atemporales. Su enfoque humanista y su idealización de la mujer lo distinguen de otros fotógrafos, ya que siempre privilegió el alma y la personalidad en su obra.
Lindbergh creía que había algo en cada persona que la hacía interesante, más allá de su edad, y por ello revolucionó los estándares de la fotografía de moda en épocas en las que se abusaba del retoque. En sus propias palabras: «Los fotógrafos de hoy en día tienen la responsabilidad de liberar a la mujer, y en definitiva a cualquier persona, del terror de la juventud y la perfección».
Fue el primer fotógrafo que incluyó una narrativa en sus series de moda, que a su vez abrió la puerta a una nueva visión del arte y la fotografía de moda. Con el paso de los años, Lindbergh ha ido creando imágenes con una perspectiva minimalista de la fotografía posmoderna que han marcado la historia de la fotografía de moda.
En 1988, Lindbergh se ganó el reconocimiento internacional por mostrar a una nueva generación de modelos vestidas con camisas blancas. Las había descubierto recientemente y sería el encargado de lanzar sus carreras.
Un año más tarde, las jóvenes promesas de la moda Linda Evangelista, Naomi Campbell, Cindy Crawford, Christy Turlington y Tatjana Patitz, posaron para él en la que sería la legendaria portada de Vogue Reino Unido de enero de 1990.
La estrella del pop George Michael, origen del movimiento de las «supermodelos» que luego continuaría Gianni Versace, se inspiró en las fotografías de Lindbergh para Vogue para crear el icónico videoclip de su canción ‘Freedom 90’, que marcó el inicio de una era de modelos celebrities que supuso la redefinición de la imagen de la mujer moderna.
Famosa por sus series narrativas de moda, la obra de Lindbergh destaca fundamentalmente por sus retratos sencillos y reveladores, sus naturalezas muertas y sus fuertes influencias del primer cine expresionista alemán y del entorno industrial de su infancia, la danza y los cabarets, además de los paisajes y el espacio exterior.
Desde finales de los 70, Lindbergh trabajó con las marcas y revistas de moda más prestigiosas, entre las que se incluyen ediciones internacionales de Vogue, The New Yorker, Rolling Stone, Vanity Fair, Harper’s Bazar USA, Wall Street Journal Magazine, The Face, Visionaire, Interview y W.
Su obra forma parte de las colecciones permanentes de un gran número de museos de arte de todo el mundo y también se ha expuesto en los más prestigiosos museos y galerías: el Victoria & Albert Museum (Londres), el Centro Pompidou (París) y la exposición ‘A Different Vision on Fashion Photography’ en el Rem Koolhaas’ Kunsthal en Rotterdam (septiembre de 2016), así como exposiciones individuales en el Hamburger Bahnhof (Berlín), el Bunkamura Museum of Art (Tokio) y el Museo Pushkin (Moscú).
Lindbergh también dirigió películas y documentales aclamados por la crítica: ‘Models, The Film’ (1991); ‘Inner Voices’ (1999), que ganó el premio al Mejor Documental en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) en 2000; ‘Pina Bausch, Der Fensterputzer’ (2001) y ‘Everywhere at Once’ (2007), que contó con la narración de Jeanne Moreau y se presentó en los festivales de Cannes y Tribeca.
Peter Lindbergh falleció el 3 de septiembre de 2019. Dejó esposa, Petra Sedlaczek, y cuatro hijos.
Esta información ha sido realizada gracias al extenso dosier de prensa facilitado por la organización de la exposición.
‘ALTERNATIVE PROCESSES’: OTRAS FORMAS DE SER, VER Y HACER
‘Alternative Processes: Other Ways of Seeing‘ es una exposición que se puede visitar actualmente en Nueva York y que muestra la vigencia que tienen las antiguas técnicas fotográficas para expresar la diversidad del mundo actual y las maneras en las que este puede ser visto. Una crónica Andrés Senra.
Estos días en Culture Lab LIC en Long Island City, uno de los barrios más creativos de la ciudad de Nueva York en el que varias generaciones de artistas decidieron crear sus estudios, vivir y organizarse para mostrar su trabajo, se presenta hasta el 6 de febrero la exposición ‘Alternative Processes: Other Ways of Seeing’ (Procesos alternativos: otras maneras de mirar), comisariada por Orestes González y Pierre-Yves Linot, en la que se propone una mirada a la multitud de procesos técnicos que permiten crear ese objeto entre la química, la imagen, la pintura y el dibujo con luz que es la fotografía.
Mediante una convocatoria internacional, en la que participaron más de 200 artistas, se recibieron obras en las que se experimenta con procesos tan diversos como el ferrotipo, el cianotipo, los quimigramas y bromóleos, el collage o las impresiones a la sal, uno de los primeros procesos fotográficos de la historia de la fotografía. Es decir, todos, o la mayoría, menos la fotografía analógica y digital, la habitual en cualquier exposición de fotografía.
Esta muestra es una excelente oportunidad para conocer las posibilidades de la fotografía como laboratorio experimental en el que las técnicas tradicionales y las más contemporáneas de procesar una imagen y materializarla en un soporte físico nos permite recrearnos en unas estéticas que aparentemente resultan minoritarias o que ha pasado a la historia por su desuso, pero que siguen estando muy vivas.
En palabras de los comisarios: “Con esta exposición, nuestra meta no solo era crear una colección variada e impactante visualmente, sino también educar al público en todos los métodos de reproducción fotográfica disponibles en el mercado actual. Así podemos inspirar a artistas que quizás no conocen estos procesos y a la vez promover estos métodos (algunos antiguos y otros más recientes ), los cuales tienen el peligro de perderse si no se practican o promueven”.
Pero no solo la técnica empleada ha sido determinante para participar en esta muestra. De esos 200 artistas, 70 fueron elegidos tanto por el peso conceptual como por el riesgo formal de sus trabajos.
Entre el extenso repertorio de piezas seleccionadas, Ivana Larrosa presenta ‘My body‘, un quimigrama en el que combina fluidos corporales, el sudor, la sangre, la saliva y las lágrimas con cinta y pegamento para fijar las emociones en material fotosensible, creando composiciones abstractas cargadas de dolor, rabia y deseo que queda impreso en papel.
Rosee Camafreita sitúa una caja de luz en el suelo en la oscuridad y explora las posibilidades formales del color manipulando plásticos y objetos reflectantes con la mano izquierda, de tal manera que cuando consigue la combinación de color y trazos de luz que le interesan, toma la fotografía con la mano derecha, obteniendo como resultado unas bellas imágenes pictóricas abstractas.
Mary Evangeline Guadalupe Rubi usa el cianotipo para imprimir imágenes en tela que posteriormente tiñe con taninos, dándoles una coloración azul construyendo un storyboard en colchas que remiten a la tradición conmemorativa de recordatorio personal y de denuncia del quilt activista americano.
Su obra propone una reflexión sobre la idea de hogar, vindicando a su vez el uso de la costura como tradición artesanal y artística de género. Cada pieza cosida en la colcha habla de su viaje personal en busca de una reconciliación con su identidad euro-indígena.
Maite Mérida trabaja con el cianotipo para denunciar las políticas y violencias sexistas contra las cuerpas disidentes y las mujeres. Los gestos, los afectos y el activismo feminista que ha sido impreso en octavillas y carteles de denuncia se presentan como objetos materiales que recogen la huella de las luchas sociales silenciadas en Valparaiso, Chile, durante 2019. Las imágenes tratadas por Mérida son testimonio de esas luchas que permanecerán así en el tiempo y la memoria.
Connie Stewart en ‘Fuel to Fire‘, 2021, realiza obras en las que la costura sobre la imagen remite a la cicatrización de las heridas de su pasado, el hilo une lo cortado dejando una cicatriz que es la huella sanada del trauma.
Jackie Neale propone un cianotipo sobre una bandera americana invertida para hablar de los procesos de inmigración y asimilación en Estados Unidos. La obra es parte de un work in progress en el que las banderas invertidas incorporan símbolos de patriotismo para señalar su relación con la violencia.
Jennifer Liseo se inspira en una fotografía en blanco y negro de Betty, la abuela de su esposa, en los años 40. En ese momento, la imagen suponía un cuestionamiento y desafío a las expectativas sociales de género y de los roles asignados tradicionalmente a las mujeres, percibiéndose como un ejercicio de empoderamiento.
Desde la mirada actual, Liseo se pregunta por cómo podemos leer esa imagen tras el debate político y social que en los últimos años se ha producido en la sociedad norteamericana con respecto al derecho al uso de armas. La imagen es así un lugar en el que confluye la vindicación feminista, el empoderamiento y la rabia, sin olvidar a su vez la violencia y el drama ocasionado por las armas en Estados Unidos
Pierre-Yves Linot lleva tiempo desarrollando el proyecto ‘4stones’, una obra en la que usa papel para acuarela como soporte de sus cianotipos. Su proceso de trabajo se abre a la participación de las personas que encuentra en sus viajes por el mundo a las que les propone que coloquen cuatro piedras con el objeto de crear una imagen que reflexiona sobre la idea de libertad y la necesidad de abolir las fronteras.
La disposición de las piedras de la pieza que presenta en esta exposición fue realizada por Aziz, un pescador de Esauira, Marruecos.
Keliy Anderson-Staley, una de las artistas de la técnica de ferrotipo más reconocida en Estados Unidos cuyos retratos cuelgan en la terminal Delta en el Aeropuerto Internaciontal de Houston, presenta en ‘Alternative Processes‘ una serie de retratos realizados en esta técnica tan artesanal que requiere sentarse un buen rato frente a la fotógrafa mientras ella realiza su alquimia y te fotografía con su cámara de madera clásica y lentes de latón. Las antípodas de la fotografía digital actual. Cada retrato, como el que encabeza este artículo, se realiza con una placa de colodión húmedo hecho a mano.
