por Cartier Bresson no es un reloj
Aún recuerdo cómo, cuándo y por qué conocí a Joel Meyerowitz. Navegaba por internet en busca de los grandes fotógrafos de calle del siglo XX y una foto llamó poderosamente mi atención. Era una calle de París en la que se veía un pequeño barullo de gente en torno a un hombre caído en el suelo. Me maravilló la riqueza visual de la imagen, su poderoso contenido, la forma en la que estaba captada y ese pequeño punto de surrealismo que emanaba de ella. ¿Quién era el autor de aquella maravilla? Lo busqué… y lo encontré: un tal Joel Meyerowitz.
Foto: Joel Meyerowitz
Seguí buscando, porque quería saber más sobre su trabajo y sobre el propio Meyerowitz: quería conocer sus fotos, la razón por las que las hacía, cómo entendía él la fotografía, qué era lo que buscaba cuando salía a la calle, cuáles eran sus referentes, su biografía… Todo.
Y llegué a un vídeo de una conferencia suya en Milan en 2013. Le di al play y… en menos de cuatro minutos Joel Meyerowitz desveló ante mí, y ante su auditorio, la esencia misma de la fotografía con una naturalidad y una clarividencia que me dejaron helada. Alguien, por fin, había conseguido reflejar en unas pocas palabras muchos de los sentimientos que la fotografía inspira en mí, y seguro que en muchas otras personas. Así es como comienza su conferencia:
Llevo más de 50 años haciendo fotos, y la pregunta que me sigo haciendo es por qué me sigue resultando tan interesante. Podríais pensar que después de 50 años la fotografía se me ha hecho monótona, pero no es el caso. Para mí, cada seis o siete años, algo cambia en mí, como una estación del año, cambiando mis ideas sobre la fotografía y los objetos que me interesan. Así que, básicamente, durante 50 años, este medio, esta especie de misterio, el mundo de cada día que es visible para nosotros, me ha proporcionado un continuo misterio que me mantiene conectado a la fotografía y a mí mismo. En ese sentido, la fotografía ha sido mi maestra. Y a mi edad, tras más 50 años de trabajo, me siento fresco y preparado para comenzar un nuevo trabajo. Y cada día me levanto y salgo a las calles de una ciudad, al campo o a una pequeña población, siento un apetito ardiendo dentro de mí, algo que me dice ‘sigue mirando’, ‘qué es eso, por qué es tan interesante’, ‘fíjate en esa cara’, ‘mira el gesto de esa persona’, ‘mira cómo la luz cae sobre la tierra’… Parece que me pase todo el día diciendo ‘mira eso’, ‘mira aquello’…
El mundo tiene un efecto estimulante en mí y creo que ,de alguna forma, mi forma de honrar ese efecto es levantar la cámara y apretar el botón para atrapar aquello que veo y me resulta conmovedor, rico en misterio o me hace sentir amor por algo. Estas sensaciones humanas orquestadas a través de una cámara son una especie de intercambio, y eso es lo que ha dado sentido a mi vida.
Foto: Joel Meyerowitz
Tengo este par de párrafos escritos a mano y guardados en folio doblado dentro de un cuaderno. Lo he doblado y desdoblado mil veces: con cada duda fotográfica, con cada pequeña crisis, con cada momento de inseguridad con respecto a mi trabajo, con cada momento de desgana o frustración a la hora de hacer fotos. Y funciona, siempre funciona.
Meyerowitz es pura pasión por la fotografía, y lo es porque lo suyo es, a su vez, pura pasión por la vida, por descubrir cosas nuevas, por maravillarse con todo aquello que tiene ante sus ojos, por su amor y respeto hacia sus semejantes… Y por su continua necesidad de evolucionar y sorprenderse ante los pequeños misterios de la vida cotidiana. Su trabajo, y su magia, nacen de ahí.
Foto: Joel Meyerowitz
Lo cierto es que en los últimos meses he tenido algo olvidado a Joel (hace mucho que dejó de ser, para mí, ‘un tal Joel Meyerowitz’). Con nuestros referentes fotográficos nos pasa muchas veces como con nuestros ‘héroes’ cuando éramos niños. Los nuevos suelen desplazar a los viejos. No es que los olvides, pero les dedicas menos tiempo. Hasta que algo te hace revolver en el cajón y desempolvarlos. En mi caso fue una invitación a participar en el programa radiofónico Full Frame para hablar sobre Meyerowitz.
Releí el párrafo, hojeé un par de libros suyos y volví a buscar en la red. Así es como di con una maravillosa conferencia suya en los encuentros de Arlés de 2017 que me tuvo hora y media sin moverme de delante de la pantalla. Pura fotografía, pura pasión, puro Joel.
Foto: Joel Meyerowitz
Lo que sigue es una versión resumida y adaptada de esa conferencia, con un par de añadidos sacados de otros dos vídeos suyos. La quitaesencia de la fotografía narrada de forma amena y sencilla, salpicada de pinceladas autobiográficas y de ejemplos de sus propias fotos, de la mano de uno de los grandes de la fotografía. Es Joel Meyerowitz, ¿hace falta decir más?
Me presento aquí como una voz que viene de 55 años atrás. Si, cuando yo empecé en esto de la fotografía, hubiera mirado atrás 50 años, me hubiera encontrado con que Eugene Atget estaba vivo aún, así que podemos decir que soy una especie de vestigio del pasado.
Pero aquella era una época inocente porque la fotografía no se consideraba una forma seria de arte, se veía más como un oficio o como algo con un valor utilitario. Se hacían fotos de bodas, funerales o vacaciones familiares, pero la fotografía no era vista como una forma de arte.
Foto: Joel Meyerowitz
CÓMO ROBERT FRANK LE HIZO DIMITIR DE SU TRABAJO
En 1962, yo tenía 24 años y era un joven director de arte que trabajaba en una agencia de publicidad neoyorquina. Un día, fui testigo de cómo un hombre hacía fotos para un pequeño proyecto que yo llevaba, ese hombre era Robert Frank. Su forma de hacer fotos, con tanta excitación… Yo entonces no sabía nada sobre fotografía ni sobre Robert Frank, pero me enseñó que el tiempo y el movimiento eran elementos que podían ser congelados por una cámara, dando lugar a una imagen estática. Algo que ves, que revolotea y desaparece, pero a lo que te puedes aferrar; un pequeño momento que puedes arrancar del discurrir imparable del tiempo.
