por Cartier Bresson no es un reloj | Mar 12, 2020 | Historia de una foto
NOTA de la autora: La ya famosa e incomprensible política de Facebook respecto a los desnudos me ha obligado a “intervenir”, muy en contra de mi voluntad, la maravillosa imagen de Tomoko y su madre tomada por Eugene Smith. Muchos de los que seguís el blog lo hacéis a través de Facebook y acostumbráis a compartir los post (lo que agradezco un montón), así que he decidido “tapar” a Tomoko y evitar así que Facebook os castigue y bloquee vuestros perfiles durante un tiempo, como me ha pasado a mí. Por eso, os pido disculpas. Ahora sí, disfrutad del post (con la foto intacta en su interior) y compartidlo sin miedo.
Las fotografías que Eugene Smith tomó a finales de la década de 1960 en el pueblo pesquero japonés de Minamata (…) nos conmueven porque documentan un sufrimiento que despierta nuestra indignación y nos hacen alejarnos porque son excelentes fotografías de la agonía, imágenes que se ajustan a estándares surrealistas de belleza.
Son palabras de Susan Sontag en su célebre ensayo “Sobre la fotografía“, publicado por primera vez en 1973 (en España se publicó en 1981).
“El baño de Tomoko” (Tomoko in her bath) es una de las fotografías más conocidas de la historia de la fotografía documental y de la fotografía en general, una de las imágenes más recordadas del gran fotógrafo estadounidense Eugene Smith. También es, por derecho propio, la representación fotográfica más famosa y real de uno de los grandes clásicos del arte de todos los tiempos: La Pietà (La Piedad) de Miguel Ángel, de 1499, la escultura que representa a Cristo crucificado en brazos de la Virgen María.
Pero esta foto, además de ser todo un símbolo en la lucha contra la contaminación ambiental y la injusticia en general, acabó sentando un curioso, comprensible pero también peligroso precedente en lo que respecta al tema de los derechos de autor o, más concretamente, a los derechos de exhibición y reproducción de una obra. Pero vayamos por partes.
Estamos en Minamata, una pequeña población pesquera en la costa oeste de Kyushu, en Japón. A punto de cumplir 53 años, el fotoperiodista Eugene Smith está de gira por el país para exhibir algunas de sus obras. Es un documentalista especialmente comprometido con la verdad desde que a los 18 años, y a consecuencia del suicidio de su padre, vio cómo los medios de su localidad natal tergiversaban todo lo relacionado con el fatal suceso. Smith es además un perfeccionista patológico con un carácter tormentoso, lo que le ha acarreado ya más de un problema con las publicaciones para las que trabaja.
Eugene y Aileen Myoko Sprague, una estudiante estadounidense de la Universidad de Stanford de origen japonés que hace labores de traductora para el fotógrafo (y que al final se acabará casando con él) llegan a la región en 1971. Escuchan historias de gatos domésticos que se vuelven locos y se arrojan al mar, de pescadores locales a los que las extremidades les hormiguean y entumecen, de mujeres que dan a luz prematuramente o tienen bebés ciegos y deformes.
Es la llamada “enfermedad de Minamata”, un mal neurológico causado por los vertidos que la corporación Chisso, una industria química, ha realizado entre 1932 y 1968. Las aguas tienen niveles muy altos de mercurio y la población lleva años intoxicándose con ella ante la indiferencia de Gobierno y autoridades.
El plan inicial de quedarse en la zona durante tres semanas cambia, y Smith y Ayleen acaban prolongando su estancia durante tres años. Alquilan una casa a una de las víctimas de la intoxicación y allí es donde viven y revelan las fotos.