En definitiva, la exposición en su conjunto nos abre a esas prácticas de la fotografía experimental y sus materialidades que aparentemente habían quedado en desuso con el empuje de las nuevas técnicas, la posfotografía y la imagen digital, haciendo hincapié en el papel de fotógrafo-artista como alquímico de la luz y desplegando un repertorio de imágenes evocadoras, retratos intimistas, experimentos con el cuerpo y vindicaciones políticas.
- ‘Alternative Processes: Other Ways of Seeing’ de varios artistas
- Fecha: del 6 de enero al 6 de febrero
- Localización: Culture Lab LIC en The Plaxall Gallery. 5-25 46th Ave, Queens, Nueva York.
- Horario: jueves y viernes, de 17 a 21 h. Sábado, de 14 a 21 h. Domingos, de 14 a 20 h-.
- Entrada: gratuita.
EL NUEVO LIBRO DE GERVASIO SÁNCHEZ DENUNCIA LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES EN LAS GUERRAS
El fotógrafo y periodista Gervasio Sánchez publica ‘Violencia, Mujeres, Guerras’, con la editorial Blume, con decenas de historias que relatan la violencia que viven las mujeres en los conflictos armados.
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, contexto en el que se presenta ‘Violencia, Mujeres, Guerras’, el último libro de Gervasio Sánchez, que contiene 90 fotografías de 25 conflictos armados y graves crisis humanitarias entre 1984 y 2017.
‘Violencia, Mujeres, Guerras’, está publicado por la editorial Blume y contiene imágenes que “reivindican las historias de las víctimas civiles en las guerras y muestran que los conflictos armados no acaban cuando aquellas finalizan. Historias que ponen de relieve que la consecución de la paz y el fin de la violencia pasa necesariamente por aplicar perspectiva de género en la búsqueda de soluciones a los conflictos internacionales y por la igualdad entre mujeres y hombres”.
“Las mujeres y niñas sufren graves desigualdades a lo largo y ancho del planeta, que se agravan en situaciones de conflicto armado. Las guerras dejan a las mujeres en una situación muy vulnerable ante la pobreza
y el acceso a los recursos económicos. Los servicios básicos de salud y de atención materno-infantil se desmoronan, la violación es utilizada como arma y agresión entre contendientes y la violencia de género, la trata de seres humanos, y el matrimonio infantil se exacerban durante el conflicto”.
“Al mismo tiempo, casi la mitad de las personas desplazadas por la violencia en el mundo son mujeres y a menudo atraviesan mayores dificultades por motivos de género en estas situaciones”.
Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) es periodista desde 1984. Sus trabajos se publican en Heraldo de Aragón, El País y La Vanguardia; colabora con la cadena SER y la BBC. Es autor de varios libros fotográficos, entre ellos ‘Mujeres Women/Afganistán’, ‘Activistas por la vida’, ‘Antología, Kosovo’, ‘Niños de la guerra’, ‘Sierra Leona. Guerra y paz’, ‘La caravana de la muerte’. ‘Las víctimas de Pinochet’, ‘Latidos del tiempo’, ‘Vidas minadas’ y ‘Sarajevo 1992-2008’.
Ha sido merecedor de los premios Cirilo Rodríguez, Club Internacional de Prensa, Andalucía de Cultura, Derechos Humanos de Periodismo, Liber Press, Javier Bueno y Joan Alsina de Casa América Cataluña; las instituciones aragonesas le concedieron la Medalla de Oro de Santa Isabel de Portugal y la Medalla al Mérito profesional. En 2008 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por la fotografía Sofía Elface Fumo con su hija Alia y en 2009 el Premio Nacional de Fotografía.
En abril de 2011 recibió el Premio Internacional Julio Anguita Parrado por «su independencia, su excelencia periodística y por ser capaz de mantener una clara conciencia cívica y un permanente compromiso cívico». El jurado también quiso “reconocer en su figura el valor del trabajo de los reporteros gráficos”.
En mayo de 2011 recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de la Solidaridad Social, y en 2021 le fue concedido el IX Premio Internacional de Periodismo «Cátedra Manu Leguineche». Es enviado especial por la paz de la UNESCO desde 1998.
- ‘Violencia, Mujeres, Guerras’ de Gervasio Sánchez
- 176 páginas.
- Páginas: 96 págs.
- 22 x 30 cm.
- Cartoné.
- Editorial: Blume.
- ISBN: 9788418725654
- Precio: 39,90 €
CRISTÓBAL HARA, COLOR Y LENGUAJE A TRAVÉS DEL CAMINO
Cristóbal Hara .
Su obra, innovadora y muy personal, casi desconocida durante muchos años, está siendo reivindicada ahora por los fotógrafos más actuales. Un buen motivo para tener una charla con este gran fotógrafo.
Cristóbal Hara (Madrid, 1946) pasó su primera infancia en Filipinas. Su madre, de origen alemán, murió poco después de nacer él. Cuando su padre se casó más tarde con una estadounidense, lo llevó al país americano durante un tiempo. Ya con ocho años, fue internado en un colegio jesuita de Valladolid, un colegio de aquella España franquista, donde la dictadura y la religión marcaban el día a día.
Después comenzó a estudiar Derecho y Dirección de Empresas, primero en Madrid y luego en Hamburgo y Múnich. Hasta que en 1969 decidió dedicarse a la fotografía. Londres era su lugar de residencia habitual desde 1971 y realizó continuos viajes a España. Fue en 1980 cuando se afincó definitivamente en nuestro país.
Sus primeras fotos fueron en blanco y negro, con un estilo clásico basado en Henri Cartier-Bresson o Robert Frank, siguiendo las convenciones del reportaje de la época. Es en 1985, experimentando con el color, cuando encontró su camino. Alejándose de la visión cromática de los fotógrafos americanos, sus referencias fueron los pintores españoles: Goya, Velázquez, José de Ribera… También buscó una manera de fotografiar diferente, tratando de evitar la forma “correcta” y buscando su propio lenguaje. Eso le ha dado un estilo particular y reconocible.
Cristóbal Hara ha pasado a ser un referente para los fotógrafos que ahora despuntan tras años habiendo predicado en el desierto. Fotógrafos como David Jiménez, Ricardo Cases o Jesús Monterde son reivindicadores e incluso herederos de su trabajo. Tiene varias publicaciones entre las que destacan ‘4 cosas de España’, ‘Lances de Aldea’, ‘Contranatura’, ‘Autobiography’, ‘An imaginary Spaniard,’ o el aclamado ‘Vanitas’. Actualmente está elaborando ‘Los ensayos banales’, una colección de diez cuadernos especializados (va por el tercero) dirigidos a los fotógrafos, y en ellos se habla de la fotografía y se reflexiona sobre lenguaje fotográfico a través de las propias imágenes.
Cristóbal acababa de cumplir 70 años. Su espalda le ha dado un aviso y ha reducido su movilidad. Es un hombre tranquilo, culto, humilde, que habla suave. Pero también tiene ese punto combativo del hombre sincero, sin pose y que no se calla frente a lo que no le gusta. Cristóbal es como esos árboles que han ido creciendo despacio, buscando su luz, como una encina con marcas en la corteza y heridas internas, pero con madera dura que arderá lentamente.
Aprovechamos la rueda de prensa por el premio que le acaban de conceder en PHotoEspaña para tener una conversación con él. Nada más sentarse, identifica la revista y nos trasmite su entusiasmo por Cienojetes. Tras esto, sólo podemos declararnos fanes.
¿Es este uno de los primeros premios que te han otorgado en tu vida?
Anteriormente me dieron el Premio al Mejor libro de PhotoEspaña por ‘Vanitas’, un libro que se publicó en 1998.
Comenzaste en la fotografía casi como una solución vital. Dejaste España para evitar hacer el servicio militar. Y aunque estás cursando tus estudios de Derecho y Dirección de empresas, lo dejas todo porque recibes la “llamada del señor”. ¿Cómo surge esa vocación?
Je, je. Eso, me llama el señor. A mí desde siempre me ha gustado mucho la fotografía. Pero nunca lo había visto como una opción para ganarme la vida. Yo estaba pasándolo tan sumamente mal estudiando que llegó un momento en que me dije que qué estaba haciendo cuando en realidad lo que me gustaría era ser fotógrafo.
Tu formación era autodidacta, ¿no?
Sí. En aquella época no había escuelas. Cuando ya por fin pude volver a España me propuse aprender esto de la fotografía. Hasta entonces hacía lo que hacía todo el mundo, trabajar por la mañana, comer y luego trabajar por la tarde. Entonces yo hacía lo mismo, un horario de oficina pero sacando fotos. Y cuando llegaba el invierno, desayunaba fuerte y salía a hacer fotos sin comer hasta que se hacía de noche. Y a base de hacer fotografía de calle, aprendí a hacer fotos.
Entonces es cuando te vas a vivir a Londres y empiezas a vivir de la fotografía de manera profesional.
Sí. Cuando decidí ser fotógrafo no podía hacerlo en Alemania porque no tenía medios. Fue cuando regresé a España e hice, con tres años de retraso, el servicio militar, ya que logré que no me juzgaran por prófugo. Para entonces ya me había casado y a mi mujer de entonces, que era noruega, le daban ayudas por vivir en el extranjero. Por aquella época yo no tenía ninguna relación con ningún fotógrafo. Fue al terminar el servicio militar cuando nos fuimos a Inglaterra y empecé a trabajar para diferentes agencias.