Y eso me resultó tan excitante que pensé: ‘Yo quiero hacer eso, quiero salir a la calle, mirar el mundo y ver qué cosas de las que me encuentro me hablan, me dicen algo’. Sólo tenía 24 años y aún no sabía aún quién era, y quería ver si había algo ahí fuera que me diera alguna pista sobre mi identidad.
Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ ‘SACAR’ FOTOS NO ES LO MISMO QUE ‘HACER’ FOTOS
En aquella época, yo pintaba, mi estilo era una especie de expresionismo abstracto, con una fuerte tendencia a la abstracción. Pero cuando descubrí la fotografía me pareció que estaba ante una herramienta moderna para crear arte, una máquina, la misma que hoy usamos todos, y lo que realmente me fascina de la fotografía es que, más o menos, todos usamos el mismo formato, un pequeño rectángulo, y que todos lo llenamos con energías de diferentes tipos, con ideas diferentes sobre qué es lo que para nosotros tiene sentido.
Y en ese sentido, la fotografía es un lenguaje universal, todos lo hablamos hoy en día, cualquier persona con un teléfono móvil, en el lugar más remoto de China o Mongolia, puede hacer una foto, que es diferente que sacar una foto.
Sacar una foto no es nada; hacer una foto, sin embargo, requiere de inteligencia, de pasión, requiere que pensemos, porque la fotografía, aunque parezca una mera imagen, trata de ideas. Si tienes ideas, puedes ser capaz de encuadrar esas ideas de una forma consistente. Y es así cómo, con el paso del tiempo, empiezas a tener sentido para ti mismo. Y puede que también para los demás. ¿No es esa, acaso, la magia de la fotografía?
Foto: Joel Meyerowitz.
Pensad en esto: hacéis una foto en la que captáis un momento que os resulta revelador, y después mostráis esa foto al mundo. Entonces, personas que están a miles de kilómetros de distancia sostienen vuestra foto en sus manos y leen tus pensamientos, tus sentimientos, tus intuiciones, tus impresiones sobre el mundo. Eso es magia. Que tú puedas coger tu visión del mundo y lanzarla al universo para que otra gente la lea y la entienda. Eso es especial y convierte a la fotografía en nuestra lengua franca.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL MEJOR CONSEJO PARA HACER FOTOS SE LO DIO UN BOXEADOR
Crecí en el Bronx, un barrio que en aquella época estaba habitado principalmente por inmigrantes, era un lugar duro. Mi padre, que era un campeón del boxeo pero amateur, me enseñó a defenderme a mí mismo porque las calles estaban llenas de bandas, yo mismo era miembro de una, aunque a nosotros nos daba más por el deporte que por el robo.
Mi padre me dijo que la gente siempre da pistas de cómo va a comportarse, y que el secreto está en saber cómo observarlos. “Presta atención”, me decía una y otra vez.
Esa forma de estimularme para que prestara atención, de hacerme entender que era el propio mundo el que iba a darme información sobre sí mismo, fue para mí una noticia impactante.
Foto: Joel Meyerowitz.
Todo eso me llevó a que, cuando descubrí mi inclinación por las artes y tuve que optar por una para expresarme, la fotografía me habló más poderosamente que el resto, a pesar de que yo había estudiado pintura y me había licenciado en Historia del Arte. Pero lo dejé todo por la fotografía, y lo hice por su inmediatez, por el hecho de observar algo mientras se va desentrañando frente a ti, un algo que conecta con tu monólogo interior o tu sentido de la idoneidad.
Y lo cierto es que no puedes dejar pasar esta especie de armonía entre lo que ves y lo que sientes porque es esa convergencia de las cosas la que valida y da sentido al lugar en el que necesitas estar, al momento en el que decides poner la cámara frente a tu ojo. Todo esto es parte del proceso a través del cual formamos nuestra identidad.
Foto: Joel Meyerowitz.
CÓMO DESCUBRIR QUÉ TIPO DE FOTÓGRAFO ERES
Pero, ¿cómo puedes establecer tu identidad? Cada uno de nosotros tenemos huellas dactilares que nos identifican. Pero yo creo que también tenemos una forma de ver que nos identifica. Al menos eso es lo que yo he estado buscando durante 55 años: ¿cómo puedo describir el mundo que veo frente a mí? Y he llegado a la conclusión de que todo lo he aprendido sobre la vida, sobre mí mismo, lo he hecho gracias a la cámara, a la fotografía. Porque cada vez que levanto la cámara es porque algo me impulsa, algo me llama de una forma que resulta irresistible. Veo el mundo frente a mí y veo cómo este se revela en una milésima de segundo. Esta es una de las cualidades especiales que tiene la fotografía.
Foto: Joel Meyerowitz.
Un día, estando en Londres, dos chicas jóvenes me pararon a la salida de una conferencia, y me dijeron que se encontraban atascadas con su fotografía, que no sabían hacia dónde tirar ni qué hacer. Querían que les diera un consejo para superar aquello y seguir adelante.
Les cité la palabra identidad y se quedaron descolocadas. Les dije que todos tenemos una identidad fotográfica y que nuestro deber es descubrirla. ¿Cómo? Dentro de nosotros está la forma en la que respondemos a lo que vemos en el mundo; ya sea un paisaje, una escena callejera, un retrato, una habitación, un lugar… Siempre hay algo que provoca una respuesta en nosotros.
Y esa es, precisamente, tu identidad como fotógrafo; eso que te hace detenerte y decir “Oh…” (gesto de asombro). Ese momento en el que te paras ante eso que te hace reaccionar, levantas tu cámara y aprietas el botón… Es ahí donde está tu identidad fotográfica. Ese fotógrafo eres tú.
Foto: Joel Meyerowitz.
CÓMO ESTAR EN EL LUGAR Y MOMENTO OPORTUNO
Cuando haces fotos en las calles de grandes ciudades, como yo he hecho durante toda mi vida, esa cualidad para elegir el momento oportuno, esa habilidad de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y que las cosas parecen suceder para ti. Es como si tuvieras un sexto sentido. Y esto es evidente, lo ves en las fotos de Cartier-Bresson, Garry Winogrand… la historia de la fotografía está llena de gente que ha estado en el lugar y momento adecuados. ¿Cómo lo hacían?
