por Cartier Bresson no es un reloj 2020
Hace unos días, compartía unas imágenes de obras del pintor Edward Hopper en el grupo de Facebook de Full Frame, el podcast sobre fotografía en el que colaboro y que podéis escuchar en Ivoox. Las pinturas de Hopper fueron lo primero que me vino a la cabeza cuando empecé a pensar en cómo se ha presentado el confinamiento y el aislamiento en general en el mundo de la fotografía, y en cómo, a su vez, muchos fotógrafos (algunos de sobra conocidos, otros, menos) se las han ingeniado para hacer magníficos trabajos en espacios física o socialmente reducidos.
Y sí, es verdad, Hopper no era fotógrafo, sino pintor (y muy bueno), pero el pintor estadounidense siempre tuvo una mirada que podría definirse como muy “fotográfica”. De hecho, Hopper ha sido, y sigue siendo, uno de los grandes referentes visuales de muchos grandes fotógrafos.
Pero no ha sido el único. Pintura y fotografía comparten muchas cosas, pero ambas son, en esencia, luz y formas de mirar la luz. Y si Hopper es el gran referente cuando hablamos del aislamiento del individuo en espacios interiores, la soledad y el vacío del mundo exterior es terreno, entre otros, de Giorgio de Chirico.
Dos de los fotógrafos en los que la influencia de ambos pintores es más evidente son Gregory Crewdson y Gabriele Croppi. Ambos son auténticos maestros en captar la esencia del aislamiento, tanto físico como psicológico, en sus imágenes.
No voy a extenderme aquí sobre la vida, obra e inquietudes estético-artísticas de ambos fotógrafos, ya que en este blog podéis encontrar sendos post sobre ambos: El de Crewdson titulado ‘Gregory Crewdson, de antiguo miembro de una banda juvenil de pop a fotógrafo con mirada y métodos de cineasta‘, y el de Croppi podéis leerlo en ‘La radiografía de… Gabriele Croppi, descubriendo la cara más desconocida del fotógrafo de las sombras‘ (creo que debería elegir títulos más cortos).
Hay a quien estos autores le resultan demasiado “esteticistas” y que prefiere una fotografía más documental o, por decirlo de alguna manera, más “real”. Lo cierto es que son muchos los fotógrafos (algunos muy conocidos) que han sido capaces de construir y llevar a cabo proyectos fotográficos bien en espacios reducidos (veremos trabajos hechos en una cocina o en un cuarto de baño, por citas dos ejemplos), o bien centrándose en grupos de personas muy pequeños (amigos, familia…). Son trabajos hechos, además, con estilos, planteamientos y estéticas bien diferentes.
Así nos encontramos con proyectos que van desde el documentalismo más clásico hasta otros que se mueven en fronteras más difusas y algunos, incluso, que nacen de planteamientos de corte marcadamente experimental y lúdico. Aquí vamos a ver una muestra de todos ellos, priorizando las imágenes sobre los textos; y es que no hay excusas para seguir sacando partido a nuestra cámara y a nuestra imaginación en esta situación de confinamiento forzoso.
¿Empezamos con un clásico? Vamos, pues, con el gran Josef Sudek.
JOSEF SUDEK
‘El poeta de Praga’ jamás superó la pérdida de su brazo derecho en la Primera guerra mundial, pese a que, en gran medida, fue lo que le llevó a dedicarse a la fotografía. Antes había sido encuadernador, pero la pérdida del brazo le obligó a abandonar el que hasta entonces había sido su oficio.
Durante muchos años, fotografió Praga, su ciudad, pero no se sentía a gusto teniendo que recurrir a la ayuda de asistentes que le ayudaran a cargar con su equipo y con el tiempo fue recluyéndose cada vez más en su estudio y su jardín. En ese espacio tan reducido tomó algunas de sus fotos más hermosas y realizó su famoso trabajo ‘In the magic garden’.
Objetos y árboles conformaron su propio y personal universo mágico. Le gustaba decir que las cosas cobraban vida por las noches, cuando el último niño despierto cerraba los ojos, y a los árboles, sobre todo a los más viejos, le gustaba llamarlos “gigantes dormidos“. Sudek supo transmitir toda esa poesía a través de imágenes llenas de ternura y sentimiento. Y todo sin moverse de su casa.