Durante el tiempo que estuvo en Minamata, Smith hizo miles de fotografías que sirvieron para ilustrar artículos en varias revistas, montar exposiciones y publicar un libro monográfico. Pero el estadounidense necesitaba una imagen que resumiera toda aquella situación, una en la que se viera el horror, pero también la dignidad y la perseverancia con la que aquellas gentes hacían frente a su complicado día a día. Él mismo plasmó ese deseo en palabras cuando conoció a la familia Uemura:
En mi mente fue creciendo la idea de que, para mí, el símbolo de Minamata era una foto de esta mujer y su hija Tomoko. Un día, simplemente, me dije: intenta conseguir esa imagen simbólica.
Finalmente, la imagen “sucedió” en una fría tarde de diciembre de 1971, con Ryoko Uemura (la madre), Tomoko, Smith y Aileen acurrucados en el pequeño baño.
En la foto se ve a la madre de Tomoko, Ryoko, sosteniendo amorosamente a su hija impedida y deforme mientras la baña en la típica estancia japonesa. Tomoko nació paralítica y con severas deformidades tras haber absorbido enormes cantidades de mercurio cuando estaba en el útero de su madre. Esta la mira con un amor infinito, y es que Tomoko, en cierto modo, “salvó” a su familia:
Tomoko me sacó todo el mercurio que yo había ingerido. Nació con la carga de ese mercurio venenoso; por eso yo no caí enferma los otros seis hermanos que vinieron después nacieron sin problemas. Tomoko es el pequeño tesoro de la familia.
Entre todos los niños afectados por la enfermedad, Tomoko fue, con diferencia, la que padeció los síntomas más graves. Murió en 1977, a los 21 años de edad.
La fotografía es bellísima, y tanto la composición como la luz son perfectas. La forma en que su madre parece mecer a Tomoko, la forma en que la mira, los ojos de Tomoko que apuntan hacia arriba, hacia esa luz casi celestial que “acaricia” a ambas y las hace resaltar sobre un fondo sumido en profundas sombras. Por un instante nos parece escuchar a la madre de Tomoko tarareando una dulce canción y oír el suave y constante sonido tranquilizador del agua. Es, sin duda, una de las fotografías más hermosas que jamás se han tomado. Y, a su vez, una de las más profundamente trágicas.
Pero, curiosamente, esta fotografía no aparece en las publicaciones que sobre la obra de Eugene Smith se han hecho en los últimos años. ¿Cuál es el motivo? Ni más ni menos que un extraño giro en lo que respecta a los derechos de reproducción y exhibición de la imagen. Lo cuenta Jim Hughes, creador y editor de la revista Camera Arts Magazine y amigo personal de Eugene Smith en un artículo que escribió para The Digital Journalist y que reproduzco, traducido y adaptado, a continuación:
La foto llegó a mis manos de manera fortuita. Yo acababa de publicar el ensayo “Minamata”, una denuncia devastadora de la avaricia de la industria y el consecuente genocidio ambiental, en la revista fotográfica Camera 35, y lo hice tal como fue fotografiado, diseñado y escrito por el propio Eugene, con la inestimable ayuda de su mujer Aileen.
Poco después de eso, me encontré encabezando una campaña de recaudación de fondos para traer a Gene a casa después de que hubiera perdido gran parte de su visión debido a una paliza terriblemente cruel que matones de la compañía responsable del desastre le dieron con la intención de evitar que continuara atrayendo la atención del mundo hacia las desgraciadas víctimas del envenenamiento por mercurio.
Ya de vuelta en Estados Unidos, y bajo el cuidado de un osteópata de confianza, Gene comenzó recuperar lentamente la salud. Un día, se llevó a mi esposa a un lado para que yo no pudiera oir lo que decían y le preguntó: “¿No se acerca el cumpleaños de Jim?” “Sí, más o menos en un mes”, le respondió mi mujer. “Nunca usa un reloj, ¿tiene uno?” Gene quería saberlo. “Ninguno que funcione”, le informó ella. “Entonces me gustaría comprarle un reloj de pulsera para su cumpleaños”, anunció Gene, con evidente satisfacción por haber percibido una necesidad. “Si realmente quieres hacerle un regalo, creo que otra cosa le gustaría más”, le sugirió Evelyn. Gene parecía perplejo y un poco abatido. “Le haría ilusión que le regalaras una copia de una de tus fotografías”, dijo. “¿Una copia?”, preguntó Gene. “¿Prefiere tener una copia de una de mis fotos antes que un reloj?” Parecía realmente sorprendido, según me dijo mi esposa más tarde. Incrédulo, incluso. “Sí”, le insistió a Gene, “una copia de ‘Tomoko’ le haría muchísima ilusión”.