Pues esa habilidad no es más que la consecuencia de haber usado ese instrumento que es la fotografía una y otra vez, y eso es lo que ha afilado sus procesos mentales, su apetito por la vida, porque en fotografía, cada vez que apretáis el botón de la cámara, estáis diciendo un enorme “SÍ”: sí a la belleza, sí incluso a la tragedia, sí al amor, al odio, a la rabia… es como cogerlo todo, la fotografía lo coge todo y tú, fotógrafo, lo devuelves en forma de pequeñas piezas. Para mí, eso supuso un gran descubrimiento; el hecho de que podía juntar fotografías, en una página tras otra, y hacer que tuvieran un sentido. No era nada que tuviera que ver con el cine, aunque creo que, si yo estuviera ahora dando mis primeros pasos hoy día, prestaría más atención a la imagen en movimiento. Pero en 1962, la cámara parecía ser el instrumento apropiado para reflejar la vida moderna. Así es como yo lo veía.
Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ EL COLOR FUE SU OPCIÓN DESDE EL PRINCIPIO
En aquel año, cuando yo empecé a hacer fotos, no sabía que el blanco y negro era considerado la forma artística de hacer fotografía, así que lo primero que hice fue comprar dos carretes de película en color. Salí a la calle y comencé a hacer fotos. Estuve haciendo fotos solo en color durante todo un año.
En ese tiempo, tuve que aprender a superar mi timidez, mi miedo, mi falta de habilidad para hacer un encuadre interesante… Fue todo un proceso de aprendizaje. Y el color me parecía ser la opción natural: el mundo es en color, por tanto, lo normal era hacer fotos en color.
Foto: Joel Meyerowitz.
Pero lo cierto es que todo el mundo que conocía hacía fotos en blanco y negro. Eso hacía que no me resultara fácil enseñar mis fotos en color a los pocos amigos que hacían fotos y que aceptaran la idea del color.
Y aquí estamos, 50 años después, cuando el color es la opción principal para mucha de la gente que hace fotos.
Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ EMPEZÓ FOTOGRAFIANDO A MUJERES
En aquellos primeros meses, y para intentar sentirme más cómodo, decidí fotografiar mujeres. Yo era un hombre joven y las mujeres me intimidaban. Tuve una madre fuerte y con mucha personalidad, y ella me imponía mucho, así que pensé que era una buena forma de superar mi miedo a las mujeres y acercarme a ellas.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL SECRETO PARA APRENDER A ACERCARSE A LA GENTE
Parte de mi entrenamiento por aquel entonces consistía en ir a los desfiles callejeros que había en Nueva York. En verano los hay casi todas las semanas. Los desfiles me permitían camuflarme, por así decirlo. Podía desaparecer entre el gentío y acercarme a la gente.
En este sentido, una de las cosas que tienes que aprender es a acercarte a la gente. Pero, ¿cómo sabes cuál es la distancia correcta? ¿Cómo te acercas a alguien sin hacer que se asusten? ¿Eres capaz de acercarte y sacar una foto sin que nadie de vea? Es un truco, otro de los trucos de magia de la fotografía.
Foto: Joel Meyerowitz.
LA IMPORTANCIA DE PROBAR A HACER LO CONTRARIO DE LO QUE TE DICE LA LÓGICA
Uno de los primeros temas que surgen cuando empiezas a hacer fotos es el del centro del encuadre, de la diana. Disparas la flecha al centro. Y muchas de las fotografías que hacemos al principio tratan de colocar siempre lo importante en el centro, como si haciendo eso consiguieras la foto que buscas.
Pero hay que dar un paso más y empezar a pensar cómo hacer una foto con varios puntos de interés que abarquen todo el encuadre. Así es como creces con una cámara en tus manos, cuando comienzas a preguntarte qué es lo que hace que una foto funcione: si acercarte más, alejarte más, si algo debe estar en el centro u ocupar más espacio en el encuadre, dónde está el énfasis y qué es lo que la foto te dice, qué feedback se produce cuando haces esa foto.
Foto: Joel Meyerowitz.
Así me di cuenta de en fotografía de lo que se trata es de forzar los límites y así no disparar siempre al centro.
Lo más probable es que el resultado no te satisfaga al momento, pero tienes que aprender a que lo haga. Tu crecimiento como artista que trabaja con una cámara consiste en forzar los límites y averiguar qué otras cosas te satisfacen. De lo contrario, no evolucionas.
Foto: Joel Meyerowitz.
UN ENCUENTRO CON GARRY WINOGRAND Y… ¡ADIÓS AL COLOR!
A mediados de 1963, visité a Garry Winogrand. Ambos éramos dos chicos del Bronx, él tenía 10 años más que yo. Yo solía verle por la Quinta Avenida muy a menudo, pero nos conocimos en el metro. Dos chicos del Bronx que iban en metro a visitar a sus madres.
Nos reconocimos mutuamente, y Garry me dijo: “Oye, ¿por qué no te pasas por mi apartamento y te enseño unas fotos?” Cuando fui vi que había montones de fotos. En cada caja de Kodak cabían 250 fotos y los montones de cajas me llegaban a la cintura, así que en cada montó había como 1.500 fotos. Garry cogió 250 de esas fotos y me las dio, me dijo: “Échales un vistazo”. Yo las miré y, mientras iba pasando de una a otra, me di cuenta de que podía mirar una, dos, tres, cuatro, cinco fotos y luego volver atrás y ver cómo estaban relacionadas con la primera y establecer conexiones. Eso es algo que no puedes hacer cuando se las enseñas a la gente en diapositivas.
El fotógrafo Garry Winogrand.
Y ahí me di cuenta de que si quería ver mis fotos y trabajar con ellas tenía que aprender a revelarlas en blanco y negro porque en aquella época era demasiado caro hacer copias en color, el resultado era un tanto impredecible y no era un proceso que pudieras hacer en el cuarto oscuro de tu casa. Además, yo no tenía dinero para hacerlo, no tenía trabajo, lo había dejado para ser fotógrafo.
Así que empecé a hacer fotos en blanco y negro.