Todo lo que nos rodea, vivo o muerto, a los ojos de un fotógrafo loco adquiere, misteriosamente, muchas variaciones, de modo que un objeto aparentemente muerto cobra vida a través de la luz o de su entorno. Y si el fotógrafo tiene un poco de sentido común, tal vez pueda capturar algo de esto, y supongo que eso es lirismo.
ANDRÉ KERTÉSZ
El húngaro André Kretész es otro de los grandes maestros que con su cámara “redescubrió” la belleza de los objetos y los paisajes cotidianos. Son famosas sus series de fotos hechas a través de la ventana y los bodegones que hizo con objetos caseros.
La cámara es mi herramienta, a través de ella doy sentido a todo lo que me rodea.
Si quieres escribir debes aprender el alfabeto. Escribes y escribes y al final tienes una buena caligrafía, hermoso y perfecto. Pero no es el alfabeto o la caligrafía lo que importa. Lo importante es lo que estás escribiendo, lo que estás expresando. Lo mismo ocurre con la fotografía. Las fotografías pueden ser técnicamente perfectas e incluso hermosas, pero no expresar absolutamente nada.
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EMMET GOWIN
Los fotógrafos norteamericanos, sobre todo los de la segunda mitad del siglo XX, han sido quizá los que mejor han sabido volver la vista hacia sí mismos, hacia su hogar y su familia, y documentarlo con sus cámaras.
Sally Mann es siempre una de las grandes referencias en este campo. Pero, sin duda, uno de los grandes fotógrafos cuya obra, además, giró en torno a su hogar y su familia es Emmet Gowin. El norteamericano fotografió durante años a su mujer y su familia en su hogar, situado, como en el caso de Sally Mann, en un lugar apartado del estado de Virginia.
Gowin supo captar esa atmósfera íntima y privada que a veces tan difícil nos resulta transmitir en nuestras fotografías, pero a la que solo nosotros, como parte de ella, tenemos acceso.
La fotografía es una herramienta para tratar cosas que todos conocemos, pero a las que no prestamos atención. Mis fotos intentan representar algo que tú no ves.
EUGENE SMITH
Saltamos a otro gran fotógrafo, Eugene Smith, para hablar de uno de sus trabajos más curiosos, el que hizo en torno a jazz. Y es que Smith, obsesivo y comprometido con la verdad como pocos, realizó uno de sus trabajos más curiosos y apreciados entre las cuatro paredes de un loft de un edificio medio abandonado en Nueva York. Ahí nació ‘The jazz loft according to W. Eugene Smith’, un trabajo para el que tomó 40.000 fotos y grabó mil horas de audio en el apartamento en el que ensayaban conocidos músicos de jazz.
La “integridad pasional” que Henri Cartier-Bresson vio en él, se traduce aquí en imágenes que, pese a estar hechas entre cuatro paredes, transmiten el olor, el sabor y la esencia del jazz.
¿De qué sirve tener una gran profundidad de campo si no tienen una buena profundidad de sentimiento?
Durante ese período Smith realizó también una serie de fotografías a través de la ventana medio tapada de su apartamento.
Si os interesa este fotógrafo, sobre él he escrito dos post; uno sobre una de sus fotografías más famosas, ‘El baño de Tomoko‘, y otro sobre una curiosas y hermosísima foto que les tomó a sus hijos: ‘Un paseo al jardín del paraíso‘.
EUGENE RICHARDS
Otro Eugene, pero no Smith, sino Richards es también uno de los grandes fotógrafos a tener en cuenta a la hora de fotografiar en los espacios y las distancias cortas. Si puedo tocar a alguien entonces puedo fotografiarle, es una de sus máximas.
Como ya hiciera Robert Frank, Richards es un gran experto en mostrar ese lado de la sociedad estadounidense que nadie quiere ver: drogas, prostitución, exclusión social, pobreza, abandono… Se mueve como nadie en las grietas de la sociedad norteamericana, realmente parece “tocar” a sus sujetos y lo hace de tal forma que deja “tocado”, en muchos sentidos (también en el bueno) a quienes miramos sus fotos.