Y así fue como en mi 37 cumpleaños recibí, no un Bulova (marca estadounidense de relojes de lujo), sino una gran impresión de 11×18 de “Tomoko Uemura in Her Bath” (El baño de Tomoko). Era una impresión original, de hecho, que había sido hecha en la revista, pero algo baja de calidad para ser utilizada. Estaba firmada en una de las áreas oscuras de la imagen con un bolígrafo negro (práctica conocida en los círculos artísticos como un “stylus”) y tratada y enmarcada por el antiguo distribuidor de Gene, Lee Witkin (al que, comprensiblemente, no le hizo ni pizca de gracia, por lo que me dijeron, haber “perdido” una rareza como aquella, que podría haber aprovechado para vender).
Un año después de la prematura muerte de Gene, y después de lidiar con mis dudas durante muchos meses, llegué a la conclusión de que no me quedaba otra que escribir su biografía, una responsabilidad abrumadora de cuya verdadera entidad no fui consciente. En última instancia, se trataba de fusionar la vida increíblemente desordenada de este hombre complejo con todas las fotografías maravillosamente perfectas que había logrado hacer durante los 40 años que estuvo en activo. Aquello se convirtió en una obsesión que me llevaría más de diez años.
Y durante todo ese tiempo, colgada en una pared justo encima de la pantalla de mi ordenador, donde mis ojos cansados no podían dejar de posarse, estaba el retorcido cuerpo de Tomoko, una bendita niña obligada a soportar las consecuencias de los pecados de otros, un inocente ser que parecía flotar bajo la mirada protectora de su madre, y que sirvió de recordatorio constante de la tremenda importancia de mi tarea.
La fotografía de Tomoko cobró notoriedad a nivel mundial cuando se publicó por primera vez en Life. Era la pieza central de una versión anterior fallida y, para Gene y Aileen, insatisfactoria de “Minamata”.
En esa misma edición de 1972 de Life, el medio que le había dado la posibilidad a Gene de llegar a un público más numeroso antes de su dramática y furiosa salida de la revista en 1954, el semanario informaba, con textos y fotografías a todo color, de las “trágicas” consecuencias del ataque que la famosa “Pietá” de Miguel Ángel sufrió en el Vaticano a manos de un fanático armado con un martillo y que aseguraba a gritos ser Cristo resucitado. Era como si, con la representación de una nueva obra maestra tomada directamente de la vida contemporánea (la foto de Smith), el mundo hubiera cerrado el círculo y se hubiera vuelto loco en el proceso.
Y ahora, años después, llega otra coincidencia. Casi al mismo tiempo en que me enteré de la muerte de la revista Life, que ya antes había pasado de ser semanal a mensual, recibí la triste noticia de que la fotografía de Tomoko había sido retirada de la circulación. Mi primer pensamiento fue que esta paralítica pero hermosa víctima de envenenamiento por mercurio fetal, que murió de neumonía en 1977 a los 21 años de edad, había tenido que soportar una segunda muerte. Para mí, de alguna manera, el espíritu de Tomoko había seguido viviendo en la fotografía de Gene, un símbolo de todo lo malo, y lo bueno, en este mundo que ocupamos los humanos.