Un día, enseñé una de mis fotos al que entonces era el nuevo responsable de fotografía del Moma, un hombre llamado John Szarskowski, que para mí es el gran culpable de que la fotografía goce hoy día del nivel de aceptación que tiene. La foto la había hecho cuando apenas llevaba un año con la cámara y Szarkowski la incluyó en una exposición llamada ‘The photographer’s eye’ (el ojo del fotógrafo) muy cerca de una foto de Robert Frank, la del hombre con la tuba. ¿Os imagináis cómo me sentí al ver mi foto al lado de la de mi héroe?
Foto: Robert Frank
POR QUÉ EN FOTOGRAFÍA LA AMBIGÜEDAD ES UN VALOR
Otra de las cosas que me atrae de la fotografía es la ambigüedad que se da aun cuando la foto sea muy específica y detallada y te muestre exactamente lo que está sucediendo (porque eso es lo que sucede cuando aprietas el botón, describir lo que tienes delante). Porque nunca estamos seguros del todo sobre lo que está sucediendo en la foto.
Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ HAY FOTOS CLAVE, FOTOS QUE SON PUNTOS DE INFLEXIÓN
A veces, hay fotos que se convierten en puntos de inflexión. Ves algo que te toca la fibra, respondes a ello, pero no sabes muy bien por qué, y después miras esa foto en el cuarto oscuro o en tu hoja de contactos y te habla de una forma más poderosa que ninguna otra cosa. Y te dice: “Ven, acércate, tengo un secreto que desvelarte, algo más que enseñarte”. Y si aceptas la voz de esa foto, y sigues el instinto que te empujó a hacerla, puedes pasar a la siguiente fase de tu crecimiento, tu inteligencia, tu propósito visual de lo desconocido…
Cuando una foto te sale así al paso es como penetrar en un misterio.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL HECHIZO DE UNA SIMPLE VENTANA DE UN PUEBLO DE COLORADO
Recuerdo que estaba en Aspen, Colorado. Era el año 1964 y yo estaba viajando por Estados Unidos. Me quedé en casa de un amigo y recuerdo levantarme por la mañana y mirar por la ventana. El viento movía la cortina hacia adelante y hacia atrás, y yo miraba esa línea que formaba la sombra y que revelaba lo que había fuera. Era muy poético. Y yo estaba allí, completamente embelesado. Siempre tenía la cámara cerca así que hice la foto porque me parecía hermoso. En este sentido, lo fascinante de la fotografía es que cada uno de nosotros identifica aquello que le resulta hermoso, o significativo.
La fotografía nos da la posibilidad de compartir todo eso con todo el que mira nuestras fotos. Pero es importante creer que es lo suficientemente importante para ti como para que te comprometas a hacer la foto y que aceptes que esa es una nueva forma de belleza.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL SENTIDO DEL HUMOR Y LA FOTOGRAFÍA
Es importante tener algo de sentido del humor si eres fotógrafo porque el mundo es un lugar muy loco, te ofrece placeres inesperados, placeres visuales.
Foto: Joel Meyerowitz.
(Sobre la foto de arriba) ¿Por qué andar cuando pueden llevarte en brazos? ¿Por qué mi perro tiene que tocar las sucias calles de Nueva York? (Risas)
ANSEL ADAMS Y LA LAVANDERÍA CHINA
En 1966, gané algo de dinero trabajando en publicidad. Era mi forma de subsistir porque, en aquella época era imposible vender tus fotos en Nueva York. Una vez vi una exposición de Ansel Adams, el gran fotógrafo estadounidense, y la exposición estaba en una lavandería china, bajo el nivel de la calle. La habitación tenía una anchura de unos tres metros y medio por cinco de largo. Allí estaban las fotos de Ansel Adams. Cada una se vendía por 25 dólares. Y no se vendió ninguna. Ese era el ‘amor’ que se le tenía a la fotografía en los años 60.
Foto: Ansel Adams.
No había ninguna esperanza de vivir de la fotografía artística. Si hacías fotos, las hacías por amor a la fotografía, por amor a las sorpresas que te proporciona, por el placer que te producía hablar de ella con tus amigos más cercanos… Era una pasión, un tipo de pasión que ahora puede parecer rara porque estamos en plena explosión fotográfica y la fotografía es más popular que nunca.
Antes, los fotógrafos no competían entre ellos, nos dedicábamos a ello por la misma razón: amábamos el juego de ver. Ahora, en cambio, todo el mundo viene con su cámara y quiere exponer en un museo, o en una galería, o vender a lo grande. Eso es lo que sucede ahora, no hay forma de volver atrás, aunque yo no volvería atrás, porque es así como me gano la vida (risas).
Pero en aquella época era muy difícil vender una foto. Y la mayoría de los fotógrafos que conocía, Robert Frank, Garry Winogrand, Lee Friedlander… todos se dedicaban a la publicidad o a la moda para sacarse un sueldo.
Andalucía. Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ VIAJAR POR EUROPA LE MARCÓ COMO FOTÓGRAFO
Así que yo me gané un dinero fotografiando una campaña publicitaria y lo usé para viajar a Europa. Pasé un año en Europa; viví seis meses en España, en Málaga, con los gitanos, viajé por toda Europa, usé más de 600 carretes de fotos, la mitad en color y la mitad en blanco y negro.
Le debo mucho a ese año que pasé en Europa.
Foto: Joel Meyerowitz.
Esta foto (la de arriba), por ejemplo, es buena muestra de lo que decía antes sobre la ambigüedad. No sé qué es lo que está sucediendo ahí, no hay una historia, pero cuando la miro tengo la sensación de que hay un cierto poder, un significado, y lo cierto es que, realmente, no está pasando nada. Es en casos como este cuando la fotografía puede proporcionarte una forma nueva y fresca de mirar tu propio trabajo.
En España aprendí de alguna manera a ser un hombre. Había algo acerca de la masculinidad (nada que ver con la actitud de macho), acerca de una manera de estar en la vida, que me permitió convertirme en fotógrafo. Comencé a entender lo que era estar solo mirando al mundo. Fui libre por primera vez en mi vida. España caló muy dentro de mí.
(En este video de El País Semanal, Meyeroritz habla sobre su estancia en Málaga. Dura menos de cuatro minutos y tiene subtítulos en español).