¿Cuánto tiempo duró aquella etapa?
Unos ocho o nueve años. Allí me hice fotógrafo.
Además de hacer tu trabajo para otros, ¿tenías ya inquietudes por hacer un trabajo de autor?
Yo en aquella época tenía un despiste absoluto y total. Tardé muchísimos años en aclararme, tanto fotográfica como personalmente. Me impresiona mucho ver a los fotógrafos jóvenes que en cinco años tienen un libro, o tienen un proyecto de libro, saben lo que hacen, o que creen que saben lo que quieren. Yo tarde muchos años en aclararme.
¿Y cuándo pasa eso?
Durante los años que estuve en Inglaterra estuve yendo y viniendo a España a fotografiar cosas que yo quería. Antes de la muerte de Franco estuve un tiempo en el País Vasco, con los vascos, lo cual era muy difícil.
¿Los vascos?
Mi mujer estudiaba antropología en el London School of Economics y el doctorado lo hizo sobre nacionalismo vasco.
Yo soy de allí.
Pues imagínate cómo era aquello en el año 73. Cada dos o tres días nos paraba la Guardia Civil y nos ponía la metralleta en la cara. Mi mujer, que ya ha muerto, hizo la tesis en la Universidad de Cambridge titulada ‘Making of the Basque Nation’. Por eso en esa época veníamos, volvíamos… Y luego ya, al ir cambiando las cosas, regresé. Vine a pasar un tiempo a España en el año 80 porque quería trabajar sobre este país.
Tu infancia la habías pasado en parte fuera de España, pero tuviste un primer contacto con este país que no entendías, que suponía un gran contraste con los lugares de donde venías. En los 80, en tu segundo retorno, ¿sigues viendo un país muy diferente?
A mí me enviaron a España a los ocho años, sabiendo muy poco castellano porque en mi casa se hablaba inglés. Y me mandaron interno a un colegio de jesuitas que era absolutamente medieval, con niños de diez o doce años con cilicios, con curas que reventaban el tímpano pegando y curas que molestaban a los niños. Allí había de todo.
Y cuando vuelves en los 80 a España siendo una persona adulta, ¿qué encuentras? Para nuestra generación es la España que sale de la dictadura, un país con esperanza.
Puede que sea una imagen idealizada. Aún era muy dictadura, no tan alegre como se ha contado. Aunque hay que reconocer que la transición fue impresionante.
Y tú que vienes a esa España a hacer fotos, ¿qué país querías contar?
Yo lo único que sabía es que yo era español. Había una nostalgia de mi país. Tenía una visión de España un poco guiri. A mí me parecía que el epílogo de Hemingway era perfecto y que describía perfectamente la España que a mí me gustaba, pero descubrí que no era exactamente eso.
Y profesionalmente, ¿cómo era ser fotógrafo en esa época en este país?
Imposible, imposible, imposible.
¿Por qué?
La profesión no se respetaba. Los fotógrafos eran unos parias, unos currantes que sacaban fotos. Pero la profesión no tenía ninguna dignidad. Lo primero que me chocó es que la generación anterior a la mía separaba lo comercial de lo personal. Lo comercial era el “vete al partido a sacar fotos”, al fútbol, a los toros o a las bodas. Y el trabajo personal sólo se podía usar en agrupaciones o cosas similares. Creo que esa es la base del problema que hay en España con la fotografía. La gente pensaba que el trabajo personal era algo que se hacía porque se quería y que cuando se publicaba era hacerte un favor.
En Europa, ya desde los años 30, no había distinción entre el trabajo personal y el profesional. Cartier Bresson hizo toda su carrera con su trabajo personal, como los fotógrafos americanos, como Eugene Smith. Incluso los de la Farm Security Administration en los años 30, todos los fotógrafos hacían su trabajo personal. ¡No hay distinción!. Como Diana Arbus o Lewis Hine… ¡Todo es trabajo personal!
Y ante esa situación, ¿cómo reaccionas?
Ingenuo de mí, pienso que simplemente es que no saben y que hay que explicarles. Y como un gilipollas me pregunto si no hay un departamento de fotografía o algo. Cuando abrieron el Museo Reina Sofía en el 92 me propongo que tienen que hacer un departamento de fotografía. ¿Quién se ocupa de eso? El Director general de Bellas Artes. Entonces me digo, le voy a llamar y cuando lo hago, me atiende su secretaria. Y me pregunta: “¿De qué se trata?”, le contesto que de fotografía. “Perdone, se ha equivocado, esto es Bellas Artes, aquí no tenemos nada que ver con fotografía”.
Mas tarde ese director general se excusó, pero ya muestra cómo funciona todo. Y cuando por fin hicieron el departamento, se reunió el patronato para crearlo. Pero nadie quería ser el encargado y acabó cayéndole el cargo a uno que estaba fuera por motivos familiares. Y así hemos estado en este país durante muchos años.
Pero ya antes, cuando llegué a España y empecé a trabajar en Cover, mis trabajos se los vendieron a El País. En aquella época se suponía que le tenían que devolver los originales al fotógrafo. Estuve durante un año intentado que me los devolvieran. Y entonces, me empezaron a presionar desde la agencia para que no reclamara y me olvidara, porque el periódico era su principal cliente. Por eso me fui de Cover.
Y cuando sales de Cover, ¿qué haces, cómo vives?
Entonces me doy cuenta de que tengo que trabajar independientemente. Vendí una casa que había heredado de mi madre y me puse a trabajar.
¿Pero consigues ganarte la vida?
No, durante muchísimos años, no. Los últimos años he ganado dinero con la fotografía pero no lo suficiente como para vivir.
¿Y de qué vivías?
Tenía lo de la venta de la casa, y nos fuimos vivir a un pueblo muy pequeñito cerca de Cuenca. Además tenía la ayuda de mi mujer.
No es un relato muy habitual.
Aquí los únicos que ganaban algo de dinero eran fotógrafos que hacían un trabajo mucho más comercial, o ya los directores de fotografía, los que utilizaban y distribuían el material.
¿Desde qué momento sientes que tienes un estilo?
Trabajando como fotógrafo llegó un momento en el que sentí que mi fotografía era de segunda mano, que hacía lo que hacía todo el mundo. Iba a trabajar a un sitio, me lo pasaba muy bien, pero al final sentía que aquello no era suficiente y buscaba una forma de hacer algo diferente, pero no encontraba la manera. Y lo intentaba por todos los medios. Cuando fui al País Vasco intenté hacer reportaje en medio formato, y fue un desastre. Muy mal.
Iba a dejar la fotografía porque no avanzaba y probé el color como último recurso. Y de repente, se me abrió la puerta. Me sentí absolutamente cómodo y toda la frustración que tenía de tantos años, del entorno profesional y por la técnica y el lenguaje, de repente desapareció. Y me puse a trabajar a tope hasta el límite físico y emocional.
¿En qué época?
En el 85.
Dices que trabajabas hasta el límite. ¿Por qué?
Límite físico, porque trabajaba hasta el absoluto límite al que se puede trabajar. Lo que el cuerpo aguantaba hasta que te caías. Y emocional, por lo mismo. Me volqué absolutamente en mi trabajo. Estuve como ocho o diez años trabajando así.
Tenía la suerte de que mi mujer lo entendía perfectamente. Vivíamos en una aldea, ella tenía su huerto y sus animales, porque se estaba retirando de su trabajo. Yo podía trabajar y nada más que trabajar al límite. Cada movimiento, cada decisión estaba en función del trabajo. Si aparcabas el coche mirando para acá o para allá, o qué llevabas en la bolsa. Eso fue en la soledad más absoluta, pero fueron los mejores años.
¿Y llega un momento en el que decides enseñar tu trabajo?
No, no. Yo ya estaba retirado. Cuando decidí que quería trabajar sobre España, sabía perfectamente que tenía que renunciar a cualquier tipo de carrera nacional o internacional como fotógrafo. La cuestión era, si quieres hacer eso, lo haces a muerte. Y renuncié a todo. Pero poquito a poco, muy poquito a poco, cambiaron las cosas. Tuve la suerte de que Ignacio González, el gran editor español, que editaba la revista Photovisión, me pidió fotos. Entramos en contacto y nos caímos bien. Le enseñé mi trabajo sobre los toros y me lo quiso publicar. Después, él me publicó ‘Vanitas’.
‘Vanitas’ fue el punto de inflexión.
Ignacio lo presentó al premio de PhotoEspaña y aquel año en el jurado había fotógrafos y diseñadores extranjeros a los que gustó mi trabajo.
¿Qué cambia en tu vida ese premio?
Nada, no cambia nada.
Entonces sigues siendo un trabajador sólo para ti.
Bueno, me empiezan a pedir exposiciones, algunas cosas. El cambio grande es cuando la fotografía entra en el mundo del arte. Antes tuve una época de diez o doce años en la que no vendía nada, hasta que se empezaron a mover las cosas.
Y ahora te has vuelto un referente para una serie de fotógrafos que ronda los cuarenta.
Eso ha sido una gran sorpresa de los últimos años. Y poco a poco he ido conociendo a esos fotógrafos.
Para esa nuevas generaciones que están conociendo tu trabajo. ¿Cómo describirías tu estilo? ¿Cuáles son las fotos que hacen que hace Cristóbal Hara?
Pues parece una cosa clara, pero el estilo es un cosa que vas encontrando, la misma fotografía te va marcando el camino.
¿Y qué camino es ese? ¿Por qué tus fotografías son diferentes a las de otros?