A primera vista, hay una lógica innegable, una especie de justificación emocional, en esa decisión. La fotografía, que muestra a una niña desnuda y extremadamente vulnerable siendo bañada por su madre en una estancia tradicional japonesa siempre ha sido vista como un momento extremadamente privado al que el mundo exterior había accedido a través de la tragedia. Pero, aunque Gene y Aileen se habían hecho íntimos de la familia, incluso habían cuidado a los niños, Gene era, después de todo, un fotoperiodista que estaba haciendo su trabajo. Y lo cierto es que, en el fotoperiodismo, es inevitable que se produzca un cierto nivel de intrusión, especialmente cuando se documenta a personas víctimas de situaciones difíciles.
Gene me contó que, aunque lo que quería era una fotografía que mostrara claramente el cuerpo deformado de Tomoko, fue Ryoko Uemura, la madre, quien sugirió hacer la foto en el momento del baño. Obviamente, dio permiso Gene y a Aileen no solo para hacer la foto, sino también para usarla con fines que ella creía que podrían beneficiar a los habitantes de la aldea en la que vivían, así como a todas las víctimas del mundo.
La foto de Tomoko no fue un disparo cazado al vuelo, un momento robado, fue planeada y bien preparada, incluso se usó un flash complementario. Como sucede con cualquier buen “retrato”, esta imagen tan potente fue el resultado de una colaboración efectiva, o un diálogo visual, si se desea, entre sujeto y fotógrafo.
Ahora, muchos años después de aquel momento, es evidente que al padre de Tomoko le han surgido dudas. “Me dijeron que Tomoko parecía exhausta cuando salió del baño”, escribió recientemente Yoshio Uemura sobre la tensión que su hija debió soportar. “La fotografía se hizo mundialmente famosa y como resultado de ello nos pedían un número cada vez mayor de entrevistas. Pensando en ayudar en la lucha contra la contaminación, cerramos entrevistas y sesiones de fotos mientras organizaciones que trabajaban en nuestro nombre usaban frecuentemente la foto de Tomoko… Empezaron a circular rumores por todo el vecindario que decían que estábamos haciendo dinero con toda esa publicidad, pero eso no era cierto… Nunca soñamos con que una fotografía como aquella pudiera ser comercial.”
Conociendo a Aileen, dudo que ella personalmente se haya beneficiado de la imagen durante los años siguientes: es más probable que haya canalizado cualquier ingreso derivado de las fotografías de Minamata a las diversas causas ambientales que ha seguido impulsando en Japón.
“No creo”, continuó el padre, “que nadie fuera de nuestra familia pueda ni siquiera imaginar lo insoportable que se volvió nuestro día a día como consecuencia de aquellos rumores tan persistentes… Aunque ella no podía hablar por sí misma, estoy seguro de que Tomoko sintió que su familia estaba preocupada por ella… Ya nunca sonreía y parecía debilitarse progresivamente… Aparte de las inyecciones y medicamentos que disminuían un poco su dolor, lo único por lo que Tomoko vivía era el amor de su familia… y seguramente fue eso lo que le permitió vivir tanto”.
En 1997, 20 años después de muerte de aquella muchacha, una productora de televisión francesa contactó con la familia de Tomoko para poder usar “Tomoko in Her Bath” en un programa sobre las 100 fotografías más importantes del siglo XX. Querían incluir, además, otra ronda de entrevistas con la familia. De hecho, los productores contactaron primero conmigo, y lo les proporcioné el contacto de Aileen Smith en Japón. Como resultado de su acuerdo de divorcio, y tras la muerte de Gene, Aileen había sido nombrada única propietaria de los derechos de autor de las fotografías de Minamata (los derechos de autor del resto de sus fotografías fueron para en sus cinco hijos). Estoy seguro de que Aileen puso en contacto a la productora con Yoshio Uemura, que en este caso no solo rechazó la solicitud para hacer entrevistas, sino que se negó a permitir que la imagen de Tomoko siguiera siendo, en su opinión, explotada.
