por Cartier Bresson no es un reloj 2020
Nos hemos convertido en una raza de mirones. Lo que debería hacer la gente es salir de sus casas y mirar hacia dentro, para variar.
La frase pertenece a la película ‘La ventana indiscreta’, que Alfred Hitchcock filmó en 1954. En ella, un fotógrafo interpretado por James Stewart se ve obligado a estar confinado en su apartamento neoyorquino tras romperse una pierna. Pasa las horas en su silla de ruedas, asomado a un gran ventanal que da a un patio de vecinos. Desde allí puede ver todo lo que pasa, no solo las idas y venidas de los que allí viven, sino también lo que sucede dentro de sus casas. Las ventanas están permanentemente abiertas para intentar hacer frente de alguna manera a la ola de calor que durante día asola la ciudad.
L.B “Jeff(” Jeffries, el fotógrafo al que da vida Stewart, recibe diariamente la visita de su novia (interpretada por Grace Kelly) y de una enfermera llamada Stella (la actriz Thelma Ritter). Es a ella a quien se queja amargamente y ante quien se justifica por su afán de mirar durante horas lo que sucede en el interior de las casas de sus vecinos.
Llevo seis semanas encerrado sin otra cosa que hacer que mirar por la ventana. No puedo más.
Fue buscando información sobre esta película y sobre la condición voyeurista que acompaña a la fotografía como di, por casualidad, con el curioso trabajo de la fotógrafa estadounidense Gail Albert Halaban.
Sus fotografías son “intromisiones” en los hogares ajenos, una mirada que rompe la barrera psicológica del cristal de nuestra ventana para adentrarse en nuestra intimidad, en aquello que ocultamos a la mirada del mundo exterior.
Me gusta mirar a las ventanas de la gente. Sé que en un primer momento suena algo extraño. Muchos pensarán incluso que es ilegal. Pero cuando veáis mis fotos de París, os daréis cuenta de que soy una mirona amistosa.
La suya no es, sin embargo, ninguna intromisión ilegal, por mucho que pueda parecernos a primera vista. Basta con observar sus fotos con algo de detenimiento para darnos cuenta de que están escenificadas, hay algo en ellas, como la “perfecta” iluminación de los interiores o lo preciso del marco que las propias ventanas construyen alrededor de la escena y los sujetos, que nos hace sentir que no son del todo reales. Y es así. Gail Albert Halaban contacta con lo sujetos, pacta las fotografías (que, si no, serían ilegales y podrían causarle graves problemas) y busca también la complicidad de los que habitan en los apartamentos desde los cuales ella fotografía.
El resultado es un trabajo que mezcla, de manera única, la fotografía de arquitectura, la de interiores y el retrato.
Pero, ¿qué es lo que llevó a Halaban a hacer este tipo de fotografía? ¿De dónde le viene el interés por utilizar las ventanas para mirar de fuera hacia dentro, en lugar de hacerlo de dentro hacia afuera?
Fue una situación personal dura la que provocó que Gail Albert Halaban descubriera su fascinación por acceder a la intimidad de las personas desde lejos. La fotógrafa nacida en Washington estaba en la sala de urgencias de un hospital acompañando a su hijo de 5 años, enfermo del corazón.
Me di cuenta de que todo en allí funcionaba por control remoto. Los doctores monitorizaban el corazón de mi hijo desde un piso diferente al que él se encontraba, podían mirar dentro de su cuerpo sin estar cerca de él. Ahí me di cuenta de que yo misma podría mirar el mundo de la misma manera.
Sin embargo, esa nueva consciencia sobre una forma nueva de mirar al mundo no cristalizó hasta que se mudó de Los Ángeles a Manhattan, en Nueva York. Sabía lo traumático que puede llegar a ser mudarte de una ciudad a otra, esa sensación de desorientación y el aislamiento que marcan las primeras semanas, o incluso los meses.
En vela con su bebé hambriento, Halaban pasaba las noches mirando (y buscando) desde su ventana.
Mi trabajo está inspirado en las noches en vela que pasé cuando era una madre joven. Solía sostener a mi bebé en brazos cerca de la ventana, en mitad de la noche, mirando a las ventanas de mis vecinos en busca de una conexión que rompiera esa sensación de soledad.