Richards, que estudió periodismo, documenta realidades en espacios muy pequeños (un quirófano, un minúsculo apartamento, una habitación) y en ambientes que muchas veces acaban resultando claustrofóbicos. Es capaz de denunciar el infierno de las drogas con la misma contundencia y sensibilidad con la que nos cuenta la historia de dos parejas homosexuales que deciden tener y compartir una hija, o la soledad de su propio padre, ya anciano, tras la muerte de su madre.
Es un proceso para conocer a la gente. Eso es para mí la fotografía. Se trata de prestar atención y no arruinar y desperdiciar una gran oportunidad.
CARRIE MAE WEEMS
Una cocina, ella misma y sus amigos y conocidos. Con eso le bastó a Carrie Mae Weems para hacer una de las series fotográficas más celebradas sobre mujer, feminismo y estereotipos. Con un plano fijo en el que se ve poco más que la mesa de la cocina, la pared, una lámpara y parte de la puerta, Weems teatraliza y reproduce una atmósfera íntima, personal y reivindicativa.
A este trabajo le dediqué todo un post titulado ‘Descubriendo a Carrie Mae Weems y su ‘The Kitchen Table Series’.
Los espacios son territorios únicos. No todos los espacios pueden proporcionar al sujeto la riqueza o el fondo que necesita, el ambiente, el sentimiento, el misterio. Los lugares son espacios de peso. En este sentido, es habitual que las mujeres usen sus hogares como lugares donde contextualizar su trabajo, mientras que los hombres rara vez lo hacen. Esta diferencia es muy interesante.
GRACIELA ITURBIDE
Al igual que a Carrie Mae Weems a Graciela Iturbide le bastó una sola estancia de la casa, y la más pequeña, para hacer uno de sus trabajos más originales: ‘El baño de Frida’.
La fotógrafa mexicana tuvo el privilegio de ser la primera en entrar en el baño de Frida Kahlo en la Casa Azul, el hogar que compartió con Diego Rivera, después de que este permaneciera cerrado durante más de 50 años por expreso deseo del propio Rivera.
Iturbide pasa allí tres días en los que fotografía los objetos de la artista: animales disecados, carteles, ropa, prótesis, medicamentos… Incluso, siguiendo la sugerencia del documentalista Nicolás Echevarría, Iturbide se mete en la bañera de Frida y fotografía sus pies descalzos, rememorando así la obra “Lo que el agua me dio”, pintura que Kahlo creó en 1938 y en la que retrató parte de su cuerpo sumergido en el baño.
Cuando me puse en la tina, empecé a decir ‘Frida, perdóname. Qué barbaridad, que sacrilegio estoy haciendo’. Pero bueno, así es la fotografía.
Mi objetivo era fotografiar los corsés, las muletas, los retratos de sus héroes, digamos, de las personas que ella respetaba y que eran del Partido Comunista de la Unión Soviética. Ya no me metí a hacer otras cosas, sino sólo interpretar sus objetos de dolor.
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ALESSANDRA SANGUINETTI
De la estupenda obra de Alessandra Sanguinetti quiero destacar dos trabajos, ambos muy ligados a la tierra y a la conexión emocional con el lugar que habitamos y las personas con las que lo compartimos.
El primero es ‘Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático significado de sus sueños’, un proyecto en el que Sanguinetti documenta, durante cinco años, la relación y la transición a la adolescencia de dos primas en su casa de Argentina. Es un magnífico relato del día a día y de los cambios psicológicos y físicos de estas dos jóvenes que viven en un entorno rural.
El otro trabajo a destacar es ‘The passing of times’ (‘el paso de los tiempos’), en el que la fotógrafa nacida en Nueva York pero de origen argentino documenta los rincones y grietas de la vieja casa familiar, mientras muestra sus cambios temporales.
Sanguinetti retrata a miembros de la familia, cuya piel muestra el desgaste del tiempo, como arrugas y rasguños, junto con objetos inanimados que aparentemente han permanecido intactos. El espacio físico y el emocional se funden en una microesfera familiar.
Tengo dos casas. Uno es el hogar de mi infancia en Buenos Aires, y el otro está en California, donde vivo ahora. Para este proyecto decidí quedarme atrás en el primero. Los pasillos, las habitaciones y los objetos estaban exactamente en el mismo lugar en el que habían estado durante 40 años, como si nada hubiera cambiado.