Cuando yo llegué a España, los fotógrafos se clasificaban según qué fotografiaban, pero no por el cómo. Los lenguajes eran estándar, tipo Magnum-Life. Había muchos fotógrafos de la época que trabajaban con el mismo lenguaje. Hacían fotos buenas, pero tenías que mirar al pie de foto para saber quién la había hecho, porque todos eran iguales.
Y luego uno trabajaba el folclore, otro el desnudo… pero eran trabajos siempre iguales. Llegó el boom de Cristina García Rodero y luego la reacción en contra, en la que eso ya no valía y había que ir al extranjero. Pero a mí lo que me interesaba era cómo se hacían las imágenes.
¿Cómo se hacen las imágenes?
Las imágenes se hacen de muchas maneras. Yo había tenido tanta frustración con la etapa de blanco y negro… Me aburría a mí mismo, porque veía que otros lo hacían mucho mejor. Y yo no era capaz de avanzar.
Cuando me pasé al color, lo primero que hice fue trabajar con los toros. Yo había entrado en contacto con la última generación de maletillas auténticos que ha habido. Me puse a trabajar con ellos y como el tema era tan fuerte, podía experimentar, podía hacer lo que quisiera. Y allí aprendí a usar mi propio lenguaje, podía hacerlo a conciencia.
¿Qué era el lenguaje? Pues había una serie de reglas: lo importante lo pones en el centro, o la regla de los tercios, o la importancia de las miradas… Toda la fotografía americana y la mundial está basada en el sentimentalismo de las miradas. O si haces refugiados hay que hacer la madre con el niño…
¿Empezaste a saltarte las normas?
Empecé a coger cada norma y buscar alternativas. Yo sabía cuál era la fotografía “buena” que había que hacer ahí, pero buscaba hacer otra distinta.
Has comentado que te llegaban a insultar cuando enseñabas esas fotografías.
Sí si. Me decían que no sabía componer. Incluso una vez, trabajando en Levante, uno me estuvo siguiendo y acabó diciéndome: “No me extraña que hagas fotos tan malas, si trabajas al tun tun”. Y nada, le dije que muchas gracias.
Y que te den un premio ahora. ¿Cómo te lo tomas?
Pues se agradece. Que esté en el jurado Masats, al que admiro mucho… Pero cuando me lo dijeron me dio yuyu. Esto ya se acaba, ja, ja.
¿Y sigues haciendo fotos?
Hasta hace tres meses trabajaba a tope, dentro de lo que el cuerpo daba, que ya no es como hace veinte años. Entonces trabajaba todos los días, tenía mis viajes. Me iba, por ejemplo, a Cádiz y luego a Galicia y luego a León… Y me tenía que parar en el camino porque me dormía. Pero era de una intensidad total. Y así fue hasta que lo pude mantener físicamente. Pero los ritmos de la gente van cambiando dependiendo de dónde estés. Y cuando estás metido en ese ritmo, puedes predecir los movimientos de la gente. Hasta el punto de que puedes pensar: “me hace falta que haga así con el brazo” y justo lo hace y lo tienes. Pero cuando pierdes esa intensidad, ya no es lo mismo.
Tu camino ha sido de largo recorrido. ¿Qué consejo le darías a las nuevas generaciones?
A lo mejor son ellos los que me tienen que dar el consejo a mí.
Yo tardé 21 años en hacer un libro, y ahora la gente, si a los cinco años no ha publicado, parece que no ha hecho nada. Y basta que un amigo se autoedite un libro para que tú también quieran hacerlo. Pero si yo tardé tanto tiempo en encontrar mi camino, ¿cómo voy a dar ningún consejo?
JUEVES FOTOGRÁFICOS «IMAGINANDO EL UNIVERSO» Fernando Cabrerizo. SOCIEDAD ASTRONÓMICA SYRMA
Una vez más orgullosos de presentar un nuevo JUEVES FOTOGRÁFICO. En esta ocasión el AUDIOVISUAL «IMAGINANDO EL UNIVERSO». Cuyo autor es Fernando Cabrerizo. SOCIEDAD ASTRONÓMICA SYRMA. Jueves 27 de ENERO 2022 a las 20:00 h . CENTRO CÍVICO JOSÉ LUIS MOSQUERA. C/ PÍO DEL RÍO HORTEGA 13. VALLADOLID
Os esperamos…
Stanley Kubrick: la mirada fotográfica de un director de cine
Inaugurada en Madrid la exposición ‘Stanley Kubrick. The Exhibition’ en la que podemos conocer a fondo la figura del genial director y además descubrir la faceta fotográfica de uno de los mejores directores de cine de la historia. Era consciente de que la imagen era fundamental para acercarse al espectador.
Por fin ha llegado a Madrid una de las exposiciones más esperadas de la temporada: ‘Stanley Kubrick. The Exhibition’. ‘2001. Una odisea en el espacio’, ‘El resplandor’, ‘La naranja mecánica’, ‘Barry Lyndon’… en todas sus películas la fotografía es impresionante. Y aunque esta exposición que ya ha recorrido medio mundo cuentan y enseñan todo lo relacionado con uno de los vecinos ilustres del Bronx, la fotografía es claramente uno de sus pilares.
“2001: Una odisea del espacio”, dirigida por Stanley Kubrick (1965–68; GB/US). Stanley Kubrick en el set durante la filmación. © Warner Bros. Entertainment Inc
Hay más de 600 objetos que harán las delicias de todos los que amamos el cine con mayúsculas. Esta exposición muestra el riguroso trabajo de documentación que seguía Stanley Kubrick antes de empezar a rodar una película. Y nos enseña que la mirada de un fotógrafo es esencial para llegar a ser un gran director de cine.
La vida de Stanley Kubrick
Toda su vida, todas sus experiencias, están volcadas en sus películas. Desde las que hizo con el respaldo de los estudios hasta sus últimos filmes más personales. Ahí están el orden mental que le dio el ajedrez y la forma de mirar de su afición a la fotografía, que fue su primer trabajo.
En la exposición podemos ver sus primeros trabajos en la prestigiosa revista Look, en la que empieza a colaborar con 17 años. Estará en plantilla hasta 1951. Así que durante más de cuatro años curte su mirada hasta límites insospechados. Tenemos a un gran cineasta, pero perdimos a un gran fotógrafo.
Su vida profesional derivó al mundo del documental dedicado al mundo del boxeo. Y el ascenso fue imparable. Es la época de su cine negro que culmina con ‘Atraco perfecto’ (1956). Pronto le llega la gran oportunidad con ‘Senderos de gloria’ (1957) una película de marcado carácter antibelicista que le llevará a ‘Espartaco’ (1960).
Fotografia de Viktor Kolev
‘Kubrick creó algo más que películas. Nos dio experiencias ambientales completas que se volvían más intensas cuanto más las veías’. Steven Spielberg
Y pronto llegará su independencia de los grandes estudios y la posibilidad de rodar manteniendo todo el control. Una libertad de la que pudo disfrutar hasta que murió en 1999, 6 días después de presentar a su productora ‘Eyes wide shut’ (1999).
La fotografía en las películas de Stanley Kubrick
Y en todas sus películas, aunque contaba con grandes directores de fotografía, él siempre controlaba hasta el último rayo de luz. Emociona ver, en uno de los múltiples vídeos que nos acompañan durante la exposición, cómo decide la exposición perfecta en una de las escenas de ‘La chaqueta metálica’.
Nosotros los fotógrafos debemos estar pendientes en todas las salas. Desde el vídeo que nos abre los ojos hasta el final, donde incluso podemos imaginarnos en medio de la orgía de su última película.
Pero al principio, nada más entrar, encontramos muchos de los objetivos que utilizó en sus películas. Y como un tesoro escondido, vemos el Zeiss que adaptó para rodar las escenas a la luz de las velas y la luna con la ayuda de John Alcott. Y su cámara Speed Graphic, y su cámara de mano favorita…
Miremos donde miremos veremos fotografía. En la primera sala encontramos una selección de sus fotografías de ‘Look’; o si vamos al espacio de ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’ (1964) veremos el trabajo de Weegee. Era uno de los mejores fotógrafos de prensa, al que Kubrick admiraba tanto que terminó contratando para la foto fija de la película.
Si pasamos por ‘Barry Lyndon’ (1975) nos sumergiremos en la luz de las velas y en uno de los trabajos más grandiosos de la dirección de fotografía de la historia del cine… Para rodarla se preguntó cómo sería la luz del siglo XVIII… Y no se parecía a nada de lo que habíamos visto hasta entonces…
Fotografía de Viktor Kolev
Si subimos a la siguiente sala, entraremos en los mundos de sus últimas películas. Y en ‘El resplandor’ (1980) veremos los trajes de las niñas gemelas inspiradas en una de las fotografías de su amiga Diane Arbus; o la foto final del hotel Overlook, uno de los fotomontajes más intrigantes de la historia.
La pasión desmedida de la comisaria de la exposición, Isabel Sánchez, más el trabajo de los arquitectos y todo el personal que han ayudado a montarla, nos trasladan al universo de un director que sabía mejor que nadie que saber mirar es una de las mejores formas de contar historias.
- STANLEY KUBRICK. The Exhibition. Hasta el 8 de mayo de 2022.
- Círculo de Bellas Artes C. de Alcalá, 42 28014 Madrid
- Horarios: De martes a domingo de 10:00 a 21:00h. Lunes cerrado excepto festivos.