Apenas conocía a nadie en la ciudad. Pero incluso en medio de la noche, no me sentía sola. Podía ver a gente saliendo a rastras desde un club nocturno o cómo una tienda de flores abría antes del amanecer. Y, a veces, mientras acunaba a mi hija, buscaba en las ventanas de los demás y me encontraba con algunas caras que me devolvían la mirada.
Cuando comenzó a capturar imágenes desde su ventana, el único lugar que le proporcionaba algo parecido a una historia era una floristería situada enfrente de su apartamento. Aquel lugar, y lo que allí sucedía, fueron su primer tema.
Me inspiró el trabajo que hizo Ruth Orkin fotografiando el exterior a través de las ventanas de los apartamentos en los que vivió. Las fotos que yo hice no fueron tan buenas, pero se convirtieron en las primeras de la serie.
Con el paso de las semanas, la actividad de la pequeña floristería de barrio empezó a resultarle monótona, y nació en ella el deseo de observar toda la ciudad, y de hacerlo a través de una ventana.
Así surgió su primer proyecto, llamado ‘Out My Window‘ (Fuera de mi ventana). En él, Halaban se enfrenta a las contradicciones de la vida urbana; el deseo de ser y sentirse parte de algo que choca frontalmente con la necesidad de crear un espacio que nos sea propio y personal, un espacio al que ningún extraño pueda acceder.
Comenzó contactando con personas que conocía, pidiéndoles que le mostraran a quién veían (o miraban) a través de sus ventanas. Esta forma de trabajar convierte a Halaban y su fotografía en el nexo de unión entre los que miran y los que son mirados. Así es como la fotógrafa logra captar escenas que son cotidianas, pero también, no lo olvidemos, escenificadas.
Me encanta conectar a personas que son parte de la vida de los demás pero que nunca antes se habían conocido.
Pese a que, en un primer golpe de vista, las fotos de Halaban se perciben como una intromisión (una mirada lejana se cuela por la ventana en la intimidad de nuestro hogar) las imágenes resultantes son cálidas y empáticas, y aun estando pactadas, siguen siendo inconfundiblemente domésticas: una mujer se seca el pelo con una toalla tras salir de la ducha, una pareja charla durante la cena, una mujer se prepara el desayuno, un hombre descansa en su sofá, otro juega con su perro…
La fotógrafa de las ventanas, como muchos la llaman, huye de los teleobjetivos, usa lentes normales para capturar sus escenas. El teleobjetivo echaría por tierra esa sensación de ser nosotros mismos los que miramos de una ventana a otra, se perdería la “humanidad” de la mirada.
El éxito de su serie neoyorkina, realizada en 2009, acabó llevándola a París tres años más tarde. Los responsables del periódico ‘Le Monde’ vieron sus fotos y le encargaron que hiciera lo mismo en la capital francesa. De ahí nació otra de sus series más conocidas, ‘Paris views‘ (Vistas de París).
La experiencia de vivir en la ciudad, que siempre se entiende que insufla soledad, es el centro de mi trabajo, una forma de compartir mi idea de que, aunque estemos solos, eso no significa que estemos aislados o abandonados.
Los dos lados de la mirada se encuentran y se relacionan en el proceso de hacer la foto. Aunque las fotografías parecen, en un principio, hechas por un mirón, cuando te acercas a ellas ves que son fruto de mi deseo de conectar con mis sujetos y del deseo que ellos tienen de conectar con sus vecinos, creando así una especie de flujo.
“Estoy solo y no hay nadie en el espejo”, decía el poeta, ensayista y escritor Jorge Luis Borges en la que es, quizá, la frase que mejor describe el vacío de la más dura de las soledades: la no buscada, la que se vive y se siente estando rodeado de gente, la que hace que nos sintamos extraños ante nosotros mismos; tan extraños y tan vacíos de empatía y calor, que somos incapaces de vernos y reconocernos en nuestro propio reflejo. Así se define muchas veces la soledad en los grandes núcleos de gente, las ciudades, y así es como la reflejan las fotografías de Halaban.
Aunque esta gente vive de verdad en el lugar donde los fotografío, intento borrar la línea entre realidad y fantasía. La ciudad te pide renunciar a parte de tu privacidad y soledad para unirte a una comunidad de personas que te rodearán siempre. Se trata de conectar con tus vecinos. Uno sociedad más conectada dará lugar a una cultura más dinámica.