“Quería que dejaran descansar a Tomoko y ese sentimiento no hacía más que crecer”, escribió. Al enterarse de esta decisión y de su evidente angustia, Aileen viajó a Minamata para reunirse con la familia. Su respuesta fue realmente sincera: Decidió “devolver” la fotografía a Yoshio y Ryoko Uemura y les cedió “el derecho a decidir sobre su uso”.
“En general, el derecho de autor de una fotografía pertenece a la persona que la hizo”, escribió posteriormente Aileen, “pero el modelo, o el sujeto, también tiene derechos, y creo que es importante respetar los derechos y sentimientos de otras personas … la fotografía ‘Tomoko es bañada por su madre’ (un título alternativo) no se utilizará para ninguna publicación nueva. Además, agradecería que los museos, etc. que ya poseen la foto, o la están exhibiendo, tomen en cuenta la anterior consideración antes de exhibirlo en el futuro”.
Ciertamente aprecio, e incluso comparto, el respeto de Aileen Smith por los sentimientos de los Uemura y por proteger la memoria de Tomoko. Estoy seguro de que Gene Smith también lo haría. Pero mi principal preocupación es el precedente que seguramente se establece mediante la transferencia del control sobre una fotografía, o cualquier obra de arte, al sujeto representado en ese trabajo. Comprendo los derechos de los sujetos, vivos o muertos, a que se respete su privacidad, a que estén a salvo de una violación cruel y a que su integridad sea defendida (he escrito mucho sobre este asunto que resulta ser bastante complejo).
Dicho esto, sin embargo, también creo que los artistas, vivos o muertos, merecen tener sus derechos protegidos. Asimismo, el público tiene derechos a tener en cuenta, especialmente cuando un trabajo ha entrado en nuestra conciencia de la manera en que lo ha hecho “Tomoko”. Imaginad, por ejemplo, la mencionada “Piedad” de Miguel Ángel retirada para siempre de la vista del público. O que la “Mona Lisa”, de Leonardo, nunca se hubiera mostrado en público porque, poco después de que se pintara, la familia de la retratada sintió que la pintura hacía referencia a un asunto escandaloso y exigió su destrucción.
En el caso de la fotografía, sería como eliminar a la “Madre migrante” de Dorothea Lange de la historia de la fotografía documental. O al niño sosteniendo unas granadas de juguete de la obra de Diane Arbus. O a la chica del Napalm corriendo desnuda de la historia del conflicto de Vietnam. Mientras escribo esto, una sorprendente fotografía por Alan Díaz del pequeño Elian Gonzales siendo “rescatado” a punta de pistola por nuestro gobierno está siendo analizada hasta el infinito en televisión y medios impresos de todo el mundo: ¿debería negarse la posibilidad de ver esta foto al público porque en el futuro esa imagen puede llevar al niño a revivir esa experiencia traumática?
Dudo que nadie que sea mínimamente razonable proponga eliminar a personas reconocibles de esta ecuación fotoperiodística, pero ¿no es ese el siguiente paso lógico? Sí, es cierto que los ejemplos citados anteriormente son imágenes controvertidas de sujetos con derechos propios y personales. Pero dejando de lado el sentimentalismo, es la imagen la que perdura. Desgraciadamente, a veces recae en los herederos la obligación de sopesar las responsabilidades de la obra y el artista frente a las necesidades de las personas afectadas.
“El baño de Tomoko” fue, en mi opinión, la obra maestra de Gene Smith, la imagen definitoria en toda una vida plagada de importantes imágenes fotográficas.
Diez años antes de fotografiar a Tomoko, Gene Smith escribió: “Hay una relación en muchas de mis imágenes, un ritmo que puedes sentir, entre las necesidades de la sociedad y la ciencia. El progreso ayuda y perjudica a la humanidad, y me siento atraído por la lucha del hombre para avanzar y retroceder al mismo tiempo“.
