Cristóbal Hara .
Su obra, innovadora y muy personal, casi desconocida durante muchos años, está siendo reivindicada ahora por los fotógrafos más actuales. Un buen motivo para tener una charla con este gran fotógrafo.
Cristóbal Hara (Madrid, 1946) pasó su primera infancia en Filipinas. Su madre, de origen alemán, murió poco después de nacer él. Cuando su padre se casó más tarde con una estadounidense, lo llevó al país americano durante un tiempo. Ya con ocho años, fue internado en un colegio jesuita de Valladolid, un colegio de aquella España franquista, donde la dictadura y la religión marcaban el día a día.
Después comenzó a estudiar Derecho y Dirección de Empresas, primero en Madrid y luego en Hamburgo y Múnich. Hasta que en 1969 decidió dedicarse a la fotografía. Londres era su lugar de residencia habitual desde 1971 y realizó continuos viajes a España. Fue en 1980 cuando se afincó definitivamente en nuestro país.
Sus primeras fotos fueron en blanco y negro, con un estilo clásico basado en Henri Cartier-Bresson o Robert Frank, siguiendo las convenciones del reportaje de la época. Es en 1985, experimentando con el color, cuando encontró su camino. Alejándose de la visión cromática de los fotógrafos americanos, sus referencias fueron los pintores españoles: Goya, Velázquez, José de Ribera… También buscó una manera de fotografiar diferente, tratando de evitar la forma “correcta” y buscando su propio lenguaje. Eso le ha dado un estilo particular y reconocible.
Cristóbal Hara ha pasado a ser un referente para los fotógrafos que ahora despuntan tras años habiendo predicado en el desierto. Fotógrafos como David Jiménez, Ricardo Cases o Jesús Monterde son reivindicadores e incluso herederos de su trabajo. Tiene varias publicaciones entre las que destacan ‘4 cosas de España’, ‘Lances de Aldea’, ‘Contranatura’, ‘Autobiography’, ‘An imaginary Spaniard,’ o el aclamado ‘Vanitas’. Actualmente está elaborando ‘Los ensayos banales’, una colección de diez cuadernos especializados (va por el tercero) dirigidos a los fotógrafos, y en ellos se habla de la fotografía y se reflexiona sobre lenguaje fotográfico a través de las propias imágenes.
Cristóbal acababa de cumplir 70 años. Su espalda le ha dado un aviso y ha reducido su movilidad. Es un hombre tranquilo, culto, humilde, que habla suave. Pero también tiene ese punto combativo del hombre sincero, sin pose y que no se calla frente a lo que no le gusta. Cristóbal es como esos árboles que han ido creciendo despacio, buscando su luz, como una encina con marcas en la corteza y heridas internas, pero con madera dura que arderá lentamente.
Aprovechamos la rueda de prensa por el premio que le acaban de conceder en PHotoEspaña para tener una conversación con él. Nada más sentarse, identifica la revista y nos trasmite su entusiasmo por Cienojetes. Tras esto, sólo podemos declararnos fanes.
¿Es este uno de los primeros premios que te han otorgado en tu vida?
Anteriormente me dieron el Premio al Mejor libro de PhotoEspaña por ‘Vanitas’, un libro que se publicó en 1998.
Comenzaste en la fotografía casi como una solución vital. Dejaste España para evitar hacer el servicio militar. Y aunque estás cursando tus estudios de Derecho y Dirección de empresas, lo dejas todo porque recibes la “llamada del señor”. ¿Cómo surge esa vocación?
Je, je. Eso, me llama el señor. A mí desde siempre me ha gustado mucho la fotografía. Pero nunca lo había visto como una opción para ganarme la vida. Yo estaba pasándolo tan sumamente mal estudiando que llegó un momento en que me dije que qué estaba haciendo cuando en realidad lo que me gustaría era ser fotógrafo.
Tu formación era autodidacta, ¿no?
Sí. En aquella época no había escuelas. Cuando ya por fin pude volver a España me propuse aprender esto de la fotografía. Hasta entonces hacía lo que hacía todo el mundo, trabajar por la mañana, comer y luego trabajar por la tarde. Entonces yo hacía lo mismo, un horario de oficina pero sacando fotos. Y cuando llegaba el invierno, desayunaba fuerte y salía a hacer fotos sin comer hasta que se hacía de noche. Y a base de hacer fotografía de calle, aprendí a hacer fotos.
Entonces es cuando te vas a vivir a Londres y empiezas a vivir de la fotografía de manera profesional.