- Precios: Entrada general (+13 años): 14?. Entrada Niño (4 a 12 años): 6?. Entrada Niño (0 a 3 años): gratuita
Exposición «Rock the Photo» en la Sala de La Pasión
La exposición ‘Rock the photo’ llega a la Sala de exposiciones La Pasión. Una crónica de la historia de este género musical a través de la mirada de cuarenta fotógrafos internacionales. Podrá visitarse en el espacio municipal hasta el seis de febrero de 2022.
La propuesta expositiva está formada por un centenar de imágenes que captan la esencia de la música rock a través de los grandes mitos del género. «Desde que Elvis contagiara la vitalidad del rock and roll hasta la prematura muerte de Amy Winehouse», ha explicado la concejala de Cultura.
Desde el ayuntamiento han elogiado cómo la exposición capta «la relación de la fotografía y la música rock como la historia de un matrimonio bien avenido. Es, seguramente, el género musical más plástico y dinámico, el que se adapta a la mirada de la cámara con mayor naturalidad». Los cuarenta fotógrafos presentes en la exposición «han sido testigos no solo de la espectacularidad de los grandes conciertos, sino también de momentos más indiscretos: los escarceos entre bambalinas, las primeras actuaciones, escenarios improvisados…»
Concebida como un recorrido cronológico que comienza en los albores del rock, de la mano de mitos como Elvis Presley, la exposición avanza a través de las bandas y los solistas más legendarios del género. The Rolling Stones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, The Doors, Bob Dylan, David Bowie, Pink Floyd, AC/DC, Bruce Springsteen, U2, Prince, Michael Jackson, Madonna, Oasis, Nirvana o Marilyn Manson, entre otros. El hito temporal que limita la exposición es la muerte de Amy Winehouse en 2011.
Fotos y rock en la exposición
El visitante encontrará retratos, posados para portadas de álbumes. Momentos que se remontan a los inicios de los artistas, actuaciones y fotografías íntimas tomadas fuera de los escenarios y de los estudios.
Se presenta, así, una visión panorámica que abarca prácticamente toda la historia del rock. Recuerda a sus músicos más determinantes y ofrece una muestra que camina de las imágenes oficiales a los espacios más reservados y familiares.
‘Rock the photo’ exhibe el trabajo fotográfico de Matt Anker, Dick Barnatt, Peter Boettcher, Pep Bonet, Adrian Boot, David Corio, Peter Cunningham, George DuBose, Duffy, Deborah Feingold, Barry Feinstein, Danny Fields, James Fortune, Bill Francis, Robert Freeman, Jill Furmanovsky, Martyn Goddard, Guido Harari, Peter Hince, Viliam Hrubovcak and Jolie Fejer, Art Kane, Richard Kern, Michael Lavine, Martin O’Neill, Josep Maria Palou, Charles Peterson, Barry Plummer, Colin Prime, Michael Putland, Adam Ritchie, Tom Sheehan, Donald Silverstein, Frank Stefanko, Masayoshi Sukita, Allan Tannenbaum, Charles Trainor, Guy Webster, Robert Whitaker, Baron Wolman y Stephen Wright.
La exposición ‘Rock the photo’ permanecerá en la Sala Municipal de Exposiciones de La Pasión hasta el 6 de febrero de 2022.
El horario de apertura del centro es de martes a domingo y festivos de 12 a 14 y de 18:30 a 21:30 horas (días 24 y 31 de diciembre solo en horario de mañana y días 25 de diciembre y uno de enero, cerrado). La entrada es gratuita.
Horarios:
De martes a domingo de 12 a 14 y de 18.30 a 21.30 horas.
Cerrado los lunes.
Tarifas:
Entrada gratuita
Las 25 mejores imágenes de Auroras Boreales y Australes del año 2021 para deleitarnos con este curioso fenómeno natural
«Winter is coming» y precisamente por ello el blog Capture the Atlas, dedicado a la fotografía y los viajes, nos muestra su colección anual “Northern Lights photographer of the year”, una selección de las 25 mejores imágenes de auroras boreales capturadas por todo el mundo y con las que buscan «inspirar y compartir la belleza de este fenómeno natural«.
El año pasado ya os enseñamos esta misma selección en la que aparecían tres fotógrafos españoles. Sin embargo, este año no tenemos representación porque, según nos cuenta Dan Zafra, fotógrafo español afincado en los EE.UU y editor de Capture the Atlas, «se han notado mucho las restricciones de viaje asi que la mayoría son fotógrafos locales, aunque con una calidad enorme«.«For the Northern Lights» – Aleksey R.
En concreto, la lista de este año incluye imágenes tomadas en países como Estados Unidos, Rusia, Finlandia, Suecia, Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Nueva Zelanda por 25 fotógrafos de trece nacionalidades distintas. Para seleccionarlas, tuvieron en cuenta «la calidad de la imagen, la historia detrás de la toma y, en general, la capacidad de inspirar de las fotografías«.
Dan cuenta también como la temporada de auroras boreales abarca de septiembre a abril en el hemisferio norte y de marzo a septiembre en el hemisferio sur, «siendo el mejor momento para verlas y fotografiarlas durante los equinoccios de otoño y primavera debido a la orientación del eje de la tierra«.
«Además de ser necesarias unas fechas muy concretas —continúa— el otro requisito para ver auroras boreales son cielos oscuros lejos de la contaminación lumínica. Sin embargo, los grandes despliegues de auroras son visibles al ojo humano incluso desde zonas contaminadas lumínicamente como ciudades«.«Volcanic Aurora Borealis» – Jeroen Van Nieuwenhove
La idea es ayudar a descubrir «la magia de este espectáculo de la naturaleza» pero siempre buscando «no solo imágenes tomadas por algunos de los fotógrafos más reconocidos del mundo, sino también buscando nuevos talentos y lugares donde las auroras boreales no hayan sido fotografiadas antes, como la imagen de aurora boreal sobre el reciente volcán activo Fagradalsfjall«.
Nosotros os dejamos con algunas de las fotos seleccionadas para vuestro deleite y os emplazamos a una visita a su web para ver más espectaculares fotos (y la descripción de cómo se hicieron las que estáis viendo) de este curioso fenómeno que, lógicamente, no se puede disfrutar en nuestro país.«Tranquil» – Larryn Rae«Cuando las estrellas se alinean» – Joshua Snow«La catedral de la aurora» – Frøydis Dalheim«Santa’s Cabin» – Olli Sorvari«Aurora Australis» – David Oldenhof«Nature & Landscape photographer» – Agnieszka Mrowka«Aurora Sherbet in the Apostles» – Marybeth Kiczenski«Torbellino» – John Weatherby«Monstruos Polares» – Sergey Korolev«Aurora Boreal en Alaska» – Jacob Cohen«Norrsken over Vintergatan » – Stefano Astorri
Más información y fotos | Capture The Atlas
Felicitación Navideña AFV
¡Que esta Navidad sea brillante, traiga alegría, amor y encienda un Año Nuevo lleno de luz y esperanza!
Asociación Fotográfica Vallisoletana, 70 años disfrutando de la fotografía.
Cómo enfocar una fotografía con el modo de fusión Luz intensa en Adobe Photoshop
Confieso que uno de mis vicios es buscar los métodos más rápidos y efectivos en Adobe Photoshop para conseguir los mejores resultados. Una de las cosas más complicadas es lograr encontrar una buena técnica de enfoque. Esta que vamos a ver hoy, enfoque por Luz intensa, ofrece tal calidad que puede convertirse en una de nuestras favoritas.
En Xataka Foto hemos presentado ya muchas técnicas de enfoque. Si tuviera que elegir me quedaría con el método de Natalia Taffarel y el de Guillermo Luijk por la limpieza y calidad del resultado final.
No olvidemos nunca que el enfoque solo hay que hacerlo cuando hemos cambiado el tamaño del archivo. No tiene sentido hacerlo si mantenemos el tamaño original. Al menos esa es mi experiencia después de imprimir muchas fotografías. Es verdad que mejora, pero el resultado final puede ser demasiado ‘digital’.
Fotografía original
Este método lo propone Piximperfect, uno de los mejores comunicadores que encontramos en las redes. Siempre me pregunto de dónde saca tanta información y sobre todo destaco lo bien que la explica.
Y ojo, solo aumentamos la acutancia, es decir, el contraste de los tonos medios. La única forma de aumentar la nitidez es enfocar correctamente y con objetivos de calidad. Que no se nos olvide.
Enfocar por Luz intensa
Ya no hace falta enfocar por defecto nuestras fotografías. Cuando los sensores tenían el filtro de paso bajo sí que era necesario, para compensar el efecto anti moiré de aquel filtro que provocaba una pérdida de nitidez.
Los últimos modelos se pueden olvidar de este filtro por el aumento de la resolución, por la mayor cantidad de píxeles. Antes era algo imprescindible, sin embargo, ya no hace falta salvo en el caso que he indicado, cuando aumentamos o reducimos el tamaño del archivo.
Y como siempre, tenemos que enfocar una copia del original, porque la cantidad de enfoque depende del tamaño final. No debemos enfocar primero y luego cambiar el tamaño:
- Abrimos una fotografía con su tamaño final. Debe estar ya revelada y terminada.
- Duplicamos la capa dos veces con Ctrl/Cmd+J.
- Invertimos la capa superior duplicada en el menú Imagen>Ajustes>Invertir (Ctrl/Cmd I).
Invertir supone ver el negativo
- Cambiamos el modo de fusión de la capa duplicada a Luz intensa, dentro del panel Capas. Este modo de fusión de contraste oculta todo lo que es gris, oscurece todo lo que es más oscuro que el gris y aclara todo lo que es más brillante que el gris.
