por Cartier Bresson no es un reloj
Muchas veces, bien porque aún estamos aprendiendo, porque nos sentimos inseguros, perdidos, o porque pasamos por un momento de crisis creativa, nos lanzamos, con mayor o menor desesperación, a la búsqueda de consejos, de fórmulas más o menos probadas, más o menos milagrosas, que alivien nuestras dudas y nos saquen de nuestro particular atolladero.
Recurrimos a amigos, colegas, profesores y, si se nos ponen a tiro, a profesionales de reconocido prestigio esperando que nos iluminen y nos muestren, o al menos sugieran, el camino. O nos lanzamos a las redes hasta que la ingente cantidad de información disponible y la pesada tarea de filtrarla (lo que vulgarmente se conoce como separar el grano de la paja) acaba por abrumarnos.
Y es que, si algo he aprendido con el tiempo, es que no hay fórmulas mágicas. Y lo que a unos puede servirnos, puede que a otros no les valga de nada. Yo misma escribí aquí mismo un post con 10 consejos para superar una crisis fotográfica, una serie de pautas generales basadas en mi propia experiencia, pero que no son, ni mucho menos, la solución a todos los problemas. Son una guía, nada más, y con ese objetivo las escribí. La solución, como siempre, está en nosotros mismos, en la actitud que tengamos y en el nivel de sinceramiento que mostremos al preguntarnos quiénes somos como fotógrafos (la pregunta más difícil de responder), qué es lo que queremos y cuáles son nuestras aspiraciones.
Por eso esta carta escrita por un profesor a sus alumnos en el lejano 1923 resulta tan efectiva y tan rabiosamente actual, porque apela a nuestra esencia e identidad como fotógrafos, a cómo trabajar y sacar provecho a nuestra pasión, y a cómo vivirla y alimentarla sin perder ni un ápice de algo que es fundamental para todos, no ya solo como fotógrafos, sino como personas: la curiosidad y las ganas de aprender.
La carta dice así:
Todos somos estudiantes, algunos durante más tiempo que otros. Cuando dejéis de serlo, puede que también dejéis de estar vivos en lo que respecta al sentido de vuestro trabajo. Por tanto, puedo decir que os hablo de estudiante a estudiante. Lo que quiero deciros que antes de dedicar tiempo a la fotografía (que, por otro lado, os exigirá mucho) penséis hasta qué punto ésta, la fotografía, es importante para cada uno de vosotros.
Si lo que realmente queréis hacer es pintar, o alguna otra cosa, entonces no hagáis fotos, a menos que lo hagáis por pura diversión. La fotografía no es un atajo para llegar a la pintura, para ser artista o para cualquier otra cosa. Por otro lado, si la cámara y sus materiales os fascinan y estimulan vuestra energía al mismo tiempo que os infunden respeto, aprended a fotografiar.
Descubrid primero qué son capaces de hacer la cámara y los materiales sin interferencia alguna, únicamente con vuestra propia visión. Fotografiad un árbol, una máquina, una mesa, cualquier trasto viejo; hacedlo una y otra vez jugando con la luz. Observad lo que registra vuestra película, descubrid los resultados que se obtienen utilizando diferentes tipos de papel y gradación. Fijaos en las diferencias de color que se dan al utilizar un tipo de revelador u otro y en qué forma estas diferencias cambian la expresividad de la imagen. El campo es ilimitado e inagotable, y eso sin necesidad de ir más allá de los límites naturales del medio.
En resumen, trabajad, experimentad y olvidaos del pictorialismo y de otras palabras que, en mayor o menor medida, carecen realmente de sentido.
Mirad libros de autor, asistid a exposiciones, así por lo menos conoceréis lo que han hecho los fotógrafos. Y observad también, y de forma crítica, lo que se esté haciendo en este momento en general y lo que cada uno de vosotros está haciendo.
Algunos han dicho que la fuerza del trabajo de Stieglitz se debe a que hipnotizaba a sus modelos. Id y mirad lo que ha hecho con sus nubes y descubrid si sus poderes hipnóticos se extendían también a los elementos. Observad todas estas cosas. Ved qué significan para vosotros, asimilad lo que podáis y olvidaos del resto. Y, sobre todo, mirad las cosas que os rodean, vuestro mundo inmediato. Si estáis realmente vivos, lo que veáis significará algo para vosotros; y si os interesáis lo suficiente por la fotografía y sabéis como usarla sentiréis la necesidad de fotografiar ese significado.
Si permitís que la visión de otra gente se interponga entre el mundo y vuestra propia visión, lo único que conseguiréis será algo ordinario y sin sentido: una fotografía pictorialista. Pero si conserváis la pureza de vuestra mirada, conseguiréis algo que será, como poco, una fotografía con vida propia, ya sea un árbol o una caja de cerillas, siempre que creáis que estas cosas tienen vida propia.