Las fotografías de Gene Smith hacen mucho más que documentar hechos particulares, por muy importante que eso sea. Sus fotografías proporcionan a menudo una visión de futuro al refractar el pasado y el presente, dándonos un tiempo que es, a su vez, tan oscuro como brillante. “El baño de Tomoko” es mucho más que Minamata. Ha trascendido al envenenamiento por mercurio y a las muchas almas devastadas por la avaricia de unos pocos. Lejos del tiempo y el espacio de un pueblo pesquero japonés, la fotografía, convertida ahora en símbolo, permite a las personas ver en una sola imagen todas las posibilidades y peligros de la vida. Para mí, es un recordatorio constante y universal de que solo a través del tipo de amor desinteresado reflejado en esta fotografía puede perdurar el espíritu de la humanidad. La imagen de Tomoko y su madre es tan hermosa como aterradora. Y es real.
Esta fotografía es una de las más intensas que jamás se han hecho: más allá del horror y la tragedia del caso en particular, la imagen ha llegado a representar la compasión y la humanidad. Si lo universal tiene prioridad sobre lo particular es, por supuesto, una pregunta que nunca será respondida de forma satisfactoria para todos.
Gene Smith nunca alcanzó la perfección que ansió para su vida imperfecta, pero capturó con su cámara este momento perfecto de Tomoko y su madre. Tengo una copia de una vieja foto descolorida de cuando Gene era un bebé en la que su madre lo sostiene en brazos de manera similar por su propia madre. Si tan solo Nettie Lee Smith hubiera tenido la capacidad de amar de Ryoko Uemura… “El baño de Tomoko” permitió a Gene cerrar el círculo y en cierto sentido, completa su vida.
El 7 de enero de 1972, un mes después de haber tomado la foto de Tomoko, Eugene Smith se unió a otras víctimas de Minamata en una manifestación en la planta de Chisso cerca de Tokio, donde fue atacado y gravemente herido por empleados de la empresa que le causaron graves heridas y daños permanentes en un ojo. Este ataque hizo que la de Smith se convirtiera en una cara habitual en las noticias locales.
Tras el ataque, unos grandes almacenes de Tokio organizaron una exposición de las fotos de Smith a la que asistieron más de 50.000 personas en menos de dos semanas. Las fotos y el eco que tuvieron en los medios obligaron al gobierno a tomar medidas y la compañía responsable de los vertidos tuvo que pagar una indemnización.
Tomoko no fue la única víctima del envenenamiento por mercurio cuya situación afectó profundamente a Eugene Smith, hubo otras, como Tanaka Jitsuko, cuya historia era incapaz de contar sin romper a llorar.
Jitsuko está enferma. Es una chica en edad de casarse. Una chica incapaz de decirle ‘me gustas’ al chico que le gusta. Jitsuko, en mis fotografías no se ven las tinieblas de tu corazón voluble, ni su enorme profundidad.
Smith hizo más de mil fotografías a Jitsuko, pero solo una de ellas se incluyó en el libro.
En la pared del pequeño cuarto de Minamata en el que Eugene Smith, Aileen y su asistente japonés, el también fotógrafo Ishikawa Takeshi, revelaban las fotos, Smith escribió un pequeño texto que era toda una declaración de intenciones, unas palabras que valen no solo para su trabajo sobre Miamata, sino que son el perfecto resumen de la obra de un fotógrafo con un talento y un compromiso descomunales.
Mis fotografías
dicen muy suavemente…
Mira, tú; mira
esto y escucha…
Mira, tú; mira
esto y piensa…
Mira, tú; mira
esto y reacciona…
Y lo haces.
No porque te haya obligado a ello,
sino porque has reaccionado.
Mis fotografías, te urgen,
suavemente, y te hacen
pensar y sentir.
Eso es lo que espero de ellas.
Eugene Smith murió el 15 de octubre de 1978, a los 59 años de edad.