Foto: Joel Meyerowitz.
En muchas de mis fotos puedes ver esa elección del momento oportuno, esa observación instantánea de momentos humorísticos, o momentos en los que todo está en transición. Resulta muy atractivo atraparlos con la cámara, es como una reacción instintiva. Y si lo haces las veces suficientes, el mundo se vuelve más perspicaz, empiezas a ver más y mejor, a ser capaz de identificar al mismo tiempo cosas que están en diferentes niveles.
Foto: Joel Meyerowitz
UN CURIOSO PUNTO DE INFLEXIÓN: VERSALLES
Hay una foto que tomé en Versalles, es una imagen bastante ordinaria y parece una postal, pero significa mucho para mí. Era un día lluvioso, no había nadie… pero me sentí atraído por la calidad del escenario (una colegiata). Cuando revelé la foto, ya de vuelta en Nueva York, me di cuenta de que esa pequeña pieza de Kodachrome reproducía cada ladrillo de las chimeneas y cada teja del tejado. Y pensé: “Quiero imprimir fotografías enormes, quiero poder verlo todo, no quiero hacer más copias pequeñas. Y quiero hacerlo en color”.
Años después, esta foto fue la que me llevó a trabajar con cámaras de gran formato y la que provocó un gran cambio en mi vida. Así que, a veces, una sola foto es capaz de introducir una llave en tu cerebro y la hace girar hasta que un ‘click’ lo pone todo en su sitio.
Por eso son importantes esas fotos que suponen un punto de inflexión en nuestro camino.
Joel Meyerowitz, con su cámara de gran formato. Foto: Max Kozloff.
LOS PEQUEÑOS DETALLES Y SU INMESA BELLEZA
A veces el detalle más pequeño es el que te lleva a ver. Recuerdo ver a este hombre al que le faltan las piernas en el borde de la acera y cómo este niño se le acerca y le echa agua para que pueda lavarse las manos.
Y el detalle en el que me fijé fue en cómo el niño juntaba las rodillas para poder estar lo más quieto posible cuando echara el agua sobre las manos del hombre. Me pareció un acto tan conmovedor de respeto y de cuidado para no salpicar la chaqueta del hombre…
Hacer una foto basándote en gestos tan mínimos resulta, a veces, increíblemente satisfactorio. Y esta es una de esas fotos que, cada vez que la miro, me viene a la cabeza un sentido de la humanidad, de la dignidad que un niño de un pueblo turco que está lejos de todas partes fue capaz de mostrar a ese hombre. Y eso es belleza.
Foto: Joel Meyerowitz.
CÓMO FOTOGRAFIAR DESDE EL COCHE LE LLEVA A SU 1ª EXPOSICIÓN EN EL MOMA
Durante mi estancia en Europa, yo iba a todas partes en coche. Siempre llevaba la cámara en mi regazo y hacía fotos mientras conducía. Primero, porque era un reto, un reto interesante; dos, porque cuando estás dentro de tu coche, el coche es como una cámara y el parabrisas es tu lente. Ves cómo el mundo viene hacia ti como si se tratara de una pantalla de cine. Y tres, sucede que si cada vez que ves algo interesante detienes el coche, para cuando sales de él ese momento ya se ha esfumado. Así que fotografiar mientras me movía en coche era muy importante para mí.
Foto: Joel Meyerowitz.
Durante ese año, hice más de 4.000 fotos desde mi coche y cuando volví a Nueva York John Szarkowski del Moma me ofreció hacer una exposición individual con estas fotos. Para él, estas imágenes eran una forma precoz de fotografía conceptual porque las hice como experimento, cada día, mientras conducía.
Foto: Joel Meyerowitz.
La suya era una apuesta arriesgada y le estoy agradecido por ello. Yo también sabía que era un riesgo y que, en cierta medida, era una exposición marginal, en el sentido de que la mayoría no eran fotografías muy interesantes. Muchas veces las cosas estaban muy lejos y pasaban a una velocidad de 100 km/h… ¿qué puedes ver en una situación así? Pero la cámara ve. La cámara es una herramienta increíble para aferrarte a esos momentos fugaces.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL EXPERIMENTO DEFINITIVO ENTRE EL B/N Y EL COLOR
La fotografía en color era tan importante para mí que intentaba entender por qué hacía fotos en color. Así que, durante unos años, llevé dos Leicas conmigo; una con un carrete Kodachrome y otra con película Tri-X. Ambas con objetivos de 35 mm.
Cada vez que tenía la oportunidad de hacer un par de fotos, las hacía. Las fotos no eran exactamente iguales, había alguna pequeña diferencia, pero me daban la oportunidad de compararlas y de preguntarme a mí mismo qué era lo más importante para mí, qué película me contaba todo lo que yo quería saber del mundo. Y esa era la de color.
Fotos: Joel Meyerowitz.
Años después de hacer este experimento, dejé de hacer fotos en blanco y negro. Mi época de blanco y negro duró unos 10 años, más o menos.
Hice un total de 130 pares de estas fotos en los dos formatos y que, viéndolas juntas, parecía un libro.
Fotos: Joel Meyerowitz.
Si os fijáis en la parte inferior del dirigible, en la foto en blanco y negro se ve gris, pero en la foto en color se ve verde. Es como si el mar hubiera lanzado su color hacia arriba, hacia la parte reflectante del dirigible. Y para mí ese pequeño detalle es como una nota musical que pasa casi desapercibida en una partitura, pero tú oyes su pequeño sonido. Eso es lo que hace la foto en color, te da un montón de información.
Una vez fui de Nueva York a Nueva Orleans en autostop. Unos meses antes había estado viendo el libro ‘Los Americanos’ de Robert Frank y, estando en una calle de Nueva Orleans, el tranvía apareció y vi esta imagen tan parecida a la famosa foto de Robert Frank. Pero lo que me llamó la atención fue los colores del tranvía. Algo me sucedió en ese momento, fue como una sacudida: resultó que la foto en blanco y negro, esa que yo creía que era la realidad, era algo… diferente. Me dio pie y me motivó para seguir fotografiando en color.
Captura del libro ‘Taking my time’, de Joel Meyerowitz.