Este trabajo no es un reflejo de mi infancia, que fue muy feliz, sino más bien un adiós y un comienzo para llegar a un acuerdo con los años que ya pasaron y en los que mis padres eran vulnerables. Trato de verlos a ellos y al apartamento en el que crecí tal y como está ahora, con todos sus restos del pasado intactos, excepto por las huellas del tiempo grabadas en la piel y en las superficies de los objetos.
CARLOS PÉREZ SIQUIER
Descubrimos el lado más íntimo y poético del gran pionero del color en la fotografía española. Con ‘La Briseña’, Carlos Pérez Siquier acarició con su cámara el que es su retiro ideal, la finca del mismo nombre, un lugar al que bautizó así “porque la brisa del mar llegaba hasta la puerta de la casa”.
Pérez Siquier captura la luz y los colores de las diferentes estancias de la casa, de una forma que casi podemos oler esa brisa marina que parece mecer todas y cada una de las estancias. La dulce calidez de las imágenes ayuda a retratar le serenidad y belleza que emana de un espacio querido.
TONO ARIAS
Otro fotógrafo que, al igual que los anteriormente citados Sanguinetti y Pérez Siquier, ha sabido retratar el hogar y los sentimientos que de este emanan es el gallego Tono Arias. Su obra ‘Nós’, en blanco y negro, es una mirada nostálgica a la casa, ya abandonada, en la que nació y pasó su infancia.
Objetos, viejos retratos, muebles desnudos que cuentas mil historias… Forman el universo que parece cobrar una segunda vida a través de la cámara de Arias.
RUTH ORKIN
Ruth Orkin es autora de una de las fotografías que más poderosamente me llamó la atención hace un par de años y sobre la que escribí el post ‘An american girl in Italy’, la foto del acoso a una mujer… ¿o el símbolo de su independencia? Pero lo que esta vez llama mi atención, y creo que es un buen ejemplo para esta época de confinamiento forzoso, es la serie de fotos que la autora hizo, durante años, a través de las ventanas de los tres apartamentos en los que vivió en Nueva York.
Empezó fotografiando a los niños que jugaban en las calles de su barrio del West Village, y luego encontró interesante el mirador desde la ventana de su segundo piso en W. 88th Street. Sin embargo, era la vista desde su departamento de Central Park West la que fotografió durante más tiempo, nada más y nada menos que 30 años.
Con todas las fotografías hechas desde su ventana, Orkin publicó dos libros: ‘A world through my window’ (Un mundo a través de mi ventana), en 1978, y ‘More pictures from my window’ (Más fotos desde mi ventana), en 1983.
Mi madre solía contar que cuando yo era joven decía constantemente: mira esto, mira eso. Creo que hacer fotos es mi forma de decirle a la gente que mire esto y que mire aquello. Si mis fotografías hacen que el espectador sienta lo que yo sentí cuando las saqué, ¿no es gracioso … terrible … conmovedor … hermoso? Entonces siento que he cumplido mi propósito.
NANCY BOROWICK
Nancy Borowick se adentró, con su cámara, en el círculo más hermético, íntimo y sensible de una persona: el de su relación con sus padres cuando estos estaban, a la vez, luchando contra el cáncer que les acabaría matando.
Fotos íntimas, duras, tristes, pero también alegres, tomadas en el hogar de sus padres, en los momentos de lucha, de compañía y de soledad y descanso, vertebran uno de los trabajos más conmovedores que se han hecho hasta la fecha.
Sin saber cuánto tiempo nos quedaba juntos, sabía que quería y necesitaba estar con ellos con la mayor frecuencia posible. La fotografía me permitió crear un contexto familiar a través del cual pude procesar mejor lo que estaba sucediendo al tiempo que proporcionaba una red de seguridad y una distancia que me protegía de lo que estaba pasando. Pensé que mis padres siempre estarían allí, así que cuando antes de cumplir los 30 me di cuenta de que los estaba perdiendo, supe que necesitaba encontrar una manera de aferrarme a ellos y capturar la esencia de quiénes eran.
En cierto modo, mi cámara era una herramienta terapéutica que me permitía procesar mejor nuestra situación.
LARRY SULTAN
Larry Sultan ya se había hecho un hueco en la historia de la fotografía con su original proyecto ‘Evidence’, realizado junto a Mike Mendel, cuando en los años 80 decidió documentar con cierto toque kitsch y de humor, la vida que sus padres llevaban en una comunidad de jubilados.
