por Cartier Bresson no es un reloj
No es fácil que una fotografía de moda aguante el paso del tiempo y mantenga intacto su ‘glamour’, su belleza y su frescura. Dicho de otra manera, ¿puede algo que nace para una existencia efímera en un mundo aún más efímero, como es el de la moda, acabar convertido en algo atemporal y eterno? Sí, puede, y a veces, sucede.
Es el caso de ‘Nastassja and the serpent’ (Nastassja y la serpiente), una imagen que nació de la conjunción de tres astros: el fotógrafo Richard Avedon, la actriz y modelo Nastassja Kinski y Diana Vreeland, la legendaria editora de la edición estadounidense de la revista Vogue.
Hay quien añade, además, un cuarto elemento a este cóctel mágico: el azar.
Corría el año 1981 y Nastassja Kinski y Richard Avedon estaban en la cima de sus respectivas carreras.
La alemana Nastassja Kinski, de tan solo 21 años, era el rostro del momento. Hija del polémico y difícil actor Klaus Kinski y de su primera mujer, la también actriz, Ruth Brigitte Tocki, Nastassja debutó en el cine a los 15 años de la mano de Wim Wenders, tras ser descubierta en una discoteca. Quienes se fijaron en ella no supieron quién era famoso padre hasta que tuvieron que pedir el permiso de sus progenitores para poder trabajar con ella. La belleza y sensualidad de Kinski no pasó desapercibida y el mundo de la moda pronto la reclamó para sí. Todo el mundo quería a Nastassja como imagen de su marca.
Lo cierto es que la figura de la actriz y modelo estuvo envuelta en la polémica casi desde sus comienzos, con un desnudo parcial en su primera película y uno integral dos años después, cuando tenía 17. Kinski encadenó trabajos en los que se explotaba su erotismo adolescente. Fue una ‘Lolita’, otra más, al servicio de las fantasías masculinas.
Por su parte, Richard Avedon era el fotógrafo de moda por excelencia. Poco antes, en 1978, el MOMA de Nueva York le había dedicado la mayor retrospectiva fotográfica de la historia, la primera de las dos que protagonizaría a lo largo de su vida en el prestigioso museo neoyorquino. Su nombre y su obra estaban en lo más alto. Fue una de las razones por la que la todopoderosa Diana Vreeland, editora jefe de Vogue, quiso expresamente que fuera Avedon quien fotografiara a Nastassja Kinski.
La sesión duró apenas dos horas, pero ni el desnudo de Nastassja ni la serpiente estaban en el plan inicial de trabajo. Ahí fue donde intervino el azar, en el primero de los dos toques de varita con los que bendijo la sesión de fotos. Pero eso lo veremos más adelante.
Avedon y Kinski comenzaron a trabajar y todo transcurría según lo previsto. Luces, poses, cambios de vestuario, retoques de maquillaje, peluquería… Tan previsible y controlado como anodino. Faltaba algo, una chispa, algún elemento que hiciera del binomio Kinski-Avedon algo diferente, único y, sobre todo, memorable.
La estilista de Vogue Polly Mellen, presente en el estudio, recuerda como durante unos momentos todos se detuvo mientras los presentes intentaban dar con una idea original que encendiese la creatividad de la sesión.
Llevábamos ya un buen rato con la sesión. Habíamos hecho fotos para un editorial de moda y estaban bastante bien. Entonces pregunté a Natassja si había alguna cosa que le gustara especialmente, y ella me dijo: “Me gustan las serpientes”. Y yo le dije: “¿Las serpientes?” No lo dudamos y llamamos a una tienda de animales. Nos trajeron aquel animal increíble. Yo la cogí, fue toda una experiencia, y Dick (Avedon) le preguntó a Nastassja si estaba dispuesta a desnudarse, a lo que ella contestó: “¡Por supuesto!”. Se desnudó y se tumbó. Entonces la serpiente se enrolló en su cuerpo, y comenzó a subir…”
Todos contenían la respiración, el silencio era absoluto. Nastassja mantenía la calma mientras la cabeza de la serpiente se acercaba a la suya. Avedon, agachado tras su cámara, mantenía el cuerpo en tensión, los ojos alerta, a la espera de que algo sucediese. Y sucedió. La serpiente sacó su lengua y “besó” la oreja de Nastassja. Avedon, atento, apretó el obturador. Ese era el detalle que hacía que el resultado fuera simplemente perfecto.