Para conseguir esto no existen atajos, ni fórmulas, ni reglas; únicamente, y en todo caso, las que rigen la vida de cada uno de nosotros. Aun así, resultan indispensables la autocrítica más rigurosa y el trabajo constante. Pero primero, aprended a fotografiar. Para mí esto es ya un problema sin fin.
Algunos ya lo habrán adivinado pero el autor de esta carta no es otro que el gran fotógrafo Paul Strand, uno de los nombres imprescindibles en la historia de la fotografía. Strand, además de un gran fotógrafo que inició toda una revolución con la fotografía directa (una de cuyas fotos, ‘La mujer ciega’, fue la que inspiró al mismísimo Walker Evans) y de ser uno de los fundadores del documentalismo moderno, fue también profesor de fotografía, y este texto lo escribió en 1923, hace casi 100 años, pensando en sus alumnos.
En la carta hay un par de detalles que delatan la época en la que fue escrita (la referencia a la película fotográfica, ese rechazo casi visceral al pictorialismo) pero es casi imposible que un texto no delate, en mayor o menor medida, el momento histórico en que fue escrito. Sin embargo, en el caso del de Strand, su contenido, visión y voluntad trasciende el tiempo. Y lo hace porque apela a conceptos y actitudes que, a la vez que sencillos y comunes, son básicos para la práctica fotográfica y, me atrevería a decir, para disfrutar de la propia vida.
Nadie discutirá la necesidad de tener los ojos abiertos para hacer fotos, pero a veces se nos olvida que tan necesario como eso es mantener la mente abierta y alimentar la curiosidad. Strand lo hizo, y fue la curiosidad por las posibilidades de la imagen (no sólo de la fotográfica, pues también se dedicó al cine, pero esa es otra historia) la que le hizo explorar los límites de la cámara, la película y el revelado, y de las propias reglas de representación. Echad, por ejemplo, un vistazo a sus maravillosas abstracciones, todo un ejercicio y un deleite de formas y luz.
Tal y como refleja el tono utilizado en el texto las dos veces que se refiere al pictorialismo, al fotógrafo neoyoquino no le dolieron prendas al abandonar su primera apuesta estilística (la del pictorialismo) y adentrarse en una mirada radicalmente diferente (la fotografía directa) que era más acorde con su forma se mirar y “sentir” el mundo que le rodeaba. El suyo fue un ejemplo de sinceramiento con su labor artística y de compromiso con su visión del mundo. Después, iría evolucionando hacia una fotografía de corte más marcadamente humanista.
Por esas casualidades del azar y de la vida, fruto de ese afán por experimentar y por probar nuevas formas de aproximación a aquello que fotografiaba surgió la que es, probablemente, su foto más famosa, la de la mujer ciega, tomada al principio de su carrera, en 1916. Esta foto se ha convertido con el tiempo en un icono de la fotografía de denuncia social, pero lo que Strand buscaba al hacerla, reconocido por él mismo, era probar, por un lado, las posibilidades formales y metafóricas del propio medio, y por otro, probarse a sí mismo su habilidad para acercarse a los sujetos sin interferir en la escena (que la mujer fuera una invidente, en ese sentido, es parte de la anécdota que rodea la foto).
Ya en aquella época, recordemos que hablamos de 1923, Strand es consciente y señala la importancia de ver fotografía, ya sea en libros o exposiciones, de ser curioso con respecto al trabajo de los demás, las tendencias del momento… Y serlo con una mirada crítica y abierta. Pero, y esto también lo señala Strand, sin olvidar echar un ojo a nuestro propio trabajo, no para hacer comparaciones, sino para tener una base crítica que nos facilite y nos invite a la reflexión. Sin ello, jamás conseguiremos avanzar y redescubrirnos como fotógrafos.
De cada trabajo que miremos, y de cada fotógrafo que descubramos, de sus pulsiones, intereses, conflictos y diferentes dimensiones, podemos sacar, al menos, una pequeña enseñanza, una pista, en forma de imagen o idea que nos sirva para seguir averiguando qué es lo que queremos hacer y cómo hacerlo (o, incluso, cómo no hacerlo). Se trata de ir encontrando y atesorando aquello que nos inspira y nos mantiene vivos fotográficamente, y desechar el resto, algo esencial en una época como la nuestra, donde la ingente cantidad de material visual y académico a la que tenemos acceso acaba por emborronar nuestro ojo y nuestra mente.
Por eso, como apunta Strand, es con el análisis de nuestra fotografía, nuestra sincera (y difícil a la vez que valiosa) autocrítica y nuestro amor por lo que hacemos y por quiénes somos cuando sujetamos una cámara, como veremos realmente hacia dónde nos lleva nuestra mirada, y si es en esa dirección en la que queremos ir. Siempre hay tiempo para sentarse a pensar y, sobre todo, a mirar.