Modo Luz intensa
- A partir de ahora los valores que metamos dependen de la fotografía, así que lo mejor será convertir esta capa en un objeto inteligente, para poder variar los parámetros más tarde. Es tan fácil como ir al menú Capa>Objetos inteligentes>Convertir en objeto inteligente.
- El paso que nos toca ahora es ir al menú Filtro>Desenfocar>Desenfoque gaussiano para marcar las zonas con más textura. Con un valor de 4 píxeles puede bastar.
El desenfoque gaussiano permite destacar los detalles
- Ahora nos toca agrupar la capa a la que hemos hecho todos los cambios con la que duplicamos y dejamos olvidada en el segundo paso. Solo hay que marcarlas con Ctrl/Cmd+ clic y luego ir al icono Crear grupo nuevo.
- A este grupo le cambiamos el modo de fusión a Superponer.
El resultado final
- Y si el resultado es demasiado intenso, bajamos la Opacidad de la capa al gusto de cada uno. Yo he bajado al 50%.
El antes y el después
Como podéis notar el resultado es muy bueno. No se puede negar que llama la atención por la limpieza del resultado, sin halos ni nada parecido.
Y lo mejor de todo, como decimos siempre, es que se puede convertir en una acción para hacerlo todo más rápido. Ya nos comentaréis los resultados.
La curiosa historia sobre cómo el asesinato de Kennedy ayudó a descubrir a Jacques-Henri Lartigue
por Cartier Bresson no es un reloj
Pocos saben que el asesinato del presidente John F. Kennedy contribuyó a que las fotografías de Jacques Henri-Lartigue (1894-1986) llegaran al gran público tanto o más que la exposición celebrada en el MOMA de Nueva York en 1963. La muestra organizada por John Szarkowski proporcionó a Lartigue un merecido reconocimiento en el circuito artístico, pero la muerte del presidente estadounidense introdujo sus fotografías en millones de hogares norteamericanos. El azar, eso sí, tuvo mucho que ver en ello.
Pero… ¿cómo sucedió?
Lo cierto es que el descubrimiento de Lartigue y de su obra fue fruto de varias casualidades. El fotógrafo francés llevaba ya seis décadas haciendo fotos cuando un viaje a Estados Unidos cambió su vida, a punto ya de cumplir los 70 años.
Él y su tercera mujer, Florette, hicieron un viaje a Los Ángeles para visitar a unos amigos. El viaje lo hicieron en barco, y como pasatiempo, Florette decidió llevar consigo un montón de fotos de su marido y aprovechar para ordenarlas.
La pareja tenía pensado volver a Francia en el mismo barco, pero un retraso en la salida les hizo coger un autobús a Nueva York y allí se encontraron con Charles Rado, un agente de fotógrafos. Florette enseño el portfolio de su marido a Rado y este quedó tan impresionado que contactó inmediatamente con el MOMA… Y con el editor gráfico de la revista Life.
El número de Life se publicó el 29 de noviembre de 1963, una semana después del asesinato de Kennedy, con una fotografía del presidente en la portada. Pocos imaginaban que en su interior había un pequeño tesoro que cambiaría la vida de un hombre, y la historia de la fotografía, para siempre: 12 páginas recogían fotografías del París de principios de siglo tomadas por “un chico francés llamado Jacques-Henri Lartigue”, como lo presentaban en el texto que abría el reportaje.
Los norteamericanos, conmocionados por la muerte de su presidente, corrieron a los quioscos para hacerse con un ejemplar de la famosa revista. Querían ver y saber más sobre lo que había pasado una semana atrás en la ciudad de Dallas. Pero junto a la información sobre el asesinato, se llevaron a casa las maravillosas fotografías de Lartigue.
Es curioso que aquel número de Life cuyo tema principal era una tragedia, el asesinato del presidente, sirviera para mostrar las imágenes tomadas por el que a la postre sería conocido como «el fotógrafo de la felicidad».
Jacques-Henri Lartigue fue un fotógrafo muy precoz. Hijo de una familia acomodada (su padre era el octavo hombre más rico de Francia), tuvo su primera cámara a los siete años. Aquella herramienta mágica venía a saciar una necesidad que sentía desde muy pequeño: el propio Lartigue relataba cómo, con sólo cinco años, abría y cerraba los ojos al estilo del obturador de una cámara para retener en su mente aquellos momentos felices y divertidos que quería recordar. La cámara fotográfica se convirtió así en su gran aliada.
Lartigue fue también un pionero del color, lo descubrió en 1911, con 17 años, de la mano de un amigo de la familia. El autocromo estereoscópico le daba por fin la posibilidad de añadir color a los momentos felices y fugaces que llevaba años capturando. El joven Lartigue, emocionado, escribió lo siguiente en su diario:
Antes, cuando veía un día maravilloso, sentía una especie de fiebre: una mezcla de ansiedad y desesperación. Pero esta mañana tengo placas de autocromo. ¡He instalado mi trípode y mi cámara frente a unos árboles rodeados de la azul neblina y me siento feliz! Siento la calma….
La alegría, sin embargo, le duraría muy poco. La frágil y recién descubierta técnica del color no tardó en decepcionarlo profundamente. Más adelante, en este mismo post, será el propio Lartigue el que explique por qué.
Pero nada, ni siquiera las decepciones, acababan con el entusiasmo y la alegría de vivir de la que siempre bebió Lartigue y su obra. Muchos le acusaron de ser un rico sin conciencia social que solo mostraba lo bueno de la vida dejando de lado lo tragedia y las injusticias del mundo. Él no lo discutía, se definía abiertamente como un «egoísta», un mero observador del mundo que solo se fijaba en aquello que le gustaba y quería recordar: «No soy protagonista de la historia del mundo, no participo en ella, soy un egoísta porque solo me paro ante lo que me interesa o me divierte».
Lartigue, que siguió fotografiando, pintando y escribiendo hasta su muerte a los 92 años, no ha pasado a la historia solo por el valor documental de sus fotografías, sino por sus modernas composiciones, su fascinación por el movimiento y cómo capturarlo, por la serenidad de sus retratos, por su maestría en captar la instantaneidad y, sobre todo, por su mirada fresca, su curiosidad y su pasión.
Cuentan que, cuando preguntaban a Lartigue qué consejo daría a los jóvenes fotógrafos, este solía decir: «Que se enamoren».
Así hablaba sobre su vida y obra Jacques-Henri Lartigue en 1983:
SOBRE EL ACTO FOTOGRÁFICO
Fotografiar es un acto de amor, sin duda; es pasión. Todo es pasión: la escritura, la pintura, la fotografía… todos ellos son actos pasionales. La fotografía es una invitación a soñar, a ver la realidad en toda su belleza, una invitación a la alegría, al regocijo, al amor…
Todo me resulta fascinante, veo pasión en todo; en la naturaleza, en el talento de los demás… Y en la música, sobre todo, en la música.
SOBRE POR QUÉ HACE FOTOS
No hago fotos porque sea consciente de mi mortalidad. Las hago para recopilar momentos maravillosos, emocionantes, para captar gente interesante. Pero no me gusta mirar mis fotos, no suelo hacerlo. Hay cocineros que recolectan cerezas para guardarlas y hacer mermelada. Yo soy un cocinero que hace mermelada pero que prefiere comer fruta fresca.
Antes de tener una cámara, recuerdo que pestañeaba y simulaba haber sacado una foto, guardaba la imagen en mi cabeza. Pero no era suficiente con guardarlas en mi memoria. Siguiendo con la analogía del cocinero, soy un cocinero que odia que las cerezas se pudran, que se malgasten y se pierdan.
Adoro a Proust y su poesía, es por eso por lo que hago fotos, para vivir a través de mis fotografías, o al menos intentarlo.
No sé si hay que ser humilde, pero yo sé que lo soy porque odio a la gente que no lo es.
SOBRE SUS SUJETOS
Yo no voy a la caza del sujeto, son ellos los que me encuentran a mí. Yo soy solo un espectador. No corro tras ellos para hacerles la foto, al contrario, son ellos los que acaban viniendo.
Hay sujetos que los ves y están pidiendo a gritos que los fotografíes. Sucede muy a menudo y muy rápido. Yo solía jugar al tenis y eso me ayudó a tener un ojo veloz, por eso he podido reaccionar siempre con rapidez.
No sé si todo es fotografiable. Yo fotografío aquello que me gusta, que me llena de entusiasmo, que me encanta y me maravilla. Al resto no le hago ni caso, lo dejo pasar.
SOBRE LAS MUJERES DE SUS FOTOGRAFÍAS
En el parque Bois de Boulogne, en París, las mujeres paseaban todos los días, desde la mañana, con sus vestidos nuevos. Y todos los días, a mediodía, después de estudiar, yo corría para verlas. Me fascinaba la moda, y aquellos sombreros… Me gustaba ver aquellas mujeres hermosas.
No sé por qué esta foto se ha hecho tan famosa, habría que preguntárselo a los coleccionistas. Hay otras que son parecidas e igual de buenas. La composición de la foto hace que resulte. El coche está en el sitio adecuado, y no detrás de la mujer.
SOBRE EL PARIS DE PRINCIPIOS DE SIGLO
En aquella época, cuando te encontrabas con alguien la costumbre era levantarse el sombrero y saludar. Y en el parque, la gente se saludaba todo el tiempo, a izquierda y derecha. Esto sucedía todos los días de la semana. La gente salía a pasear para ver a sus conocidos y enseñar sus trajes, sus vestidos y sus sombreros.
Con aquellos sombreros, necesitaban coches altos, no cabían en los normales. Me fascinaban aquellos coches.