Foto: Robert Frank
EL GUGGENHEIM Y LA AMÉRICA QUE SE DESMORONA
Cuando volví de mi viaje por Europa, me concedieron una beca Guggenheim. Estados Unidos estaba sumido en la guerra de Vietnam, y me dieron la beca para que viajara por el país documentando cómo pasaban los estadounidenses su tiempo de ocio. En aquella época, el concepto de “tiempo de ocio” era algo nuevo.
Foto: Joel Meyerowitz.
En el centro del país nadie parecía estar prestando atención a lo que sucedía en Vietnam y yo intentaba reflejar esa actitud en mis fotos. Viajé por todo el país para ver cómo la gente se entretenía y pasaba su tiempo libre mientras una guerra mataba a 50.000 soldados.
Para mí es uno de mis trabajos más importantes. Puede que algún día se publique (ríe). Recuerdo que se lo llevé al editor de Aperture en Nueva York y el editor jefe lo retuvo durante dos años. Volví y le dije: “Devuélveme mi libro, sé que no vas a publicarlo” y él me contestó: “No puedo publicarlo, es demasiado duro. Además, solo hay unas 3.000 personas en el mundo que compran fotolibros, jamás recuperaremos nuestro dinero”. Y añadió: “Si Robert Frank acudiera a mí hoy con ‘Los Americanos‘, no podría publicarlo”. Es increíble. Un libro así de valioso debería ser publicado.
Foto: Joel Meyerowitz
En ese libro que hice sobre Estados Unidos, intenté introducir alguna huella de la guerra cada siete u ocho fotos. Imágenes en las que se vieran cohetes que se colocaban en las rotondas de las ciudades, o botaduras de barcos de guerra con esas anclas hechas de rosas… Quería mantener el nivel de desesperación y violencia que se vivía en el sistema estadounidense.
Y vi que, de alguna manera, el país se estaba derrumbando. Ves a estas dos mujeres arreglando con sus manos ese pequeño trozo de césped mientras sus casas se derrumbaban tras ellas, me parecía una especie de locura, la locura americana.
Foto: Joel Meyerowitz.
POR QUÉ ‘EL INCIDENTE’ NO TIENE QUE ACAPARARLO TODO
Hacia 1971 o 1972, traté de alejarme de esa idea de “captar el incidente”. Sentía que el incidente, esas cosas divertidas que ves en la calle, cuando se convierten en el punto central de la fotografía, es como si solo contaras un chiste o una pequeña historia. Lo que yo quería era comprobar si era posible moverme y hacer fotos de todo lo que había en un lugar, desde lo más cercano a lo más lejano, todo. Quería hacer fotos más complejas que no dependieran del gancho de un incidente gracioso o de una interacción concreta.
Foto: Joel Meyerowitz.
Resulta muy difícil dejar de hacer aquello que has aprendido y que llevas haciendo mucho tiempo. Pero cuando consigues dominar algo, hacerlo muy bien, es importante alejarte de ello. Es la única forma de crecer como artista.
Así fue como empecé a hacer fotos en las que intentaba vaciar de contenido el centro del encuadre, intentaba empujar las cosas hacia los lados, alejándolas de aquello que resultaba muy atractivo o seductor. Quería ver si podía hacer fotos más enrevesadas y que siguieran resultando interesantes.
Foto: Joel Meyerowitz.
En la época en que hice la foto de arriba, por ejemplo, sentía que estaba en un lugar en el que necesitaba algo más. El 35 mm estaba bien, tenía una gran definición, pero si quería imprimir fotos de gran tamaño, tenía que empujarme a mí mismo más allá del 35 mm y usar una cámara de gran formato.
EL GRAN FORMATO, EL GRAN CAMBIO
Así que me compré una cámara de 8×10 para negativos de 20×25 y empecé a hacer fotos que requerían un tiempo diferente. No eran fotos instantáneas como las que haces en la calle, eran fotos sobre la luz, el espacio, el color, la profundidad… El proceso era más lento. Era como si de repente yo tuviera dos lenguajes: el ritmo jazzístico de la fotografía de calle y el ritmo más clásico y sosegado de la cámara de gran formato.
Dejar atrás, no para siempre, pero sí durante un tiempo, aquello que yo hacía mejor resultó ser un aprendizaje de una enorme riqueza.
Foto: Joel Meyerowitz.
Una de las primeras cosas que aprendí al usar la cámara de gran formato es que el tiempo no era ya una milésima de segundo, sino que el tiempo eran varios segundos, incluso minutos, y que podías mirar a la oscuridad al final del día, y que esa oscuridad que estaba cayendo te daba información.
Entonces empecé a hacer fotos que tuvieran esas características.
Foto: Joel Meyerowitz.
CÓMO Y POR QUÉ DESCUBRE EL RETRATO
A veces, haces algunas fotos y las pegas en la pared para tenerlas a la vista. Recuerdo haber pegado en la pared de mi estudio estas dos fotografías.
Foto: Joel Meyerowitz.
Durante todo ese año, seguí pegando fotos en la pared y quitándolas, pero estas dos fotos, estos dos retratos, se mantuvieron ahí, en mi pared. Y me di cuenta de que algo había pasado, de que nunca había hecho retratos antes. Aparecía gente en mis fotos de calle, pero aquello no eran retratos en los que te acercas a la gente y les dices “te necesito, quiero hacerte una foto”.
Foto: Joel Meyerowitz.
Pero, al llevar conmigo la voluminosa cámara de gran formato, me hice visible, mientras que con la cámara de 35mm era, de alguna forma, invisible para la gente. Y ahora que la gente me veía, se me acercaban y me preguntaban por qué usaba esa cámara tan grande, por qué me ponía esa tela negra sobre la cabeza… Es decir, tenía una presencia diferente.
Eso hizo que también yo mirara a la gente de una forma diferente y empecé a ver lo interesantes que somos todos y cada uno de nosotros. Así que empecé a hacer retratos. Yo iba con mi enorme cámara y cuando me cruzaba con alguien que me resultara interesante por cualquier motivo (porque eran tímidos, o fuertes, o agresivos…) los fotografiaba. Siempre era gente que me hacía sentir una conexión con ellos.
Foto: Joel Meyerowitz.
