


Mauthausen, en Austria, fue el campo de concentración donde hubo más españoles. Por él pasaron unos 200.000 presos de todas las nacionalidades de los cuales murieron 100.000. Francisco Boix (Barcelona, 1920), que se había exiliado a Francia durante la guerra civil, llegó allí en 1941 en una expedición de 1506 republicanos españoles tras ser hecho prisionero por los alemanes. Su afición a la fotografía lo convirtió en un candidato idóneo para el Erkennungsdienst, un laboratorio fotográfico destinado a los retratos policiales de indentificación de presos. Trabajando allí, Boix logró esconder y salvar al menos 1000 fotografías, 200 disparadas por él mismo tras la liberación del campo y 800 hechas por los oficiales de las SS durante el cautiverio. “Aparte de esos negativos originales, hay unas 300 de las que tenemos los positivos pero nadie sabe donde están los negativos. Muchas tienen anotaciones de Boix –explica Benito Bermejo–. Además de eso, Boix cuenta en el proceso de Dachau, un mes después de Nuremberg, que escondió unas 20.000 fotografías y que, en el tiempo que estuvo allí, se hicieron 60.000. Boix murió en el 51 sin que se supiese que fue de aquellas fotografías”. En cualquier caso, esas otras 1000 que sí conocemos fueron cruciales como pruebas documentales tanto en los procesos de Dachau como de Nuremberg y la historia de cómo Boix los sacó del campo de concentración es lo que cuenta.
En breve podremos hacer una mesa redonda sobre esta película en nuestra asociación.
—LEICA D-LUX 7
La firma alemana ha presentado un nuevo modelo de su gama de cámaras compactas con interesantes argumentos, como pantalla táctil de tres pulgadas, visor electrónico de alta resolución con 2,8 MP, puerto de carga USB-C y grabación de vídeo en 4K. También puede utilizarse con la *app* Leica Photos que permite el control remoto desde tu *smartphone*. (1.195 €).
Hay objetos cuya perfección puedes apreciar a simple vista y otros que basan su razón de ser en su PROFUNDIDAD Y EQUILIBRIO.
—-por PALOMA LEYRA.
EL CUERPO Y LA LUZ.
Dos maestros de la fotografía, FRANTISEK DRTIKOL Y GERDA TARO, protagonizan dos novelas que reflejan la efervescencia artística de principios del siglo XX.
—por Enrique Bueres.
La silueta de la mujer desnuda de la portada que ves sobre estas líneas, sacerdotisa del amor físico, es el resultado de un milagro: el milagro de la luz, el prodigio de la cámara que con su lente de cíclope transforma el ahora en un momento eterno.
Los planos individuales de la decoración art nouveau, con sus ondas y sus sombras, resuenan en armonía con los pechos elásticos, con las caderas y brazos de la modelo.
Sombras proyectadas al futuro. Su autor es Franstisek Drtikol (1883-1961), fotógrafo checo protagonista de una novela poco común, Una historia de luz, de Jan Nemec. Aunque no es una biografía, la ficción sigue la vida de un artista que ya desde niño fue un incomprendido, algo que sufrió hasta ser reconocido internacionalmente. Tuvo que defenderse ante la policía de Praga de la acusación de corromper a los jóvenes por ser el primero en exponer en la vitrina de su estudio el cuerpo desnudo de una mujer.
Drtikol se preguntaba qué había de obsceno en sus fotografías. «¿Están diciendo que les molesta un coño? ¡ Pero si también es obra de Dios ! «. Natural.
Otra pionera, otra vida singular. En este caso cortísima, puesto que la periodista gráfica alemana Gerda Taro falleció en la Guerra Civil Española poco antes de cumplir 27 años, en 1937. Pareja de Endre Friedmann –con quien Taro creó la figura del mítico fotógrafo Robert Capa– dejó una profunda impronta en quienes compartieron con ella su juventud, alegría de vivir, talento y compromiso en unos tiempos convulsos marcados por el ascenso del nazismo y la guerra. Su apasionante existencia queda reflejada en La chica de la leica (Tusquets), documentada obra de Helena Janeczek (Múnich, 1964) que ha ganado el prestigioso Premio Strega 2018.
Fuente: Revista GQ
Luis Ángel Chico Luque
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Con una cámara siempre colgada del cuello, la fotógrafa Vivian Maier no dejaba de mirar, analizar y hacer resonar el «click» constante de su cámara cada vez que tenía oportunidad, sobre todo cuando estaba a pie de calle. Una tarea que compaginaba con su oficio, el de niñera, lo que le daba una excusa para estar en constante movimiento tomando fotografías que nunca mostró a nadie. Un trabajo totalmente silencioso y anónimo.
Resulta muy paradójico que, a pesar de tener una vida inmersa en el más completo anonimato, una de las principales modelos de la fotografía de Vivian Maier era ella misma. Cualquier espejo o reflejo era el medio perfecto para retratarse, incluso su sombra proyectada en el suelo o en una pared. Y si no encontraba el medio, directamente desde su cámara, un «selfie» a la vieja usanza que la autora estadounidense sabía realizar mejor que nadie. Porque más allá del autorretrato, la «niñera fotógrafa» trataba también de mostrar la realidad de su tiempo y de la sociedad.
Ahora, estas autofotos que Vivian Maier realizó durante su vida llegan por primera vez a España y, más concretamente, a Valladolid, de la mano del Museo Patio Herreriano. La exposición, titulada «El autorretrato y su doble» muestra 8 vídeos y más de 80 fotos en las que la captadora de imágenes muestra su interés por esta técnica, que se asemeja «a una búsqueda frenética y desesperada de su propia identidad», como apuntó la comisaria de la exhibición, Anne Morin. Una identidad que durante toda la vida de Maier tuvo «de prestado» debido a su principal oficio de niñera y a su afán por pasar desapercibida en todo momento, cualidad que le permitía mostrar el mundo a través de su Rolleiflex sin que nadie notase su presencia.
La obra que se muestra en el Museo Patio Herreriano no se trata de autorretratos al uso en los que el autor posa para la cámara, sino de un sinfín de variantes en las que Maier aparece de manera sutil, reflejando perfectamente la compleja personalidad de la autora. Para Morin, los reflejos de su rostro en un espejo, su «obra en la obra» y después su sombra que se expande en el suelo o el contorno de su figura, cada autorretrato de Vivian Maier es «una reafirmación de su presencia en ese lugar, en ese instante». Una suerte de «autofotos» que no podrían estar más alejadas de la moda actual de los llamados «selfies».
Tras haber pasado únicamente por la ciudad que la vio nacer a la autora, Nueva York, esta pequeña parte de la obra de Maier, que al completo la integran más de 120.000 negativos y muchas películas de súper 8, se mostrará en la capital vallisoletana hasta el 23 de abril, para que viaje seguidamente a Trieste (Italia) y, ya en época estival, en Japón.
IVÁN TOMÉ
ABC CASTILLA Y LEÓN
Ya se encuentra a vuestra disposición la última edición de la Posición T DICIEMBRE 2018.