SOBRE LA RELACIÓN CON SUS SUJETOS
Jamás les pedía permiso para hacerles fotos. Me sentaba en una silla y las veía venir. Pensaba “esta es bonita”, y entonces me levantaba y ‘click’, apretaba el botón. Mi cámara de entonces hacía mucho ruido y recuerdo que cuando las mujeres iban solas y me oían solían sonreírme. En cambio, sus acompañantes masculinos se enfadaban. Pero no me importaba, yo era muy joven. Lo importante para mí era que ya tenía la foto que quería.
Una mujer me pidió una vez que le llevara la foto que le había hecho, pero yo era muy tímido y me asusté. Ella era una bailarina famosa, se llamaba Regina Abaded. Yo tenía solo 17 años, así que le dije a mi hermano que le llevara la foto.
SOBRE LA ELEGANCIA Y EL ESTILO
A veces me preguntan si se ha perdido la elegancia y el estilo de aquella época. Lo que sucede es que los tiempos han cambiado, hemos pasado por varias guerras. La gente tiene celos… Quieren que todos seamos iguales.
También han cambiado las prioridades, no vivimos igual que antes. No digo que aquella fuera una época mejor, para mí lo que pase está bien, incluso ahora que dicen que vivimos malos tiempos encuentro cosas que son fascinantes. Puedo viajar a Nueva York en seis horas, eso es estupendo.
Yo he nacido en esta época y tengo que aprovecharla al máximo. Todas las épocas pueden ser felices y todos los países pueden ser bellos.
Mira, esta es la época en que las mujeres se vestían como los hombres. Había hombres a los que no les parecía bien, decían que las mujeres no debían parecer hombres. Hasta entonces, las mujeres nunca se habían puesto pantalones. En París, arrestaron a Marlene Dietrich en la Plaza de la Concordia por llevar pantalones.
Aparecieron las primeras falda-pantalón. La primera mujer que se atrevió a ponerse una en Monte Carlo causó un auténtico escándalo.
La gente se vestía para conducir, los coches no tenían capota ni parabrisas. Yo siempre tuve coches deportivos, me intrigaban.
SOBRE SI LAS FOTOGRAFÍAS REPRESENTAN LA REALIDAD O LA INTERPRETAN
Creo que las fotos representan la realidad de los detalles, pero a su vez interpretan la realidad porque la realidad es demasiado hermosa, demasiado escurridiza, para ser capturada.
Mi ojo no está ni en mi cabeza ni en mi alma, está en mis tripas y en mi corazón.
SOBRE EL ‘MOMENTO DECISIVO’
Existe, pero es solo una fracción de segundo. Para reconocerlo hay que… es como un partido de tenis. Tienes que anticiparte al momento, tener un presentimiento de que algo va a suceder en ese preciso instante. Adelantarte. Lo haces antes de tener tiempo para pensar.
SU CÁMARA
Yo usaba una Block Note Gaumont, que en aquella época era una cámara muy moderna. Empecé a usarla en 1904. Luego tuve una Kodak que usaba para paisajes y para viajar. Era muy bonita.
Cuando yo era pequeño, mi madre hizo un álbum, pero las reveló sin fijador así que el papel se degradó. Son mis primeras fotos, las hice con seis años. Ella llamó a este álbum “Los intentos fotográficos de Jacques”. Puso las fechas en las que se hicieron: 1899, 1900… En ese mismo álbum están mis primeros dibujos.
SOBRE SUS ÁLBUMES DE FOTOS
Desde pequeño comencé a hacer fotos porque quería conservar los momentos efímeros de la vida diaria. Por eso empecé a guardarlas esas fotos en álbumes. Captaba los momentos efímeros de la vida y los guardaba.
Empecé haciendo álbumes muy pequeños, pero pronto me di cuenta de que no ese tamaño no me interesaba y probé con un tamaño bastante más grande. En aquella época, yo era un chaval de apenas 10 años. Y desde entonces, he seguido utilizando ese mismo tamaño y formato.
En mis álbumes está todo lo que me interesa, todo lo que amo.
Necesito atrapar el tiempo, no como recuerdo, es más que eso. Tengo la obsesión de capturar el tiempo mientras pasa.
SUS PRIMERAS FOTOS
Estas son las dos primeras fotos que hice en mi vida. En la primera está mi familia, y en la segunda aparecen mi padre y mi madre. Esto es algo precioso, para mí tiene un valor incalculable.
SOBRE SU PASIÓN POR EL MOVIMIENTO
La siguiente foto es de 1911. La gente intentaba volar. Como todos, yo también soñaba con volar. El aire, el viento, el ruido del propulsor… Todo eso te causaba un sentimiento extraordinario.
Sigo teniendo esa pasión por el movimiento, por los coches, los aviones… Y ahora también por esas cosas que van a la luna. Hacen que el resto parezcan vulgares, hay demasiados coches, demasiados aviones, ya no me divierten.
Me gustan los pequeños accidentes de la vida. Suceden deprisa, pero las fotografías están ahí para capturarlos. Soy como ese niño que se ríe cuando alguien resbala con una piel de plátano y se cae. Soy un niño incorregible.
SOBRE SU AMOR POR LAS ARTES EN GENERAL
Soy fotógrafo, pintor y escritor. No creo que las tres cosas puedan expresar lo mismo, creo que se complementan. La pintura viene de dentro de uno mismo, la fotografía, en cambio, viene del exterior y sucede muy deprisa. La fotografía es un juego más ligero, la pintura es algo profundo. El deleite de la pintura dura más, pero también el sufrimiento.
Si no pudiese pintar, fotografiar o escribir, me dedicaría a la música.
SOBRE SUS DIARIOS
Siempre he escrito diarios, desde el principio. Escribía todos los días, tomaba nota de todo, del tiempo que hacía, a qué hora me levantaba, me vestía… Cuándo iba al parque, cuándo hacía fotos… Hacía pequeños bocetos de las fotos que quería hacer. Cuando no salían como quería, los tachaba. Puedes reconocer mis fotografías en mis dibujos.
Tal y como hago con las fotos, tampoco reviso ni releo lo que escribo.
SOBRE SU RELACIÓN CON PICASSO
Éramos amigos, pero no grandes amigos. No se podía ser gran amigo de Picasso. Soy gran amigo de la gente que me quiere. Era muy fácil fotografiarle, le encantaba. Era un buen actor. En esta foto estaba deprimido. No se dio cuenta de que le hice la foto, la gente no suele darse cuenta de que estoy ahí, soy muy rápido.
Picasso no reconocía a otros artistas, no veía el talento en otros. Sólo pensaba en sí mismo y no en lo que yo hacía.
La foto más rara que le hice es una en la que se ven sus pantorrillas con agujas de acupuntura. Otra que me gusta es esa en la que aparece dándole una cucharada de algo a Cocteau. Es una foto sencilla pero resulta divertida. Me gustan las fotos divertidas.
Si estás acostumbrado a hacer fotos, sabes de antemano cómo va a salir una persona en la foto. Tus ojos aprenden a hacerlo. Es fruto de la costumbre.
SOBRE LA FOTOGRAFÍA EN COLOR
Me gustaba y disgustaba al mismo tiempo. El color no perdura, cambia con el tiempo. Saqué algunas fotos que me llevaron bastante tiempo, algunas muy bonitas en la niebla, pero sólo 15 días después habían perdido ya su encanto, su sutileza, y eso era descorazonador.
SOBRE LA LUZ
Mi forma de fotografiar no ha cambiado con los años. Sigo haciendo fotos en cualquier lugar, no preparo nada con antelación, ni siquiera la luz. Salvo cuando fotografío en interiores. No me gusta la luz artificial, trabajo con luz natural. Es más hermosa. Con la artificial corres el peligro de iluminarlo todo demasiado.
Nunca hago muchas fotos de una misma escena. Conservo mi viejo hábito de hacer solo 3 o 4 fotos como mucho.
SOBRE SU ENTUSIASMO POR LA VIDA
Adoro la primavera, es siempre una fiesta. La primavera está omnipresente en mis fotos, también en mis pinturas. Me gustan todas las estaciones pero la primavera me da ganas de florecer.
A veces me han dicho que en mis fotografías no hay momentos trágicos. Pero no los evito, lo que pasa es que no quiero conservarlos, ni siquiera en mi memoria, porque duelen. Durante la guerra y la liberación de París sí que tomé alguna foto un poco trágica, pero fueron muy pocas.
De pequeño, tenía un hada en mi cuna. Ella me hacía regalos y yo los cuidaba bien, como un jardinero que planta una flor y la cuida para que crezca.
El entusiasmo también crece a través del sufrimiento. Todo lo que necesitas es pasión.
*Apenas hay entrevistas a Jacques-Henri Lartigue. Estas palabras están sacadas de la entrevista que concedió al programa de la BBC ‘Master Photographers’ en 1983, tres años antes de su muerte.
El desnudo más hermoso
por Cartier Bresson no es un reloj
Antes de empezar propiamente con el tema de este post, permitidme que haga una pequeña introducción. En estos ya cuatro años que han pasado desde que puse en marcha ‘Cartier-Bresson no es un reloj’ he escrito muchos post y he dedicado muchas horas a investigar las vidas, obras y motivaciones de un montón de fotógrafas y fotógrafos, algunos muy conocidos y otros menos o prácticamente desconocidos.
Ese buscar constante no es un trabajo ni una obligación, no es así como lo siento, sino una respuesta natural a mi insaciable curiosidad. Y fruto de ello he ido creciendo como espectadora de fotografía y aprendiendo y descubriendo cosas que jamás hubiera imaginado. Por eso, y porque en cuatro años me he acostumbrado ya a compartir con vosotros todo el material que voy encontrando (autores, trabajos, historias curiosas, noticias y, cómo no, fotolibros) he decidido escribir también post como este que tenéis aquí y que es una especie de reflexión personal sobre un aspecto concreto de la fotografía.