Cuando acabó no podíamos ni hablar. A mí me corrían las lágrimas por las mejillas. Cuando la serpiente sacó su lengua y “besó” a Nastassja… Fue mágico, absolutamente extraordinario.
El resultado es una de las imágenes más recordadas de todos los tiempos. La belleza y serenidad que transmite Nastassja Kinski contrapuesta al peligro y la amenaza excitante de la serpiente. La imagen es elegante y directa a la vez que sensual y evocadora. La inevitable referencia a Eva y la serpiente, la inocencia y la tentación, el bien y el mal, la inocencia y la amenaza, lo masculino y lo femenino, lo angelical y lo demoníaco, el deseo, el sexo… Todos los elementos tienen cabida y se interrelacionan en una única y aparentemente simple imagen.
Hay, sin embargo, un objeto que parece estar de más, algo que a veces distrae la atención: el brazalete de Patricia von Musulin que Kinski luce en su muñeca. Su presencia no llamó la atención en aquel momento; al fin y al cabo, aquella era una sesión demoda. Pero la editora de Vogue acabó lamentando no haberle dicho a Nastassja que se lo quitara.
Hubiera preferido que no llevara la pulsera puesta porque eso le da un toque de “foto de moda” y yo creo que esa imagen es mucho más. Hubiera sido mejor si no llevase absolutamente nada.
Conscientes del magnetismo e inmenso potencial de la imagen conseguida, y tras aparecer en octubre de ese mismo año en la edición americana de Vogue, la fotografía se comercializó rápidamente en forma de póster, y fue así como ‘Nastassja y la Serpiente’ ocupó durante años un lugar destacado en dormitorios de millones de jóvenes y adolescentes de los años 80.
En estos casi 40 años que han pasado desde que se tomara aquella foto, la imagen ha sido imitada hasta la saciedad. Modelos famosas y actrices se han fotografiado con serpientes de diferentes tipos.
La propia hija de Nastassja, Sonja Kinski, posó 20 años después rememorando la imagen de su madre, en una sesión con el fotógrafo Michel Comte.
Una de las versiones más famosas y recientes de la histórica foto es la protagonizada por la actriz Jennifer Lawrence, que posa ante la cámara del fotógrafo Patrick Demarchelier. Sin embargo, ni esta ni otras copias tienen, ni de lejos, el magnetismo de la fotografía original.
A todas las fotos posteriores que han intentado emular la original de Kinski y Avedon les falta sutileza y les sobra algo que podríamos llamar “sexualidad forzada”. Solo Nastassja parece estar realmente “cómoda” con la serpiente, es la única que transmite cierta placidez e inocencia pese a sentir cómo el enorme reptil repta por su cuerpo y saca su lengua para introducirla en su oreja.
Hay otro detalle importante, además de la mirada de Nastassja y la lengua de la serpiente, que hace de la imagen original funcione como no lo hace ninguna de las posteriores: el cuerpo de la serpiente tapa el sexo de Nastassja que, de no ser por ella, quedaría al descubierto. El animal oculta el sexo de Kinski refuerza así una sensación de dominio sobre la atmósfera sexual de la escena. Sin dejar de ser jamás, y esta es la clave, un gesto sutil, nada forzado.
El blanco y negro elegante y perfectamente trabajado marca de Richard Avedon realza la belleza de la escena, mucho más sutil y elegante que su versión en color.
Años después, Nastassja Kinski renegó y se arrepintió de la utilización que la moda, pero sobre todo el cine, hicieron de su sexualidad cuando aún no era mayor de edad. Lamentó no haber estado mejor aconsejada y no haber tenido herramientas ni referentes para hacer frente a aquellos abusos. La foto de la serpiente, sin embargo, permanece como un buen recuerdo y como uno de sus trabajos favoritos.
Con el tiempo, Richard Avedon volvería a fotografiar a Nastassja en varias ocasiones, pero con una pose y una intencionalidad totalmente diferentes. Ah, y sin serpiente.