En dos años hice unos 1.500 retratos de extraños, una sola foto de cada uno de ellos. Eran personas cuyas vidas me parecían lo suficientemente interesantes como para querer penetrar en su espacio, hablar con ellos e intentar saber algo de ellos.
Foto: Joel Meyerowitz.
SU INSACIABLE CURIOSIDAD: EXPERIMENTANDO CON EL GRAN FORMATO
En una ocasión alguien me preguntó si alguna vez había sentido que, como fotógrafo, estaba en un callejón sin salida, que mis fotos no funcionaban. Y sí, me ha pasado, y esta foto marca uno de esos momentos.
Foto: Joel Meyerowitz.
Cuando usaba la cámara de gran formato, lo que estaba haciendo era hacerme preguntas sobre el espacio y el tiempo. Entonces traté de hacer una foto en la que un solo espacio pudiera dividirse en tres fotos, tres imágenes independientes en las que el horizonte actuara como nexo de unión. Hice unas cuantas fotos, pero sentía como si yo tuviera que ser el director de escena para poder hacer ese tipo de fotos. Hasta entonces, yo me había pasado toda la vida en las calles haciendo fotos de cosas que estaban fuera de mi control y no estaba nada seguro de poder hacer fotos que tuvieran un significado para mí si yo las dirigía o escenificaba. No me veía a mí mismo como una especie de director de Hollywood, alguien capaz de crear esos ‘tableaux vivants‘. Seguí intentándolo un tiempo hasta que me di cuenta de que no era lo mío.
Foto: Joel Meyerowitz.
EL ALZHEIMER DE SU PADRE Y UN VIAJE INTERGENERACIONAL POR CARRETERA
En 1995, mi padre desarrolló Alzheimer. Tenía 89 años. Empezó a deambular por los sitios, a perderse, no podía encontrar sus llaves ni otras cosas… Cuando fui consciente de ello, vi que había millones de personas que sufrían esa enfermedad y decidí ver si podía hacer algo por ellos. Entonces decidió hacer un viaje por carretera con él y con mi hijo, tres generaciones de mi familia, separadas la una de la otra por 30 años. Condujimos desde Florida a Nueva York y aproveché para hacer un documental, ‘Pop’ (forma informal de decir ‘Papá’ en inglés), que ha sido visto ya por más de 40 millones de personas.
Cartel del documental de Joel Meyerowitz
Hablando con él me di cuenta de que él sabía que algo iba mal, era algo con lo que él no podía lidiar, pero fue capaz de hacerme entender que lo sabía. Y en ese momento es cuando me di cuenta de que tenía que hacer una película sobre él. Porque él sabe que algo va mal y es mi obligación hacer un servicio público a la gente y enseñar a las familias del mundo lo que es el Alzheimer, para que puedan ayudar a sus abuelos o a sus padres cuando les diagnostican la enfermedad.
Me comprometí con ese proyecto que al final me llevó tres años de trabajo: busqué financiación, grabé la película, la edité, la distribuí… Fue un trabajo muy duro. Preguntadle a cualquier productor y os contarás la misma historia. Pero valió la pena y aprendí algo sobre lo que podríamos llamar conciencia social que ha tenido una gran importancia en el desarrollo posterior de mi trabajo.
Foto: Joel Meyerowitz.
LA BELLEZA DE LO SIMPLE
Después de ese paréntesis seguí trabajando con la cámara de gran formato y empecé a sentir que necesitaba un cierto grado de simplicidad. Necesitaba deshacerme de la mayor parte dela información y enfrentarme a la simplicidad. En este caso (en el de la foto de abajo), era la simplicidad del cielo, el horizonte y el agua.
Foto: Joel Meyerowitz.
CÓMO SE CONVIRTIÓ EN EL ÚNICO FOTÓGRAFO CON PERMISO PARA ESTAR EN LA ‘ZONA CERO’
En aquella época, yo tenía un estudio en Manhattan y estaba trabajando en una serie de fotos que sacaba mirando al sur desde la ventana del estudio. Saqué fotos de esa vista durante 15 años.
En el verano de 2001, estaba preparando una exposición que iba a llamarse “Looking South” (mirando al sur) y que se iba a hacer en una galería del Soho. Y después sucedieron los atentados del 11S: los edificios que estaban en mis fotos fueron destruidos. Sentí lo mismo que en el caso del Alzheimer de mi padre, sentí que, como neoyorquino, tenía que hacer algo para ayudar.
Foto: Joel Meyerowitz.
Fui a la Zona Cero como un ciudadano cualquiera, y me quedé mirando cómo el humo subía. Entonces saqué mi Leica solo para mirar a través de ella, no había nada que quisiera fotografiar, y en cuanto me puse la cámara frente a mi cámara alguien se me acercó por detrás, me pegó en el hombro y me dijo “nada de fotos, colega, esto es la escena de un crimen”. Me di la vuelta. Era una mujer policía y le dije que yo estaba “en un sitio público, la escena del crimen está ahí delante, así que no me digas que no puedo hacer fotos”.
Foto: Joel Meyerowitz.
Me dijo que iba a quitarme la cámara porque el alcalde había ordenado que no se permitiera hacer fotos. En ese momento me di cuenta de lo que podía hacer. Pensé: “Si no dejan hacer fotos, eso significa que no habrá ningún registro de lo que está pasando ahí y la historia se merece ser registrada”.
Me empeñé en encontrar la manera de entrar allí y documentar con mi cámara lo que estaba pasando. Y lo conseguí. Utilicé el mismo encanto del que me servía cuando fotografiaba las calles y me las ingenié para camelármelos. Superé la barrera de la presión política para que nadie entrara.
Foto: Joel Meyerowitz.
Estuve nueve meses fotografiando lo que sucedía en la Zona Cero e hice un total de 8.500 fotos de todo lo que allí pasaba.
En aquel tiempo que pasé con bomberos, trabajadores de la construcción y policías, estaba 14 horas al día en la Zona Cero y me sentí joven otra vez. Tenía el mismo apetito y la misma pasión que tenía en mis comienzos como fotógrafo. Y eso no tiene precio porque todos nosotros, a medida que nos desarrollamos profesionalmente, alcanzamos cierto nivel de confianza y nos acomodamos. Pero, a veces, aparece algo que te sacude, que te golpea, y hace que vuelvas a sentir esa vitalidad de los comienzos. Merece mucho la pena.