Este, en concreto, es una ‘ampliación-revisión-readaptación’ de uno que escribí para el blog del festival de fotografía analógica Revela-T allá por 2018. Vamos allá.
Siempre me ha gustado esa frase que dice que una cosa es quitarse la ropa, y otra es desnudarse. De buenas a primeras, puede parecer una puntualización absurda, incluso rebuscada, pero lo cierto es que, si nos paramos a pensar un momento, encierra una distinción de conceptos que resulta interesante, básica y aplicable en la vida en general, y en el arte y la fotografía en particular.
El caso es que pocos fotógrafos escapan a la tentación de probar con el desnudo, con miradas, estéticas, intenciones y discursos diferentes, y con resultados que pueden resultarnos más o menos convincentes y más o menos atractivos. La lista sería interminable, pero no puedo dejar de citar nombres de grandes clásicos como Edward Weston, Francesca Woodman, Lucien Clergue, Ruth Bernhard, Ralph Gibson, Peter Hujar, Robert Mapplethorpe, Diane Arbus, Saul Leiter o Imogen Cunningham.
Pero más allá del desnudo físico, del acto de captar la belleza de la piel, las formas y los contornos del cuerpo humano, se atenga o no a los arbitrarios y cambiante cánones de belleza del momento, hay otro desnudo que resulta mucho más interesante, atractivo, cautivador y poderoso, y también mucho más difícil de realizar y mostrar, un desnudo que destaca por encima de los demás, uno cuya belleza, sinceridad, fuerza, honestidad y, sobre todo, cuya valentía y originalidad eclipse a todos los demás… Uno que no se percibe al primer golpe de vista, que exige tiempo, paciencia y una mirada entrenada y, por supuesto, sensible. Muchos habréis adivinado ya a qué tipo de desnudo me estoy refiriendo, pero puede que haya algún despistado por ahí que ande un poco perdido. Pues bien, me refiero al desnudo del propio fotógrafo, no al físico, ni nada parecido, sino al emocional, autoral o, si queréis, metafísico. A la mirada sincera, personal y única que queda plasmada en un trabajo u obra fotográfica.
Este es uno de los motivos que explican lo mucho que suele costarnos enseñar públicamente nuestras fotos. No me refiero al reparo que te da el mero hecho de mostrarlas y tener que “responder” por ellas frente a los demás, tener que defenderlas y defenderse con ellas, sino a ese sentimiento de vulnerabilidad que nos acecha cuando las fotografías son más que mías: son “yo”.
Me refiero a esos trabajos que son el fruto y el reflejo de nuestra mirada personal, de ese instinto que nos sale de lo más profundo y nos hace reaccionar ante determinadas escenas o temas, encuadrar de una determinada manera e interpretar y leer la luz en la forma en la que lo hacemos: de una forma única, irrepetible. Entender esto es muy fácil y a menudo se explica con un ejemplo tan conocido como efectivo: 10 fotógrafos fotografían una misma escena o situación darán como resultado 10 fotografías y 10 miradas diferentes. Algunas puede que se asemejen mucho entre sí; otras, sin embargo, serán radicalmente diferentes. Pero no habrá dos fotos iguales.
Y es que cada fotografía, cada ‘click’ de nuestra cámara, recoge y refleja nuestra forma de ver el mundo; es, o debería ser, la consecuencia de una voz. Por tanto, cuando enseñamos nuestras fotografías, estamos dando al resto la oportunidad, y yo diría que el privilegio, de ver el mundo, la realidad y la vida tal y como nosotros la vemos, a través de nuestros propios ojos. La fotografía, siempre lo digo, es el único arte que nos permite ver el mundo a través de los ojos de otra persona. Y esa es para mí la definición más acertada.
Nuestras fotografías, nos guste o no, desvelan nuestro yo interior como ninguna otra cosa en el mundo, dan al resto, como acabo de decir, la oportunidad de mirar y ver a través de nuestros ojos. ¿Acaso existe algo más personal e íntimo que eso?
Esta idea no es nueva, ni he descubierto nada que otros no supieran, los grandes de la fotografía también han sido muy conscientes de que sus imágenes mostraban mucho más que el sujeto o la escena retratada, y que además, en muchos casos, era imprescindible que fuera así: “La fotografía es una forma de gritar lo que uno siente”, decía Henri Cartier-Bresson; Minor White aseguraba que “todas las fotografías son autorretratos” y otro maestro, Richard Avedon, confesaba sin tapujos “mis retratos dicen más de mí que de la gente a la que fotografío”. Y es que un fotógrafo no sólo muestra el mundo, su mundo, también se muestra, en mayor o menor medida, a sí mismo.
Visto así es normal que nos cueste enseñar nuestras fotos, someterlas al juicio de aquellos que saben y del público en general, y desnudar nuestro ojo ante la mirada escrutadora del resto. Nuestro trabajo no habla solo de lo que fotografiamos, del tema que hemos elegido, habla también, y más profundamente, de nosotros mismos y de nuestra forma de ver el mundo, de estar en él, de entenderlo, de interpretarlo. Casi nada. ¿No es eso mucho más que un desnudo entendido como un mero quitarse la ropa?
Quizá por esto, y llegados a este punto, sea más propio hablar de “desnudamiento” y no de desnudo a secas, de sinceramiento profundo con uno mismo, con lo que vemos y con cómo lo vemos, o del miedo a enfrentar la imagen que tenemos del mundo y de nuestro lugar en él, con la que realmente proyectamos o perciben los demás.
La fotografía, como el resto de las expresiones artísticas, tiene mucho de psicológico. Pocos se atreven a defender la existencia del ojo inocente, porque la mirada del fotógrafo nunca lo es, y esto acaba con cualquier pretensión de “objetividad”, pero tampoco lo es la mirada del espectador. Somos, más que cualquier otra cosa, el fruto de nuestras experiencias y nuestro entorno.
Llegar a ser lo suficientemente libres, maduros y valientes como para ser capaces de plasmar nuestra mirada en una foto y mostrarla al resto, mostrarnos al resto, es también un acto de enorme generosidad, pero también lo es, y mucho, dejar al público total libertad para «soñar» esa foto, para meterse en ella, para leerla y reinterpretarla. En definitiva, para hacerla “suya”.
Sucede así que, por muy disparatado que pueda parecernos aquello que los demás ven en nuestras fotos, su lectura, su reacción y las proyecciones que hacen en ella enriquecen la propia obra, pero también, y esto es importante, el propio acto creativo del fotógrafo. La complementan, la acompañan, la desafían y, ya que hablamos de desnudo, la “visten”. Y es que es curioso cómo llega un momento en el que la foto, “nuestra foto”, ya no nos pertenece, al menos no del todo. No somos los únicos que le damos sentido, los únicos a los que esa imagen interpela, ni los únicos en interpelarla. Dejamos, en muchos sentidos, de “habitarla” en exclusiva. La autoría se diluye y queda reducida a ser la ‘chispa’ que estimula al espectador, al anzuelo que lo atrapa; la llave que abre la puerta a la siguiente fase de la experiencia fotográfica, la de la contemplación de la imagen. Y al siguiente desnudamiento: el del espectador ante la imagen.
La fotografía es, en este caso, un espejo en el que mirarse, pero también a través del cual mirar hacia el otro lado, hacia el interior del otro, el medio que permite penetrar y experimentar la mirada de los demás. La fotografía convierte el espejo en reflejo y, a su vez, en proyector. Es parte de su magia.
Ese “desnudamiento” bidireccional fotógrafo-espectador se revela así como una de las claves del acto fotográfico; y por eso, llega un momento en el que no tiene mucho sentido hablar de si una foto es buena o mala, o qué hace que sea buena o mala, sino de si es sincera, sensible y significativa.
Y la clave para ello no está en la supuesta idoneidad de la escena o el sujeto, ni en la composición o en el encuadre, ni mucho menos en la cámara o el objetivo elegidos. Tampoco lo está en el espectador. Todos son elementos importantes, pero quedan en un segundo plano ante el verdadero generador de belleza en el sentido más amplio de la palabra: el propio fotógrafo y su capacidad de liberarse, como quien se despoja de sus ropas, de máscaras, convencionalismos, estéticas superficiales, servidumbres y prejuicios ligados a su propia labor, del siempre engañoso espejismo del éxito y de los caprichosos convencionalismos marcados por las modas, la estética y el “gusto” estético.
En definitiva, de lo que hablo es de nuestra capacidad de desnudarnos y sincerarnos ante nosotros mismos para que nuestra fotografía sea realmente la expresión de una mirada y una voz que hable al mundo, aunque sea en susurros, que sea capaz de hablar de cosas de las que ya hablaron otros, sí, pero que lo haga como nadie antes lo hizo.
Ejemplos de esto hay miles. Desde Robert Frank y su retrato inconfundible de Estados Unidos en el archifamoso ‘Los Americanos’ (no en vano, muchos dicen que el libro debería haberse llamado ‘Los Americanos según Robert Frank’), el ‘In the American West’ de Richard Avedon, la ‘Balada de la dependencia sexual’ de Nan Goldin, o los más recientes retratos de la sociedad estadounidense realizados por fotógrafos como Gregory Halpern o Bryan Schutmaat.
No hay nada mejor que “des-cubrir” el mundo, a los demás o a uno mismo a través de la fotografía, y ese es, sin duda, el desnudo más hermoso.