Si con Evidence, Sultan contribuyó a transformar los cánones de la fotografía y los fotolibros, en un trabajo que recibió, incluso, el aplauso de Martin Parr (“es uno de los fotolibros más bellos, densos y desconcertantes que existen, una interminable caja visual de trucos y sorpresas“), con ‘Pictures from home’ el fotógrafo norteamericano retrató a sus padres de la forma irónica e irreverente que a Parr también le hubiera gustado.
Sultan se mete en el pequeño universo de sus progenitores y realiza un trabajo a medio camino entre la crítica y el compromiso emocional, entre la empatía y el voyeurismo.
A veces me metía en la habitación de mamá para hacerle fotos mientras dormía. Estaba tan preocupado por despertarla que respiraba al mismo ritmo que ella. Fotografié la planta de uno de sus pies y me di cuenta de que era algo que nunca había visto antes. Me entraron ganas de fotografiarlo una y otra vez. Luego me di cuenta de que ella no estaba realmente dormida: Éramos co-conspiradores. Justo cuando estaba haciendo fotos en secreto, ella estaba despierta en secreto. Mi madre sintió que la estaba mirando.
PAUL GRAHAM
Uno de los trabajos cuya arrebatadora simpleza lo hace aún más complejo, personal y desafiante. En ‘Mother’ el fotógrafo británico Paul Graham presenta una serie de delicados retratos de su madre en los que pequeños cambios en su rostro y en la luz articulan un testimonio de profundo amor y admiración esa mujer que dormita en un sillón de la residencia de ancianos en la que vive.
Son 14 retratos y solo en uno de ellos la madre de Graham, Dorothy, aparece despierta, mirando directamente a cámara, como si acusara a su hijo de estar observándola demasiado.
Son fotografías desnudas, sin texto ni artificios, retratos que parecen susurrar de forma desgarradora sobre una intimidad que parece a punto de desvanecerse. La madre de Graham se convierte así en un símbolo de amor incondicional, del deber familiar y la ternura, del paso del tiempo y del silencio y la soledad que rodea a los ancianos.
Supongo que quería crear, de alguna manera, un retrato profundo de ella en la vejez, una mirada clara de ella y de sus últimos años en la Tierra. Para mí, pero también para mi familia. Ahora tengo un hijo pequeño, y con eso me di cuenta de lo que realmente significa cuidar a un niño. Además, te hace reflexionar sobre tus propios recuerdos de cuando eras un niño y te atendían. Es la continuidad de una línea.
Le pedí permiso a mi madre para hacer las fotos, por supuesto, y ella estuvo de acuerdo, aunque para ser honesto tengo que decir que a ella le parecería bien cosa que yo hiciera. Y confié en mi instinto.
Me quedaba allí sentado durante horas escuchando el tic-tac del reloj, el viento soplando afuera, muy consciente del paso del tiempo. Sabía que tenía que encontrar alguna forma de transmitir cómo el tiempo se alargaba y se desenmarañaba en esa habitación y cómo yo lo estaba experimentando.
BERTA VICENTE
No hay mayor intimidad en fotografía que la que se produce en un retrato. Cuando las barreras, las reticencias y las defensas caen y cuando las miradas se juntan, ese el momento preciso e inigualable del retrato. La luz y la mirada convergen en un cuerpo a cuerpo que es tan íntimo como a ratos desasosegante, tanto para el retratado como para el propio fotógrafo. La atmósfera que surge de ese encuentro particular es la que, cuando somos capaces de captarla con la cámara, hace que un retrato sea único y que no podamos (o no queramos) apartar nuestros ojos de él.
La fotógrafa Berta Vicente es autora de algunos de los retratos que últimamente más han llamado mi atención. Pero también es una maestra capturando atmósferas. La unión de esas dos cualidades, hacen que sus fotografías transmitan ese ‘algo’ que nos hace pararnos ante ellas. Hay un misterio, un secreto no desvelado, una voz que nos susurra desde alguna parte. Imágenes y miradas que nos hablan de habitaciones con historia y rostros de mirada inquietante.
Normalmente, las fotografías las hago en mi habitación, por suerte entra una luz que me gusta y tengo una pared que la voy pintando según las ideas de fotos que tenga.