Foto: Joel Meyerowitz.
Aquellos días fueron memorables, están entre lo más felices de mi vida. Desafortunadamente, fueron fruto de una tragedia, pero trabajar con aquellos hombres y mujeres en la Zona Cero fue tremendamente satisfactorio.
Todo aquello afectó a mi vida porque mucho del trabajo que hago ahora tiene un mayor componente social.
Foto: Joel Meyerowitz.
‘SOMOS JARDINEROS EN EL JARDIN DE LOS MUERTOS’
Una cosa que me impresionó fue ver cómo al final de cada día extendían los escombros en un terreno de más de 100 metros de largo. Después los rastrillaban en busca de huesos o dientes o algo de lo que pudieran extraer ADN para identificar a los muertos.
Un día me acerqué a un bombero que se dedicaba a rastrillas aquellos escombros y le dije “haces esto todos los días…”. Y me contestó, “sí, buscamos restos de compañeros, de otras víctimas…. Somos como jardineros en el jardín de los muertos”. Esas palabras hicieron que me sintiera tan conmovido por ese montón de suciedad… y me pareció tan alucinante que aquello me hiciera sentir la necesidad de sacar una foto de algo tan tonto como una pila de escombros…
Foto: Joel Meyerowitz.
En esa misma época, a mi mujer (la escritora Maggie Barrett) y a mí nos encargaron hacer un trabajo sobre la Toscana. Invertí el primer adelanto económico que nos hicieron para ese encargo en mi trabajo en la ‘Zona Cero’, hasta que mi editor me dijo que me fuera de una vez a la Toscana.
Volamos allí en enero, cuando las cosas estaban más tranquilas en la ‘Zona Cero’, y lo primero que vi fue un parcela de tierra que había sido removida y estaba congelada. En aquella época, el terrorismo era un miedo persistente en nuestras vidas y, viendo aquella tierra, sentí que, en Italia, la gente que labraba la tierra tenía una actitud positiva ante la vida, de la bondad, de que la vida sigue. Y ahí decidí que el libro de la Toscana trataría de la belleza que nace de la ausencia de miedo, y no sobre el terrorismo.
La Toscana. Foto: Joel Meyerowitz
CÓMO SU ADMIRACIÓN POR CÉZANNE Y MORANDI LE LLEVA A HACER BODEGONES
Este es el sombrero de Cézanne. Lo podéis ver en Aix-en-Provence, en una balda del estudio de Cézanne. Hace unos años estaba haciendo un trabajo sobre la Provenza y visité el estudio de Cézanne. Me quedé tan impresionado al ver que él había pintado las paredes de su estudio de gris oscuro… Me pregunté qué era lo que pasaba por su cabeza cuando sintió la necesidad de hacer eso.
Para intentar comprenderlo, pregunté a los responsables de su estudio si podía coger sus objetos, ponerlos encima de la mesa y fotografiarlos con la pared gris de fondo. Quería entender mejor lo que Cézanne pensaba y eso, para mí, era como hacerle un homenaje.
Fotografié entre 80 y 85 objetos y algunas de las fotos las imprimí en gran tamaño, de tres metros de alto, en esta forma de cuadrícula, para que pudieran verse y estudiarse mejor.
Fotos: Joel Meyerowitz.
Esta experiencia me animó a dar un paso más y fui a ver el trabajo de Morandi, otro de mis pintores favoritos. Fui a su estudio y eché un vistazo a sus objetos, y me di cuenta de que cada vez me interesaba más hacer bodegones, pero hacer bodegones simples, nada de organizar objetos. Puedes encontrarte con cosas que ha dejado la gente sobre una mesa y hacer una foto, pero no me interesaba organizar esos objetos. Lo cierto es que nunca había hecho bodegones hasta entonces.
Estando allí, en su estudio, me di cuenta de que la luz que yo estaba viendo era la misma luz que observó Morandi. Y pensé: ¿quizás hay algo que pueda aprender sobre la vida de estos objetos? ¿tienen alma? Quise descubrirlo a través de mi cámara. Sin la pretensión de hacer algo bello, sino buscando aquello que existía dentro de esos objetos. Averiguar parte del misterio que Morandi dejó atrás.
Foto: Joel Meyerowitz.
Y aquí estoy ahora, interesado en hacer bodegones. Es algo que está muy alejado de la fotografía de calle, pero lo cierto es que para hacer bodegones uso una energía parecida a la que usaba cuando hacía foto de calle. Sigo fijándome en cómo las cosas se agrupan, cómo se relacionan entre sí… No se trata de belleza, de esa belleza convencional que surge cuando organizas los elementos y construyes una bonita composición, se trata de intentar encontrar en estos objetos, que no son más que cosas usadas, deshechos, encontrar su ánima, su espíritu.
He hecho unos cuantos bodegones de estos que son… raros. Ni siquiera yo puedo explicarlos. Es lo que estoy haciendo ahora, y me resulta tremendamente divertido. Para mí es como tener una conversación con objetos que fueron desechados y tirados por ahí. No sé a dónde me va a llevar esto, solo sé que cuando voy a mi estudio cada día y empiezo a trabajar con estos objetos siento un gran placer.
Puede que todo esto tenga que ver con la edad. Si echamos un vistazo a la historia del arte, vemos que, cuando los artistas llegan a cierta edad, empiezan a pintar las cuatro estaciones, o pintan una calavera… Es la sensación de que la muerte se acerca, que es inminente, y eso hace que la gente piense las cosas de manera diferente. Así que lo que estoy haciendo es rescatar estos objetos muertos y traerlos de nuevo a la vida, brevemente, por un momento.
A veces, estos objetos tienen una conversación entre ellos que a mí me resulta muy divertida, y es algo que me maravilla, que algo así me interese.
Foto: Joel Meyerowitz
Esta (por la de arriba) es mi última foto, es un autorretrato (se ríe). Es donde me encuentro ahora mismo. En el curso de mi vida, la fotografía me ha ayudado a encontrarme a mí mismo de muchas y muy diferentes maneras. Es un medio, el de la fotografía, ante el que me arrodillo y al que reverencio por el don y el regalo que me ha sido concedido.
Joel Meyerowitz. Foto: Maggie Barrett.