Sí. Cuando decidí ser fotógrafo no podía hacerlo en Alemania porque no tenía medios. Fue cuando regresé a España e hice, con tres años de retraso, el servicio militar, ya que logré que no me juzgaran por prófugo. Para entonces ya me había casado y a mi mujer de entonces, que era noruega, le daban ayudas por vivir en el extranjero. Por aquella época yo no tenía ninguna relación con ningún fotógrafo. Fue al terminar el servicio militar cuando nos fuimos a Inglaterra y empecé a trabajar para diferentes agencias.
¿Cuánto tiempo duró aquella etapa?
Unos ocho o nueve años. Allí me hice fotógrafo.
Además de hacer tu trabajo para otros, ¿tenías ya inquietudes por hacer un trabajo de autor?
Yo en aquella época tenía un despiste absoluto y total. Tardé muchísimos años en aclararme, tanto fotográfica como personalmente. Me impresiona mucho ver a los fotógrafos jóvenes que en cinco años tienen un libro, o tienen un proyecto de libro, saben lo que hacen, o que creen que saben lo que quieren. Yo tarde muchos años en aclararme.
¿Y cuándo pasa eso?
Durante los años que estuve en Inglaterra estuve yendo y viniendo a España a fotografiar cosas que yo quería. Antes de la muerte de Franco estuve un tiempo en el País Vasco, con los vascos, lo cual era muy difícil.
¿Los vascos?
Mi mujer estudiaba antropología en el London School of Economics y el doctorado lo hizo sobre nacionalismo vasco.
Yo soy de allí.
Pues imagínate cómo era aquello en el año 73. Cada dos o tres días nos paraba la Guardia Civil y nos ponía la metralleta en la cara. Mi mujer, que ya ha muerto, hizo la tesis en la Universidad de Cambridge titulada ‘Making of the Basque Nation’. Por eso en esa época veníamos, volvíamos… Y luego ya, al ir cambiando las cosas, regresé. Vine a pasar un tiempo a España en el año 80 porque quería trabajar sobre este país.
Tu infancia la habías pasado en parte fuera de España, pero tuviste un primer contacto con este país que no entendías, que suponía un gran contraste con los lugares de donde venías. En los 80, en tu segundo retorno, ¿sigues viendo un país muy diferente?
A mí me enviaron a España a los ocho años, sabiendo muy poco castellano porque en mi casa se hablaba inglés. Y me mandaron interno a un colegio de jesuitas que era absolutamente medieval, con niños de diez o doce años con cilicios, con curas que reventaban el tímpano pegando y curas que molestaban a los niños. Allí había de todo.
Y cuando vuelves en los 80 a España siendo una persona adulta, ¿qué encuentras? Para nuestra generación es la España que sale de la dictadura, un país con esperanza.
Puede que sea una imagen idealizada. Aún era muy dictadura, no tan alegre como se ha contado. Aunque hay que reconocer que la transición fue impresionante.
Y tú que vienes a esa España a hacer fotos, ¿qué país querías contar?
Yo lo único que sabía es que yo era español. Había una nostalgia de mi país. Tenía una visión de España un poco guiri. A mí me parecía que el epílogo de Hemingway era perfecto y que describía perfectamente la España que a mí me gustaba, pero descubrí que no era exactamente eso.
Y profesionalmente, ¿cómo era ser fotógrafo en esa época en este país?
Imposible, imposible, imposible.
¿Por qué?
La profesión no se respetaba. Los fotógrafos eran unos parias, unos currantes que sacaban fotos. Pero la profesión no tenía ninguna dignidad. Lo primero que me chocó es que la generación anterior a la mía separaba lo comercial de lo personal. Lo comercial era el “vete al partido a sacar fotos”, al fútbol, a los toros o a las bodas. Y el trabajo personal sólo se podía usar en agrupaciones o cosas similares. Creo que esa es la base del problema que hay en España con la fotografía. La gente pensaba que el trabajo personal era algo que se hacía porque se quería y que cuando se publicaba era hacerte un favor.
En Europa, ya desde los años 30, no había distinción entre el trabajo personal y el profesional. Cartier Bresson hizo toda su carrera con su trabajo personal, como los fotógrafos americanos, como Eugene Smith. Incluso los de la Farm Security Administration en los años 30, todos los fotógrafos hacían su trabajo personal. ¡No hay distinción!. Como Diana Arbus o Lewis Hine… ¡Todo es trabajo personal!
Y ante esa situación, ¿cómo reaccionas?