Las modelos son mis amigas, tengo unas amigas preciosas con una paciencia infinita.
La mayoría de veces lo que hago es escribir en mi diario una idea, si me convence intento llevarla a cabo y si no, dejo que repose hasta que encuentre ese algo que le faltaba.
Mis fotografías no son más que ideas hechas realidad.
SAKIKO NOMURA
Desnudo e intimidad van unidos de la mano. Mientras investigaba para el post ‘La fascinación íntima y desconocida de Saul Leiter por el desnudo femenino‘ me topé, por casualidad, con unas fotos de desnudos masculinos que llamaron mi atención. Y mi curiosidad creció cuando averigüé que estaban hechas por una mujer, algo que puede considerarse una rareza en el mundo del arte en general y de la fotografía en particular.
Sakiko Nomura, antigua discípula de Nobuyoshi Araki, lleva más de 20 años explorando la particular y desconocida intimidad del desnudo masculino. Sus hombres son seres que a veces parecen emerger entre sombras profundas, y otras ocultarse en ellas. Están encerrados en pequeños espacios privados, habitaciones de atmósfera íntima, en las que se les ve relajados, incluso en actitud introspectiva.
La clave de mis fotos no solo está en los desnudos, sino que pretendo conectar con todas esas pequeñas fluctuaciones que se dan en la vida, y las grandes penas, la vida y la muerte, todo eso que amas que te rodea.
TANIA FRANCO KLEIN
Otra fotógrafa experta en captar y crear atmósferas en habitaciones y pequeños rincones de nuestras viviendas es la mexicana Tania Franco Klein. Su forma de tratar el color y la estética de algunas de sus fotos recuerdan a Nan Goldin y a algunos maestros del color como William Eggleston. Sin olvidar, claro está, la ineludible referencia a Cindy Sherman.
Franco Klein se utiliza a sí misma como modelo en la mayoría de las fotos, que son escenificadas y tienen un fuerte componente conceptual. La atmósfera, el color y los objetos son claves para construir el discurso fotográfico de Klein.
Lo que quiero es evocar un ambiente de aislamiento, desesperación, desaparición y ansiedad, a través de imágenes fragmentadas, que existen tanto de manera ficticia como real.
Busco incorporar cosas que son muy importantes para mí en el mundo contemporáneo, como la soledad, la depresión en la sociedad o diferentes cosas que creo que pertenecen a la vida cotidiana y que no se dicen.
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WIM WENDERS
El prestigioso director de películas como ‘París, Texas’ o ‘El cielo sobre Berlín’ es un gran aficionado a la fotografía. Son famosas, entre otras, sus polaroids, fotos tomadas en los descansos de los rodajes o mientras busca localizaciones para sus rodajes.
Las cámaras Polaroid, que han vivido un resurgir en los últimos años, con una buena manera de tomar imágenes con un plus de instantaneidad e inmediatez, tienen ese halo de “esquema o esbozo visual” que tan bien se percibe en las fotografías de Wim Wenders.
La Polaroid tenía una relación sorprendente con el subconsciente. Era casi como si tu cuerpo tomara la foto. Las Polaroid nunca fueron muy finas a la hora de encuadrar, pero no importaba realmente. Todo era sobre el acto y lo inmediato del mismo. Era casi un acto del subconsciente que luego se convertía en algo real, y eso lo convierte en una ventana a tu alma. Quieras o no, esa persona eres tú.
* Post relacionado: La historia tras la evocadora foto de Wim Wenders que influyó en su famosa película ‘Paris, Texas’
MIKE BRODIE
A los 17 años salió de casa con la idea de visitar a un amigo y se coló como polizón en un tren de mercancías. Así empezó un viaje de más de 50.000 kilómetros por Estados Unidos en el que conoció a varios adolescentes sin hogar y cuyo peculiar microcosmos documentó, al principio, con una vieja Polaroid encontrada por casualidad.
Subió las fotos a las redes sociales y pronto empezó a ser conocido como ‘the polaroid kid’, el chico de la Polaroid. Su trabajo tiene ciertas reminiscencias de otros fotógrafos como Larry Clark (con su famoso ‘Tulsa’), Peter Hujar (sobre el que ya he escrito en este blog) y la ya citada Nan Goldin. Artistas, todos ellos, que fotografiaron con brutal sinceridad y honestidad a sus círculos sociales más íntimos y cercanos.