A ella le gusta describir sus fotos como una gran mise-en-abyme, una figura artística con aplicación en diferentes campos que, literalmente significa, “ponerse ante el abismo”. En el caso de Halaban, ella cita la experiencia visual de situarse entre dos espejos y ver una reproducción infinita del reflejo de uno mismo. Ese es uno de los efectos que busca con sus fotos: la sensación de que mirarlas, en el fondo, no es mirar al otro, sino que es mirarse a uno mismo y reconocerse en las situaciones y las vivencias de nuestros vecinos. Las ventanas no son más que muros físicos pero endebles que ponemos entre nosotros y el mundo.
Curiosamente, y pese a que su trabajo nos retrotrae, tanto por estética como por contenido, a la ‘La ventana indiscreta’ de Hitchcock, Halaban afirma no haber visto la película hasta el año 2012.
Tenía miedo de verla, porque pensé que podría darme miedo, pero resultó ser tan inspiradora que incluso comencé a hacer más fotos. Al contrario que en la película de Hitchcock, nunca he visto nada raro al mirar a través de las ventanas de la gente. La mayor parte de lo que vemos es gente preparando la cena, viendo la tele o bañando a sus hijos. La vida diaria es bastante corriente.
Para mí, las ventanas son las frágiles fronteras entre lo familiar y lo desconocido, los crecientes sonidos de la ciudad y el silencio atemporal de la vida privada. Son escenarios cinematográficos en los que las escenas cotidianas y más íntimas se revelan.
Curiosamente, y hablando de escenarios cinematográficos, así como ‘La ventana indiscreta’ me llevó a descubrir a Gail Albert Halaban, fue investigando el trabajo de la fotógrafa nacida en Washington como di con una curiosa pieza construida a través de imágenes de la propia película y que recuerda muchísimo a la mirada de Halaban. Se trata de un ‘time lapse’ de las escenas del patio de vecinos de la película, montado por el cineasta y artista visual Jeff Desom, y que recuerdan enormemente a las fotografías de Halaban.https://player.vimeo.com/video/37120554?dnt=1&app_id=122963
No soy la única que mira por las ventanas.
Esa es una de las frases que más suele repetir Halaban. Y es cierto, ¿quién no se ha sorprendido a sí mismo con la mirada medio perdida en el salón, el dormitorio o la cocina de nuestro vecino de enfrente? La curiosidad y atracción que nos despierta poder ver sin ser vistos, el hecho de adentrarnos en el territorio del otro, aunque solo sea visualmente, es algo que va en nuestra naturaleza y que no es exclusivo de los tiempos modernos.
Justo el mismo año en que Gail Albert Halaban se atrevía por fin a ver ‘La ventana indiscreta’, descubría, durante su estancia en París, un pequeño poema en prosa escrito por Charles Baudelaire en 1869 y convenientemente titulado ‘Les Fenêtres’ (Las ventanas).
El que desde afuera mira por una ventana abierta, nunca ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más deslumbrador, que una ventana iluminada por una vela. Lo que se puede ver a la luz del sol siempre es menos interesante que lo que pasa detrás de un cristal. En ese agujero negro o luminoso la vida vive, la vida sueña, y la vida sufre.
Más allá de las olas de los tejados, veo una mujer, madura y arrugada ya, pobre, inclinada siempre sobre algo, sin salir nunca. Con su rostro, con su vestido, con su gesto, con casi nada, he reconstruido la historia de aquella mujer, o, mejor, su leyenda, y a veces me la cuento a mí mismo llorando.
Si hubiera sido un pobre viejo, hubiese reconstruido su historia con la misma facilidad.
Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y padecido en seres distintos de mí.
Acaso me digáis: «¿Estás seguro de que tal leyenda la verdadera?». ¿Qué importa lo que pueda ser la realidad colocada fuera de mí, si me ayudó a vivir, a sentir que soy y lo que soy?
Mirar y observar a los demás en su día a día cotidiano, nos da la oportunidad de vivir otras vidas, de imaginar otras realidades y de crear un puzzle imperfecto con pequeños retazos de realidad y grandes dosis de imaginación. Mirar, como demuestra Halaban, es construir, proyectar miedos y sueños, inseguridades y certezas. Cada luz tras una ventana, cada movimiento de cortina, nos hablan de un misterio, evoca otros mundos a los que nos gustaría pertenecer.
Aburridos de nuestro día a día, construimos historias propias que sostenemos en imágenes ajenas, unas imágenes que alguien capta, de forma casi furtiva, a través de la lente de una cámara de fotos.