Ingenuo de mí, pienso que simplemente es que no saben y que hay que explicarles. Y como un gilipollas me pregunto si no hay un departamento de fotografía o algo. Cuando abrieron el Museo Reina Sofía en el 92 me propongo que tienen que hacer un departamento de fotografía. ¿Quién se ocupa de eso? El Director general de Bellas Artes. Entonces me digo, le voy a llamar y cuando lo hago, me atiende su secretaria. Y me pregunta: “¿De qué se trata?”, le contesto que de fotografía. “Perdone, se ha equivocado, esto es Bellas Artes, aquí no tenemos nada que ver con fotografía”.
Mas tarde ese director general se excusó, pero ya muestra cómo funciona todo. Y cuando por fin hicieron el departamento, se reunió el patronato para crearlo. Pero nadie quería ser el encargado y acabó cayéndole el cargo a uno que estaba fuera por motivos familiares. Y así hemos estado en este país durante muchos años.
Pero ya antes, cuando llegué a España y empecé a trabajar en Cover, mis trabajos se los vendieron a El País. En aquella época se suponía que le tenían que devolver los originales al fotógrafo. Estuve durante un año intentado que me los devolvieran. Y entonces, me empezaron a presionar desde la agencia para que no reclamara y me olvidara, porque el periódico era su principal cliente. Por eso me fui de Cover.
Y cuando sales de Cover, ¿qué haces, cómo vives?
Entonces me doy cuenta de que tengo que trabajar independientemente. Vendí una casa que había heredado de mi madre y me puse a trabajar.
¿Pero consigues ganarte la vida?
No, durante muchísimos años, no. Los últimos años he ganado dinero con la fotografía pero no lo suficiente como para vivir.
¿Y de qué vivías?
Tenía lo de la venta de la casa, y nos fuimos vivir a un pueblo muy pequeñito cerca de Cuenca. Además tenía la ayuda de mi mujer.
No es un relato muy habitual.
Aquí los únicos que ganaban algo de dinero eran fotógrafos que hacían un trabajo mucho más comercial, o ya los directores de fotografía, los que utilizaban y distribuían el material.
¿Desde qué momento sientes que tienes un estilo?
Trabajando como fotógrafo llegó un momento en el que sentí que mi fotografía era de segunda mano, que hacía lo que hacía todo el mundo. Iba a trabajar a un sitio, me lo pasaba muy bien, pero al final sentía que aquello no era suficiente y buscaba una forma de hacer algo diferente, pero no encontraba la manera. Y lo intentaba por todos los medios. Cuando fui al País Vasco intenté hacer reportaje en medio formato, y fue un desastre. Muy mal.
Iba a dejar la fotografía porque no avanzaba y probé el color como último recurso. Y de repente, se me abrió la puerta. Me sentí absolutamente cómodo y toda la frustración que tenía de tantos años, del entorno profesional y por la técnica y el lenguaje, de repente desapareció. Y me puse a trabajar a tope hasta el límite físico y emocional.
¿En qué época?
En el 85.
Dices que trabajabas hasta el límite. ¿Por qué?
Límite físico, porque trabajaba hasta el absoluto límite al que se puede trabajar. Lo que el cuerpo aguantaba hasta que te caías. Y emocional, por lo mismo. Me volqué absolutamente en mi trabajo. Estuve como ocho o diez años trabajando así.
Tenía la suerte de que mi mujer lo entendía perfectamente. Vivíamos en una aldea, ella tenía su huerto y sus animales, porque se estaba retirando de su trabajo. Yo podía trabajar y nada más que trabajar al límite. Cada movimiento, cada decisión estaba en función del trabajo. Si aparcabas el coche mirando para acá o para allá, o qué llevabas en la bolsa. Eso fue en la soledad más absoluta, pero fueron los mejores años.
¿Y llega un momento en el que decides enseñar tu trabajo?
No, no. Yo ya estaba retirado. Cuando decidí que quería trabajar sobre España, sabía perfectamente que tenía que renunciar a cualquier tipo de carrera nacional o internacional como fotógrafo. La cuestión era, si quieres hacer eso, lo haces a muerte. Y renuncié a todo. Pero poquito a poco, muy poquito a poco, cambiaron las cosas. Tuve la suerte de que Ignacio González, el gran editor español, que editaba la revista Photovisión, me pidió fotos. Entramos en contacto y nos caímos bien. Le enseñé mi trabajo sobre los toros y me lo quiso publicar. Después, él me publicó ‘Vanitas’.
‘Vanitas’ fue el punto de inflexión.
Ignacio lo presentó al premio de PhotoEspaña y aquel año en el jurado había fotógrafos y diseñadores extranjeros a los que gustó mi trabajo.
¿Qué cambia en tu vida ese premio?