Hacía fotos principalmente cuando había gente cerca porque ese era el tema que me atraía. Vi muchos sitios hermosos, pero no tomé muchas fotos de paisajes. En ocasiones fue una experiencia grupo, pero la mayoría de las personas que conocía no eran tan agresivas con mi afán de viajar por las vías. ¡En cuanto me sentía inquieto montaba en un tren y me iba de la ciudad!
MASAHISA FUKASE
Atormentado autor del fotolibro de culto ‘Ravens’, tiene una obra menos conocida llamada ‘Family’, en la que muestra una serie de retratos, muchos de ellos con cierto toque humorístico, de los miembros de su propia familia. Aquí Fukase huye de la oscuridad y el tormento que reflejó en Ravens.
Family tiene una doble vertiente. Es una celebración y un homenaje a la propia familia a la que Fukase fotografió en su estudio durante 20 años, con motivo de algún aniversario o celebración familiar. Pero es también la reacción a la pérdida de esa familia, a la muerte y ausencia de sus miembros.
Todos los miembros de la familia cuya imagen invertida que capturo en la película dentro de mi cámara morirán. La cámara los capta, y en ese instante se convierte en un instrumento que documenta la muerte.
El tiempo pasa inexorablemente y la muerte nos llega a todos. Se trata de personas mayores, jóvenes, niños y yo. Para mí, todo es una fotografía conmemorativa que finalmente quedará atrapada en un viejo álbum de fotos maltratado.
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CLAUDIA HANS
Otra de las ideas recurrentes en los últimos tiempos tiene que ver con la puesta en valor de los viejos álbumes de fotos. Cualquier momento es bueno para desempolvarlos, abrirlos y rememorar, incluso reconstruir, la historia de nuestra propia familia. O de contar historias nuevas apoyándonos en fotos antiguas. El lugar de trabajo, en este caso, es tan reducido y tan inmensamente amplio como nuestra memoria y nuestra imaginación.
Claudia Hans es un ejemplo de todo esto. Hans estaba en Nueva York y paseaba entre estanterías llenas de libros cuando sus ojos se toparon con uno titulado ‘Songs for My Grandmother’, escrito en 1945 por Agnes Louise Dean. Decidió comprarlo y utilizarlo como base para contar la historia de su propia abuela con fotografías y documentos recuperados e interviniendo los poemas del libro original.
El libro es un trabajo de intervención que busca narrar tres cosas a la vez: lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial durante el Holocausto; la historia de mis abuelos, que llegaron de Europa y vinieron a México; y el choque cultural que es una más entre las miles de historias de la gente que tuvo que huir de su país a lo largo de la Historia.
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CINDY SHERMAN
El autorretrato es uno de los recursos más utilizados en fotografía para construir infinidad de discursos. Algunos son marcadamente introspectivos y otros efectivos vehículos de denuncia y reivindicación. Enfrentarnos a nuestra propia imagen y utilizarla como soporte discursivo tiene un trasfondo marcadamente psicológico (imposible no citar aquí a Francesca Woodman, sobre la que no voy a extenderme ya que le he dedicado ya varios post cuyos enlaces os dejo más abajo), pero también tiene una vertiente lúdica que resulta muy efectiva (y efectista, dirán muchos) a la hora de desarrollar proyectos fotográficos.
Hablo, concretamente, de Cindy Sherman, una mujer que, aunque prefiere definirse a sí misma como artista visual, es habitualmente catalogada como fotógrafa. Sherman, más que el autorretrato, trabaja los clichés, los estereotipos y los espejismos difusos de la identidad en un estilo marcadamente post-moderno. Transforma su aspecto de mil maneras, lo escenifica y crea imágenes, muchas de ellas de marcado carácter doméstico, que juegan con ambigüedad, la exageración y la rebeldía.
Todos piensan que lo que hago son autorretratos, pero no están destinados a serlo. Solo me utilizo a mí misma como modelo porque sé que puedo llevarme al extremo, hacer que cada disparo sea lo más feo, ridículo o tonto posible.
Una de las razones por las que me sentí atraída por la fotografía es que esta me permitía alejarme del preciosismo típico del arte.
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NIGEL POOR
Nigel Poor ha sido todo un descubrimiento reciente. Primero, porque pese a su nombre, es una mujer, y segundo por lo original, divertido e irreverente de sus propuestas artísticas. En su caso, como en el de Cindy Sherman, la fotografía es más una herramienta que un lenguaje en sí mismo.
Visitar la web de Poor es toda una aventura. Sus proyectos tienen mucho de manualidad y de divertimento, además de experimentación. En ‘287 flies’ recogió 287 moscas, las fotografió una a una e imprimió las imágenes en diferentes tamaños resaltando la individualidad de cada una de ellas.
Otro trabajo llamado ‘Hand job’ y en el que juega con el doble sentido de esa expresión en inglés, que significa, literalmente, ‘hacerse una paja’, Poor hace una serie de retratos de las manos de diferentes personas a las que previamente ha pedido que se vistan con una camiseta blanca que haga las veces de fondo para las imágenes. Las manos son, después del rostro, el elemento más expresivo de nuestros cuerpos.
Uno de sus proyectos más famosos, ‘San Quentin’, surge cuando trabaja enseñando Historia de la Fotografía a los reclusos de ese centro penitenciario y, ante la imposibilidad de dejarles cámaras de fotos para que hagan sus propios proyectos, decide hacer una especie de juego con fotografías ya existentes (algunas bien conocidas y de fotógrafos famosos como Joel Sternfeld) en el que los presos conviven durante días con una foto e interaccionan con ella escribiendo sus propias ideas y reflexiones sobre las mismas.
Los ejemplos del trabajo con imágenes muestran la forma distintiva en que cada persona interactúa con las fotografías. A través de sus marcas y el uso del lenguaje y el dibujo, emerge una voz singular que no solo conecta con el estilo de la propia imagen, sino que también nos dice algo sobre cómo el individuo ve el mundo a través de la fotografía.
SIPKE VISSER
Siguiendo el hilo de lo poco convencional, hay proyectos fotográficos que pueden hacerse sin ni siquiera sacar una sola foto. Es lo que hizo el fotógrafo holandés afincado en Londres Sipke Visser. Especializado en documentalismo y retrato, Visser quiso hacer una especie de experimento que finalmente acabó tomado la forma de fotolibro bajo el título ‘Return to sender’ (Devolver al remitente).
Durante dos años y medio elegí direcciones al azar en Google Maps. Envié a esas direcciones una carta escrita a mano junto con una fotografía hecha por mí. En total, envié 500 cartas, la mayoría a direcciones que abarcaba todo el Reino Unido y algunas a Estados Unidos. Y les pedí me enviaran su respuesta con una foto tomada por ellos. “Devolver al remitente” es una selección de las cartas y fotografías que recibí como respuesta.
En una forma diferente y personal de entender el proyecto fotográfico, y con un planteamiento que ni siquiera exige moverse de casa, el trabajo de Visser recuerda mucho a los originales y rompedores proyectos de Sophie Calle, a quien ya dediqué un post en ‘Desentrañando el misterio: ¿a quién o qué persigue Sophie Calle?‘
IRVING PENN
Y para terminar, Irving Penn. El legendario fotógrafo estadounidense (uno de mis favoritos) demostró que hasta una simple, minimalista e impersonal esquina puede servir de fondo para hacer algunos de los retratos más famosos de la historia. Personajes como Dalí, Truman Capote, Balenciaga o Marlene Dietrich tuvieron que “acomodarse” a aquel insólito lugar para ser inmortalizados por el genial Penn.
En algún momento de 1948, empecé a hacer retratos en una pequeña esquina que formaban dos paneles de mi estudio, con el suelo cubierto por un trozo de vieja moqueta. De ahí salió una prolífica serie de retratos.
Refugiarse en esta esquina, por sorprendente que parezca, hacía que la gente se sintiera cómoda, les relajaba. Las paredes eran un lugar en el que apoyarse, o algo que empujar. Para mí, las posibilidades fotográficas eran más que interesantes; limitaban los movimientos de los sujetos y eso me liberaba del problema de tener que controlarlos.
Las personas sensibles, cuando se enfrentan a la cámara, ponen la cara que ellos creen que les gustaría mostrar al mundo. Pero, a veces, lo que está detrás de esa fachada es más maravilloso que lo que el sujeto piensa o se atreve a creer.