Nada, no cambia nada.
Entonces sigues siendo un trabajador sólo para ti.
Bueno, me empiezan a pedir exposiciones, algunas cosas. El cambio grande es cuando la fotografía entra en el mundo del arte. Antes tuve una época de diez o doce años en la que no vendía nada, hasta que se empezaron a mover las cosas.
Y ahora te has vuelto un referente para una serie de fotógrafos que ronda los cuarenta.
Eso ha sido una gran sorpresa de los últimos años. Y poco a poco he ido conociendo a esos fotógrafos.
Para esa nuevas generaciones que están conociendo tu trabajo. ¿Cómo describirías tu estilo? ¿Cuáles son las fotos que hacen que hace Cristóbal Hara?
Pues parece una cosa clara, pero el estilo es un cosa que vas encontrando, la misma fotografía te va marcando el camino.
¿Y qué camino es ese? ¿Por qué tus fotografías son diferentes a las de otros?
Cuando yo llegué a España, los fotógrafos se clasificaban según qué fotografiaban, pero no por el cómo. Los lenguajes eran estándar, tipo Magnum-Life. Había muchos fotógrafos de la época que trabajaban con el mismo lenguaje. Hacían fotos buenas, pero tenías que mirar al pie de foto para saber quién la había hecho, porque todos eran iguales.
Y luego uno trabajaba el folclore, otro el desnudo… pero eran trabajos siempre iguales. Llegó el boom de Cristina García Rodero y luego la reacción en contra, en la que eso ya no valía y había que ir al extranjero. Pero a mí lo que me interesaba era cómo se hacían las imágenes.
¿Cómo se hacen las imágenes?
Las imágenes se hacen de muchas maneras. Yo había tenido tanta frustración con la etapa de blanco y negro… Me aburría a mí mismo, porque veía que otros lo hacían mucho mejor. Y yo no era capaz de avanzar.
Cuando me pasé al color, lo primero que hice fue trabajar con los toros. Yo había entrado en contacto con la última generación de maletillas auténticos que ha habido. Me puse a trabajar con ellos y como el tema era tan fuerte, podía experimentar, podía hacer lo que quisiera. Y allí aprendí a usar mi propio lenguaje, podía hacerlo a conciencia.
¿Qué era el lenguaje? Pues había una serie de reglas: lo importante lo pones en el centro, o la regla de los tercios, o la importancia de las miradas… Toda la fotografía americana y la mundial está basada en el sentimentalismo de las miradas. O si haces refugiados hay que hacer la madre con el niño…
¿Empezaste a saltarte las normas?
Empecé a coger cada norma y buscar alternativas. Yo sabía cuál era la fotografía “buena” que había que hacer ahí, pero buscaba hacer otra distinta.
Has comentado que te llegaban a insultar cuando enseñabas esas fotografías.
Sí si. Me decían que no sabía componer. Incluso una vez, trabajando en Levante, uno me estuvo siguiendo y acabó diciéndome: “No me extraña que hagas fotos tan malas, si trabajas al tun tun”. Y nada, le dije que muchas gracias.
Y que te den un premio ahora. ¿Cómo te lo tomas?
Pues se agradece. Que esté en el jurado Masats, al que admiro mucho… Pero cuando me lo dijeron me dio yuyu. Esto ya se acaba, ja, ja.
¿Y sigues haciendo fotos?
Hasta hace tres meses trabajaba a tope, dentro de lo que el cuerpo daba, que ya no es como hace veinte años. Entonces trabajaba todos los días, tenía mis viajes. Me iba, por ejemplo, a Cádiz y luego a Galicia y luego a León… Y me tenía que parar en el camino porque me dormía. Pero era de una intensidad total. Y así fue hasta que lo pude mantener físicamente. Pero los ritmos de la gente van cambiando dependiendo de dónde estés. Y cuando estás metido en ese ritmo, puedes predecir los movimientos de la gente. Hasta el punto de que puedes pensar: “me hace falta que haga así con el brazo” y justo lo hace y lo tienes. Pero cuando pierdes esa intensidad, ya no es lo mismo.
Tu camino ha sido de largo recorrido. ¿Qué consejo le darías a las nuevas generaciones?
A lo mejor son ellos los que me tienen que dar el consejo a mí.
Yo tardé 21 años en hacer un libro, y ahora la gente, si a los cinco años no ha publicado, parece que no ha hecho nada. Y basta que un amigo se autoedite un libro para que tú también quieran hacerlo. Pero si yo tardé tanto tiempo en encontrar mi camino, ¿cómo voy a dar ningún consejo?